"Es más difícil querer al monstruo"
Dice que la varita mágica del teatro ha transformado la calabaza de sus novelas en la carroza de Cenicienta. Tres de sus obras, El castillo de la carta cifrada, Diálogo en re mayor y Amado monstruo han sido adaptadas al teatro e interpretadas con éxito en París y Berlín. La última, Diálogo en re mayor, se representa estos días en Ginebra y viajará posteriormente a Niza y Grenoble. Javier Tomeo (Quincena, Huesca, 1932) espera que sus éxitos teatrales no afecten a su manera de escribir, aunque últimamente cree haber percibido -"sin querer"- una mayor tendencia a la economía del lenguaje que le caracteriza.Pocos personajes, obras muy dialogadas y espacios cerrados. Esos tres elementos justifican, según Tomeo, el éxito que han alcanzado sus obras en el teatro. Para ilustrarlo mejor Tomeo coge su última novela, El canto de las tortugas (Anagrama), y lee un párrafo de la primera página: "El pueblo tiene, cuarenta o cincuenta casas, una iglesia y una plaza con soportales".
Desde el principio, el escritor sitúa al personaje en una dimensión muy definida y precisa que tiene mucho que ver con la descripción que hacen los autores dramáticos del escenario donde se desarrolla la acción. "Hay colegas que prefieren situar el inicio de sus novelas en un área confusa a la que no resulta fácil acceder y que consumen en esa labor energías inútiles que yo preferiría que aplicasen a lo sustantivo". Para este escritor, lo que verdaderamente interesa de una novela es el conocimiento de los personajes y el tiempo no ha hecho más que reafirmarle en un hábito antiguo: "Ia claridad".
El teatro le ha dado mayor "notoriedad" que la literatura porque es evidente, dice, que no tiene "la notoriedad de otros distinguidos colegas que conectan con el sector más amplio del público". Tomeo reconoce que no cuenta con miles de lectores, pero sí con lectores fieles. Al autor de La máquina voladora le gustan las personas que están fuera del sistema, las mujeres con seis dedos y los hombres con un ojo más grande que otro. La perfección no le interesa desde el punto de vista artístico, como tampoco escribe sobre los hombres felices."La deformidad y la imperfección son un difícil ejercicio de amor, es más difícil querer al monstruo", afirma. "No me sirvo de ellos como hacían en la corte de los Austrias; me sirven para trasladar al lector determinado ambiente y provocar en él unos sentimientos marginales que no suelen ser admitidos en una sociedad vulgar".
No soporta Tomeo a los amigos bienintencionados que dan una palmadita en el hombro y le comentan lo bien que ha estado la obra teatral pero acaban decantándose por sus novelas. "No es lo mismo", les responde airado." El teatro tiene su propia magia y sus propias leyes". No es usual que los adaptadores de sus novelas al teatro le consulten en las modificaciones al texto y él es muy respetuoso con el trabajo de los demás. Confiesa que le fascina sentarse en la butaca y ver a sus criaturas transformadas en personajes de carne y hueso, que "hacen rechinar las tablas del escenario, que fuman, que se ríen". Madrid
A la luz del quinqué
Hace unos años Tomeo abandonó el despacho de Olivetti, la multinacional donde trabajó como jefe de prensa, para dedicarse de lleno a la literaura. No se arrepiente de haber pasado al otro lado del espejo, aunque quizá todavía conserve, heredado de los tiempos en que tenía que escribir de madrugada, el vicio de escribir alumbrado por la luz del quinqué."Bajo la luz del sol nada me parece hermoso, todo se resiente", asegura tras haber intentado escribir en bares y cafeterías sin ningún resultado porque le distraía cualquier ruido o movimiento. La solución es encerrarse en su cuarto y bajar hasta la persiana para que no se filtre un rayo de sol. Pero eso vale sólo para la puesta en página. Tomeo en la calle es un auténtico espectáculo. Lleva un traje azul marino sobre camisa negra y va perdiendo todo lo que cree que ha guardado hace un momento en los bolsillos, aunque no se le escapa un detalle sobre las personas que se le acercan o pasan a su lado: -"¡Uf, qué ojos de vacuno tiene esa gorda!", "¡vaya personaje el camarero!", comenta. Naturalmente, no es difícil imaginarse a ambos en cualquiera de sus novelas o subidos a un escenario.
Se confiesa viudo de guerra -"de la guerra del matrimonio"-'y vive con sus padres como un perfecto hijo único. En Barcelona, donde reside hace muchos años, conoció a su amigo Ramoncito, un incondicional, con el que Tomeo intercambia ideas sobre el mundo. Él fue el que le aconsejó llevar siempre un ajo -"tiene una fuerza misteriosa y terráquea"- en el bolsillo para ahuyentar el mal fario. Tomeo, como Oscar Wilde, cree que "la superstición es el color del pensarniento".
Babelia
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