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Aquiles, en Indonesia

Emilio Menéndez del Valle

Los círculos político-financieros occidentales han pasado las últimas semanas haciéndose cruces y cábalas a propósito del esperado nuevo Gobierno que el dictador Suharto debía nombrar en Indonesia. Previamente se habían producido conjeturas sobre si el dictador, de 76 años, se autopropiciaría una vez más como presidente del país. La sabiduría convencional a este respecto -paradigmáticamente encarnada por The New York Times- aseguraba que "EE UU tiene intereses complejos en Indonesia. Ha de promover una gestión más inteligente, tranquilizar a los inversores, mantener la seguridad regional y minimizar el dolor que sufren los pobres" (17.2.1998). Toda una lección de compassion.¿Por qué acordarse de santa Bárbara sólo cuando truena? ¿Por qué no estimular las reformas en el momento oportuno, cuando todavía hay tiempo para evitar una catástrofe? Hace mucho tiempo que en Indonesia no se lleva a cabo una gestión económica que tienda a disminuir las enormes diferencias sociales, lo que podría haber llevado en su momento a que el dolor que sufren los pobres fuera oportunamente remediado. Parece que sólo ahora -cuando la tranquilidad de los inversores extranjeros está cuestionada debido a la gigantesca crisis financiera que azota el sureste asiático, y muy especialmente a Yakarta- hay que mentar a santa Bárbara.

Indonesia es un país de 200 millones de almas, la mayoría de ellas, musulmanas (es el más grande país islámico del planeta), que se encuentra cada día más cerca del caos. La sabiduría convencional diría que "se encuentra en la encrucijada". Yo prefiero hablar de caos social, económico y de identidad nacional y cultural. La transición a la democracia que, tardíamente, Occidente desea impulsar no será fácil. De esos 200 millones de personas, únicamente unos 15 integran la clase media, que además no parece muy inclinada a favorecer un cambio inteligente. Se aferra a la estabilidad, en la esperanza -probablemente vana- de que el Ejército contenga a los otros muchos, muchos más millones de pobres, analfabetos y campesinos, que constituyen los desheredados, los condenados de la tierra, a los que compadece The New York Times. Añádase al cóctel un 4% de la población de origen chino y que controla en torno al 70% de la riqueza privada del país. Va a hacer falta algo más que buena voluntad para evitar enfrentamientos interétnicos al estilo de los que periódicamente ocurren en la India entre la mayoría hindú y la minoría musulmana. ¿Se acuerdan de Zaire y de Mobutu, que parecía destinado a durar eternamente? Los casos no son idénticos, pero pertenecen al mismo contexto. Son lamentables modelos-tipo reiteradamente reproducidos en las relaciones internacionales de las últimas décadas. Sólo el fin de la guerra fría implicó el ocaso del apoyo incondicional de Washington a dictadores, ya innecesarios para reforzar el frente anti-Moscú. Parece que ahora se busca un modelo más decente, de momento infructuosamente, pues Suharto no sólo se ha hecho reelegir por una Asamblea Consultiva popular designada mayoritariamente por él, sino que acaba de formar un Gabinete que es un insulto a la inteligencia. Si ya es bochornoso que en dicha Asamblea cuatro de sus seis hijos sean "consultores", la composición del nuevo Gobierno constituye un bofetón a las pretensiones occidentales de reforma del sistema. Incluye a su hija mayor como ministra de Asuntos Sociales y a un íntimo amigo -gran comerciante y propietario de uno de los grupos madereros que el FMI estima que hay que dejar de privilegiar- como ministro... de Comercio.

Los expertos se preguntan si la crisis que ha convertido a los tigres asiáticos en papel toca a su fin. Para algunos, está en vías de superación. Pero todos coinciden en que Indonesia es el talón de Aquiles de la recuperación. La mitología griega presenta a Aquiles como inmortal gracias a la inmersión en el río sagrado que de él hizo su madre cuando era niño. Un talón, que en el legendario baño quedó al descubierto, fue su ruina. Los antiguos griegos considerarían la Indonesia de Suharto una inmensa chapuza, una estafa colectiva, con demasiados hijos vulnerables y numerosos talones al descubierto.

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