Tren veloz
Leo (El País Madrid, 4 de marzo) con inmenso alivio e innegable satisfacción que el Ministerio de Fomento ha cancelado su proyecto de tren veloz a través del valle del Lozoya, contra el que se habían presentado 6.653 alegaciones de particulares y 57 escritos de organismos e instituciones. Enhorabuena al ministerio y a toda la Administración por esta insólita muestra de sensibilidad y sentido común, y enhorabuena, sobre todo, a quienes evitaron con su esfuerzo que se consumase la tropelía. Nuestra sierra segoviano-madrileña es patrimonio precioso de ambas provincias y, por lo que se refiere a Madrid, pulmón, manantial, belleza, vida. La vertiente sur ya está demasiado poblada, explotada, contaminada, ultrajada por el presunto progreso, que sólo lo es para unos pocos: quienes se meten el dinero en el bolsillo a manos llenas desarrollando proyectos como éste. Para los demás, la inmensa mayoría, es sólo un robo a mano armada de su patrimonio ecológico.En cualquier caso, esta tregua (ojalá fuera un armisticio, pero no lo creo del todo) ofrece una buena oportunidad para reflexionar un poco sobre los últimos acontecimientos relacionados con el tema. La primera cuestión sería, como se preguntaba en estas páginas algún lector, ¿por qué un AVE a Valladolid? ¿Es que Aznar no quiere ser menos que González? Fernando Parra, experto en infraestructuras de Aedenat, expresaba un pensamiento coincidente: "El uno lo hizo (el AVE) a Sevilla; el otro lo quiere hacer a Valladolid. Si el que viene es de Lugo, ya sabemos lo que nos espera".Otra preguntita: ¿hubiera sido lógico el desvío a Segovia? Si la menor distancia entre dos puntos es la línea recta, basta mirar un mapa para darse cuenta de que no. Un tren veloz que se desvía de la línea recta siempre será un tren veloz... pero menos. También sería lícito preguntarse si la monumental Segovia, cuya calidad de vida es infinitamente superior a la de Madrid, merece el oprobio de convertirse en enésima ciudad- dormitorio de la capital.
Al margen de estas consideraciones, estremece el inventario de estragos físicos y ecológicos que el dichoso tren causaría en ambas vertientes. Empecemos por la madrileña, léase valle del Lozoya. ¿Se imaginan un tren rápido escindiendo esta reserva medioambiental (aunque los técnicos redactores del proyecto prometieran en nombre de su futuro ferrocarril hacer el menor ruido posible en época de apareamiento, ¡increíble!)? ¿Se imaginan babilónicos puentes sobre 88 cauces y 15 ríos? ¿Se imaginan la destrucción arbórea en el hoy precioso y umbroso puerto de Canencia? ¿Se imaginan un tren saliendo a lo bestia de un túnel, en dicho paraje, para lanzarse por un viaducto de 50 metros de altura y casi dos kilómetros de longitud?
Pero no seamos egoístas y pensemos también, piadosamente, en nuestros hermanos segovianos. El dichoso tren, tras dejar atrás el valle del Lozoya, atacaría la boscosa Tierra de Pinares, de extensión mucho mayor. Consumada la violación de esta gran reserva de agua y oxígeno, bajaría en derechura a cargarse el rico legado patrimonial de la vertiente norte, comenzando por el monasterio cisterciense de Santa María de la Sierra, la iglesia románica de Pelayos de la Sierra y la de San Miguel de Sotosalbos, un pueblo casi milagroso rodeado de dehesas y de silencios, rotos tan sólo por el bramido de algún ternerillo o el canto del cuco. Parece que el trazado de Fomento hubiera pasado muy próximo al último de los templos citados, que es monumento histórico nacional. En la pequeña historia del tren veloz brillan con luz propia dos hechos inéditos e inhabituales.
El primero es la movilización espontánea y solidaria de las dos vertientes serranas en defensa de su patrimonio ecológico y monumental. El segundo, que los alcaldes -en la segoviana- y el señor presidente de la Comunidad -en la madrileña- se hayan alineado en esta ocasión con el pueblo en la defensa de sus legítimos intereses. Hay que subrayar, además, que los citados regidores pertenecían a partidos distintos, a saber, cinco del PP, cuatro independientes y uno del PSOE. Cuando suceden cosas así, y no recuerdo que hayan acaecido nunca hasta ahora, el alma se solaza y nos invade una desconocida bienaventuranza. Hasta parece que vivimos, de verdad, en democracia.
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