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Tribuna
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Animales

Rosa Montero

Hace un par de días hubo una manifestación en Madrid contra el uso de animales en experimentos de cosmética: como siempre, algunas personas contemplaron a los participantes con expresión de sorna. Porque todavía hay gente a la que la defensa de los derechos de los animales le parece una chufla. Esta opinión retrógrada nace de la ignorancia: el nivel de respeto a los seres vivos es sin duda un fino indicativo de la cultura y la tolerancia de un país.Poco a poco vamos siendo todos más sensibles al sufrimiento de las bestias: pero aún hay tanto horror que estremece enterarse. Los animales son las víctimas por excelencia, silenciosas e inermes. Como los niños, o más aún que los niños, porque nunca tendrán palabras para pedir socorro. Pobres bichos callados, temblorosos grumos de vida, sometidos al sadismo de los humanos. Así sucede en las peleas de perros como las de Cueto (Santander): preparan a los animales encerrándolos en cuartitos muy oscuros y administrándoles periódicas y salvajes palizas con cadenas.

Y así sucede con la experimentación. Según la Alternativa para la Liberación Animal (ALA), el 60% de los experimentos con seres vivos tienen fines bélicos, el 30% fines cosméticos y sólo el 10% fines médicos. Y aun éstos pueden estar hechos de modo inadmisible, como sucede, según denuncia la asociación suiza ATRA, en el departamento de cirugía de la Universidad de Bále (Suiza) y en el hospital cantonal de la misma localidad, en donde se mantiene a perros no anestesiados con el vientre abierto durante meses, mientras les manipulan los intestinos. Antiguamente, a los animales sometidos a esta larguísima y espantosa tortura les cortaban las cuerdas vocales para que no molestaran con sus alaridos: tal vez hagan lo mismo los suizos. No me digan que toda esta atrocidad no nos atañe.

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