Los rusos se acostumbran a vivir con un presidente enfermo
Los rusos se han acostumbrado a que tienen un presidente enfermo y a que la vida sigue aunque Borís Yeltsin, de 67 años y con cinco puentes en su castigado corazón, esté oficialmente resfriado, griposo o con una aguda infección respiratoria. Casi no se dejan asustar ya por los alarmantes rumores que surgen en cuanto el Kremlin anuncia que el zar tiene que suspender sus actividades para recuperarse de una dolencia que, oficialmente, nunca es grave, pero cuya importancia real suele ser imposible de determinar.Algunos analistas aseguran que los mercados financieros han descontado ya los efectos de un desenlace fatal que nadie se atreve a excluir para antes de que Yeltsin agote en el año 2000 su mandato constitucional. La Bolsa, por ejemplo, se ha tomado con calma esta última crisis, y su retroceso, aunque importante, no parece relacionado tan sólo con la salud del presidente y ha sido incomparablemente menor que el sufrido el año pasado a causa de la tormenta financiera asiática. La doctrina predominante es ahora que la estructura política es lo suficientemente estable como para que sobreviva a Yeltsin sin graves daños. Después de todo, un presidente enfermo no es sino el reflejo más lógico de un país que también lo está. En ambos casos, se evocan los peores fantasmas.
Curados de espanto
Los rusos están ya curados de espanto y son capaces de asumir declaraciones tan alarmantes como la que ayer efectuó el vicejefe de Gobierno, Borís Nemtsov, al semanario Interfax-Argumenti i Fakti, en las que advertía de que el "país camina hacia un régimen autoritario y semimilitar" y ha entrado ya en la etapa del "capitalismo administrativooligárquico".En opinión de Nemtsov, hasta hace poco considerado el delfin de Yeltsin, las presidenciales del 2000 plantearán un dilema tan dramático como el de 1996 cuando, al menos en teoría, hubo que elegir entre comunismo y capitalismo. Curiosamente, casi con la misma frecuencia con la que se habla de que el actual jefe del Estado está en peligro de muerte, se asegura que sigue deshojando la margarita de si optará o no a un tercer mandato.
En los dos últimos años, el líder del Kremlin, antes que la encarnación de un poder que se ejerce de manera continuada, se ha convertido en una presencia difusa aunque poderosa, capaz de tomar decisiones clave por impulsos de su carácter o influencia de su corte, pero no imprescindible para que el país, mal que bien funcione. Ha habido etapas marcadas por asombrosas meteduras de pata, en las que ha sido una lástima para Rusia que Yeltsin no estuviese de baja.
En estos días se ha rizado el rizo hasta el extremo de sugerirse que Yeltsin se ha aprovechado de la tos y la fiebre para aplazar una cumbre de la Comunidad de Estados Independientes amenazada por el fracaso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.