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Tribuna:LA CRISIS DE KOSOVO
Tribuna
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El 'efecto lupa' en los Balcanes

Francisco Veiga

Conforme nos acercamos al décimo aniversario de los cambios que sacudieron Europa del este, en el otoño e invierno de 1989, el mapa de los Balcanes cobra una creciente complejidad, única en su historia. De momento tenemos un embrollo de pequeños países que incluye a una Bosnia partida en tres trozos estancos, y que parece una renaciente federación; una "pequeña Yugoslavia" de hecho. Junto a ella, una Croacia como Estado nación que está cerca de alcanzar la pureza nacional, sin minorías. Y repúblicas con diferentes puntos de vista sobre sus nutridas minorías étnicas: Serbia, Rumania, Bulgaria. Macedonia es una de las entidades más pequeñas y étnicamente complejas, un Estado nacido en 1990, que ante las presiones griegas ha debido aceptar un curioso nombre impuesto -Former Yugoslavian Republic of Macedonia (FYROM)- e incluso ha debido invertir el diseño de la bandera, pasando de la Estrella de Vergina a una rara variante del sol naciente japonés. El caso de Macedonia con respecto a Bulgaria es similar al de Moldavia por referencia a Rumania, aunque la antigua Besarabia -completamente nueva como Estado independiente- conserva su identidad rumana y símbolos nacionales casi idénticos a los de su vecina. Por si falta algo, en una esquina del cajón de sastre sobrevive como puede un Estado aún medio colapsado, que es Albania.Ese barullo es, en parte, fruto de una desconcertante actitud occidental, que según los casos ha tolerado, prohibido,., intervenido o se ha limitado a levantar acta notarial. Pero la complejidad también se explica por el "efecto lupa" que los gobiernos y medios de comunicación occidentales han venido aplicando cada vez que saltaba una crisis en cada una de las zonas. Cuando estalló la guerra en Croacia no se tuvo en cuenta la posibilidad de un estallido en Bosnia. Luego y durante tres años, Bosnia se convirtió en la "guerra balcánica" por antonomasia, un conflicto que absorbía toda la atención y cuya resolución se asociaba implícitamente a la de cualquier otro problema en la península. Así, la guerra entre Moldavia y la diminuta "República de Trandsnistria" pasó desapercibida; y el problema de Kosovo, silenciado. Ahora esta última crisis ocupa las portadas de los periódicos con exclusión de sus efectos o consecuencias en el resto de los Balcanes. Aun suponiendo que el problema kosovar se lograse solucionar total o parcialmente, será una contradicción añadida al panorama balcánico en su conjunto. Y con elementos nuevos, tan desconcertantes como los de crisis anteriores.

Por lo tanto, si apartamos la vista del "efecto lupa", aunque sea sólo momentáneamente, se pueden encontrar claves interesantes para entender qué está ocurriendo entre bastidores. Uno de los factores que más llama la atención en el asunto de Kosovo, es la definitiva escisión entre la diplomacia pública y la secreta, algo que ya se apuntó en Bosnia. Por ejemplo, el gran público se enteró tardíamente de que tras el aparente pulso entre los dirigentes serbios y las potencias occidentales para impulsar una negociación con los albaneses de Kosovo, ya estaban en marcha toda una serie de contactos entre ambas partes. Y fueron precisamente esos contactos discretos los que aliviaron la tensión. También tardaron en hacerse patentes las consecuencias que tenía en el proceso la debilidad del liderazgo de Rugova, que necesitó autoafirmarse -más ante sus rivales políticos albaneses que frente a los serbios- con las elecciones del 22 de marzo.

En torno a las opciones para Kosovo puestas sobre el tapete (autonomía limitada, asociación federal, independencia) también juegan otras bajo la mesa. Posiblemente, la más importante es la situación en Bosnia y, más concretamente, en la Repúblika Srpska. El aspecto más evidente es, desde luego, la cautela de las potencias intervinientes ante una independencia kosovar que pudiera transformarse en la piedra de toque (o de intercambio) para una participación definitiva de Bosnia, con la asimilación de Herceg-Bosna a Croacia y la independencia de la Repúblika Srpska, o su unión con Serbia. El asunto no es baladí, pues en los últimos meses, la diplomacia norteamericana ha desplegado toda una serie de esfuerzos y mucha ingeniería diplomática para apuntalar a la presidenta serbobosnia Biljana Plavsic y al primer ministro de su Gobierno, Milorad Dodik. La maleabilidad de estos líderes ha permitido arrinconar efectivamente a los duros del SDS y a la sombra nefasta de Radovan Karadzic. Hasta el punto de que llegó a pensarse que Milosevic, como garante serbio de los acuerdos de Dayton, comenzaba a no ser tan necesario. Lo malo es que la crisis de Kosovo, ha demostrado que el tándem Plavsic-Dodik no es tan complaciente como para transigir con el asunto de Kosovo, y en la presente crisis se han alineado con Milosevic.

Este movimiento ha desinflado la inicial combatividad norteamericana, que teme perder una pieza valioso como el tándem Plavisc-Dodik y ello sin lograr solucionar el asunto Kosovar, algo que a corto plazo sólo es posible cara a la galería. De momento, los negociadores podrán remendar la crisis, pero Kosovo seguirá siendo un problema durante muchos años. Sobre todo, porque los conflictos más difíciles de solucionar están en Kosovo, y no fuera. Son asuntos que de momento resultan muy incómodos de tratar en la prensa y las cancillerías occidentales. Uno de ellos es el UCK, un factor político nuevo que está ahí y que sin duda irá a más, tanto en entidad como en sofisticación, por mucho que se pase de puntillas sobre el tema. Y que ya es una amenaza para Rugova el sector más moderado de los nacionalistas albaneses.

Un último colofón, marginado por el "efecto lupa": el papel jugado por el resto de los países balcánicos, muy silenciado y hasta desdeñado desde Occidente. Pero está ahí. Durante las últimas semanas, búlgaros, rumanos y hasta turcos han actuado conjuntamente para conjurar ciertos aspectos de la crisis kosobar. Bulgaria y Rumania ya lo han dicho explícitamente: no desean más sanciones ni bloqueos contra ninguna república ex yugoslava, una medida que perjudica a sus propias economías y que favorece el crecimiento de las mafias.

Pero, sobre todo, fue la diplomacia griega la que se movió con más velocidad y eficacia. Dado el interés de los inversores helenos por las minas de Trepca, es comprensible. Pero Atenas va más allá: desea convertirse en el broker de las nuevas repúblicas balcánicas, según expresión que ha hecho fortuna en medios diplomáticos de ese país. Si las cosas siguen como hasta ahora, puede conseguirlo, y quizá no sería tan mala idea, siempre que conserve las buenas relaciones que mantiene con Albania y Macedonia y actúe de acuerdo con el resto de los países balcánicos. Y más si se confirma el interés de las potencias occidentales (y Washington muy en especial) por "balcanizar los Balcanes", esto es, hacer una pirueta similar a la que diseñó Nixon en los setenta cuando se propuso "vietnamizar el Vietnam": abandonar la política intervencionista en la zona. Ahora hay otros escenarios más urgentes que reclaman la atención occidental, y de entre ellos destaca la zona del Caspio, con sus gigantescas reservas de petróleo. Porque Washington sabe que cuando la economía europea se "conecte" plenamente con Rusia y sus reservas, la UE será una potencia de verdad.

Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa Oriental en la UAB, autor de La trampa balcánica (1995) y coautor de La paz simulada (1997).

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