De los nervios
Me ha ocurrido algo terrible que necesito compartir. Y es que, la otra tarde, pasé tres horas hablando de política con un periodista. No de políticos, entiéndanme. No de lo que ha dicho este bocazas ni de lo que le ha respondido aquel tarugo. De política, amigos míos. Como en los viejos tiempos. Se preguntarán qué clase de profesional sin escrúpulos estaría dispuesto, hoy, a charlar en profundidad sobre la situación política de este país. Se lo diré: el nicaragüense Carlos F. Chamorro, el hijo sandinista de doña Violeta que dirigió Barricada y que ahora, aunque sigue comprometido con la política (lejos de Ortega, cerca de Ramírez) y el periodismo (bastante entusiasmado con los medios audiovisuales), ha optado por airearse impartiendo un curso en la Universidad de Stanford, en California.Pues sí, hablamos de España y de Nicaragua, y al final de nuestro encuentro me sentí fatal. Exactamente como cuando llevas una vida sexual estupenda y regular, y se te acaba el chollo de golpe y no sabes qué hacer, con quién desahogarte cada vez que regresas del mercado saturada de oler pepinos y con los pubis de punta (o eso dice el profesor Hirsh, de la Fundación para la Investigación del Gusto y el Olfato de Chicago, última personalidad adoptada por Manuel Chaves para la Promoción Internacional del Gazpacho). Menos mal que Chamorro, como de paso, al despedirse, hizo un comentario equivalente a la linterna de Damocles: me recordó que Stanford es la universidad en donde estudia Chelsea. Ya saben, la falsa hija de Hillary y de Gabino Diego, que estudia rodeada de discretos guardaespaldas mientras su verdadero padre, Clinton, incurre en lapsus freudiano y capa a su perro en vez de sacarlo a hacer pipí.
Necesitaba más detritus para recuperar el tono habitual. Así que, ya en casa, me preparé una infusión con unas cuantas hojas de la novela de Campmany, y me tendí -efecto fulminante: mejor que las transfusiones de valeriana- en el sofá, dispuesta a meterme más dosis de lo que fuera. Primero conecté el Fashion de mi amado Canal + Satélite Digital, y medio me disolví analizando la nadería de John Galiano para Dior, una belleza de desfile carente de creatividad, pero muy bien de coreografía, que retrataba, a pesar suyo incluso con ironía, la más absoluta carencia de ideas de esta dizque Era: una mezcla de estilos entre Anais las Cadenas, coristas del affaire Dreyfuss y hermafroditas a lo Satiricón, pero sin ninguno de los dos sexos.
Perdí el conocimiento, y debí de darle un golpe de nalga con parche hormonal antimenopausia al mando a distancia porque desperté frente a Carlos Orellana, que había caído en las garras de Tómbola, el infeliz. Intenté no pensar (que es mi talón de Arquímedes, y de ahí a añorar la charla inteligente no hay más que un paso), pero se me coló un pensamiento propio. Menos mal que era un pensamiento imbécil. A saber, que en la actualidad se dan dos tendencias amatorias entre nuestras famosas(os) hijas(os) de, tendencias que, si las tuviéramos que definir a la manera de corrientes pictóricas como el dadaísmo o el cubismo, serían el Americanismo y el Tren de Cercanismo. Pues unas se entregan a argentinos y cubanos, y las otras a mocetones que les ponen piso en localidades catalanas periféricas como Argentona (Roci-Hito, en el pasado imperfecto) o Badalona (LaraLará).
Prácticamente con los restos de masa encefálica licuados, y por lo tanto casi feliz, me arrastré hasta mi ordeñador, que no pertenece a la generación de terminales, para acabar de una vez para siempre con el estreñimiento que la sobrina del ministro colocó en Sanidad. Y en Internet, queridos, saboreé el goce supremo de navegar por las páginas más cretinas que estos ojos han visto en la red: las que, bajo el original enunciado "web site story", Ricardito Bofill, ex Chábeli, le ha endilgado al sistema aprovechando que no puede defenderse. Me parece que, del lote, lo más aprovechable son las cuatro páginas de fotos de él consigo mismo, otros pijos y un homeless: pueden resultar un remedio para los momentos de baja autoestima.
Qué suerte: he llegado al final sin hablar de Kosovo, ni de Pinochet, ni de Cascos, ni de Desesperanza Aguirre, ni de ustedes, ni de mí. La próxima semana rozaré la perfección: les escribiré desde el lugar más inverosímil del mundo: Hollywood.
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