Gurruchaga
País de listas. País de cotillas. Cuando surgió el que se llamó en seguida, antes de que lo fuera de veras, si es que llegaba a serlo, el escándalo Arny, por el ahora famoso pub de Sevilla, circularon por España las listas, falsas o no, de los presuntos implicados; antes de que se revelaran los datos judiciales, que surgieron sin que se hubiera levantado el fragilísimo secreto del sumario, ya hubo algún medio que se precipitó sobre los hombres para destriparlos y exponerlos, para darlos por su supuestos, y en el cotilleo popular se incrementaron las listas y las identidades con nombres que no habrían de estar pero que ya pasaron a figurar como probablemente ciertos en las bocas ávidas de este país de cotillas.Como si hubiera un deseo previo de engordar tales listas, de engordarlas además con gente grande, con gente a la que e le podría hacer daño porque su inclusión acarreaba sorpresa, mayor morbo, una cantidad mayor de codacitos de complicidad. "Es que también está fulanito". La suposición periodística desató en seguida nombres propios que al ser diversos y todavía incógnitos llenó de sospechas los diversos estamentos de la vida -y sobre todo de la vida pública- española... Así, los 48 imputados del caso fueron, durante semanas, en la imaginación popular alentada por los dimes y diretes de los medios, y también de los medios judiciales, más del doble de los que luego serían.
Ha sido un caso bochornoso; una vez puesta en marcha la investigación acerca de los presuntos implicados, sobre estos cayó la presunción de culpabilidad y la sospecha reiterada de perversión; medios que luego se han rasgado las vestiduras defendiendo otras intimidades no tuvieron reparo alguno en airear los nombres y las presuntas actividades de los acusa dos, y no sólo dieron sus nombres sino que hicieron circular a los jóvenes acusadores en una ronda destinada a elevar audiencias, a asegurar lectores, a fidelizar televidentes. Fueron construyendo un retrato-robot de los hechos hasta que con virtieron su historia en la historia de lo que verdaderamente pasó, de modo que parecía que el juicio ya se había hecho y que poco importaban las resoluciones judiciales que vinieran luego. La suerte estaba hecha.
Pero las resoluciones judiciales vinieron luego y el país de cotillas trocó sus babas y las recibió como si no hubiera estado pasando nada antes, como si en efecto hubiera funcionado durante este tiempo la presunción de inocencia, como si no hubiera caído sobre tantos presuntos implicados no sólo la llama de la presunta sospecha sino la baba de la culpabilidad cierta. Las babas del diablo. Javier Gurruchaga, que fue uno de los arrojados a las tinieblas creadas por los medios y también por los medios judiciales, ha revelado que mientras esto sucedía Pilar Miró, que tanto supo de las serpientes de la sospecha, le dijo- "Tranquilo. La justicia pondrá las cosas en su sitio". ¿Y mientras tanto? A Pilar Miró, por cierto, mientras la justicia puso las cosas en su sitio, la persiguieron con escarnio, trataron de sepultar su reputación y sus posibilidades profesionales, y lo mismo que se hizo con ella se ha hecho con saña contra mucha gente a la que nadie le puede restituir el tiempo, el ánimo perdidos. La sensación estaba muy bien descrita, hablando del caso Arny, por una pregunta que se hizo este mismo periódico a raíz de la resolución judicial: ¿Y ahora qué? ¿Quién le restituye a Gurruchaga, por hablar del más notorio de los famosos implicados, los arañazos que recibió en el rostro?
Gurruchaga ha acusado a los medios, y también a los medios judiciales, del escarnio sufrido; él es un personaje que ha construido un sentido del humor propio, a partir de la constancia de que para desarrollar y mantener una personalidad hay que trabajar mucho; a él se le ve trabajando en los aviones, en los trenes, leyendo, estudiando, interpretando a solas, y se le ve también ocultando !u vieja timidez detrás de la astracanada; pero siempre se le ve como un profesional que para llegar a tener el rostro y la fama de que disfruta ha tenido que ser ante todo un artista responsable de la máscara con la que ha de dotarse un verdadero actor.
Le quisieron convertir la máscara en una mueca, y él ha salido ahora airoso del ataque, pero se le han quedado en el cuerpo arañazos de los que tiene cumplida documentación; probablemente esa documentación sirve para contar la histona nacional de la infancia. Le quiso aliviar el hierro, el otro día, cantando ante los medios Imagine, de John Lennon. Detrás de esa canción está toda su rabia, su imparable melancolía.
Babelia
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