Magnífica gracia burra
Las películas dirigidas por primerizos suelen recordar a otras y Torrente no es una excepción. Recuerda algo del callejeo madrileño ideado por Almodóvar, recuerda algo que escapa del tierno salvajismo del Justino de La Cuadrilla, y recuerda algo, cercano a Segura, que queda en la memoria de la explosiva imagen hacinada de Madrid que Alex de la Iglesia desveló en el gran celuloide blasfemo de El día de la Bestia.Pero cuando Torrente se dispara, los parentescos se desvanecen y la mirada con que Segura hilvana imágenes encima del hilván de la historia que cuenta, se apodera de la pantalla hasta anegarla. Quedan huellas de cine ya visto, pero el cuerpo del energuménico, disparatado y divertidísimo cuento de este principiante -con gracia de esa que hace reír con las patadas en mal sitio- no tiene precedentes sino que es deducción inédita del lóbrego humor de la negrura ibérica, esa gozosa e inagotable estética de la miseria que se hizo un lugar en la cumbre del cine español con las primeras aportaciones de Rafael Azcona, y que ahí sigue, esperando a que un cuerdo temerario meta su mano en el cochambroso berenjenal y arranque de él las tripas ocultas de Madrid, cloaca de España llena de terrible y temible gracia escatológica de ilimitada irreverencia, que Segura, bajo sus balbuceos de aprendiz, mete en la ametralladora de sus tronchantes ocurrencias torrenciales.
Torrente, el brazo tonto de la ley
Dirección y guión: Santiago Segura. Fotografía: Carles Gusi. España, 1998. Intérpretes: Santiago Segura, Javier Cámara, Tony Leblanc, Neus Asensi, Chus Lampreave, Manuel Manquiña, Espartaco Santoni, Luis Cuenca. Madrid: cines Rex, Luchana, Albufera, España, Roxy, Cristal, Lido, Vaguada, Ideal, Princesa, Canciller, Acteón, UGC Cine Cité.
La película tiene torpezas de escritura y de filmación, pero las contagiosas y arrolladoras presencias que Segura organiza en su inefable territorio se las comen, y en el balance uno elige el platillo de las gracias, mucho más lleno que el de las desgracias. Las carencias del filme tienen remedio, pero sus plenitudes son irremediables de puro redondas, como el glorioso retorno de Tony Leblanc, en una composición de gran comediante, y la no menos gloriosa panda de mugrientos (imposibles, pero mágicamente creibles) despojos de acera que Segura recluta para la feroz burla a que somete a sus colegas de la modernez, esos miopes aficionaditos al thriller de pacotilla, a quienes este novato da una impagable paliza en el arte de conocer los barros que pisa.
Babelia
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