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La ruleta rusa de Suharto

El presidente indonesio inicia su quinto mandato en medio de una crisis que conduce el país a la bancarrota

ENVIADO ESPECIALLos aeropuertos y las autopistas que llevan a la capital son la primera impresión que el viajero recibe cuando llega a un país, y el aeropuerto Sukarno-Hatta y la autopista hasta el centro de Yakarta no tienen nada que envidiar a nadie. Una vía de tres carriles perfectamente asfaltados y señalizados, adornada con ricas plantas y flores tropicales, lleva hasta el centro de una ciudad con un núcleo comercial y financiero de espléndidos y modernos edificios, muchos de ellos tocados con una ligera inspiración javanesa, la cultura mayoritaria en este archipiélago de 17.000 islas y más de 200 millones de personas, el cuarto país del mundo por población.

A primera vista, Indonesia es un país moderno dispuesto a hacerse un lugar en el mundo. Sin embargo, este país de volcanes se halla al borde del estallido por la más grave crisis económica y financiera de los últimos 30 años, los mismos que lo ha gobernado como presidente constitucional y con mano de hierro el general Suharto, que asumió de hecho el poder dos años antes, en 1966, tras ahogar en sangre un intento de golpe de Estado comunista. Sólo Fidel Castro lleva más tiempo que Suharto al timón de un país. La crisis financiera desatada en la segunda mitad del año pasado en el sureste asiático ha golpeado a Indonesia con más fuerza que a sus vecinos, y mientras Corea del Sur, Tallandia o Malaisia parecen estar en el camino de la recuperación, la orgullosa Indonesia de Suharto no está dispuesta a aceptar la medicina recetada por el Fondo Monetario Internacional (FMI), alarmado por las consecuencias del hundimiento de un país clave en la región.

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Como en Bienvenido, Mr. Marshall, la fachada indonesia es impecable, pero en el momento que se raspa se ve que hay otra Indonesia, con un elevadísimo porcentaje de la población que vive en precario con un salario mínimo de 4.000 rupias (unas 60 pesetas) a la hora. Y eso si hay trabajo, que ahora desaparece a ojos vistas al cerrar numerosas empresas: sólo en Yakarta han quebrado el 30% de las constructoras. En la economía de supervivencia, los ingresos son misérrimos. La crisis económica aprieta cada día más y la desatada inflación se lo come todo.

A la sombra de los grandes edificios del centro financiero de Yakarta se levanta Pasar Tanah Abanc, un clásico barrio oriental de laberínticas callejuelas de chabolas y suelos encharcados en el que hombres, mujeres y niños comparten el abigarrado espacio con gatos y gallinas. La familia de Taufik está mucho mejor que los vecinos que viven junto a la acequia por la que corre un agua sucia en la que flota toda clase de porquería. El abuelo, su hijo y su nuera y dos nietos pequeños comieron el domingo arroz con verduras, algo de patata y un pequeño pescado ahumado cada uno. "Es muy difícil llegar a final de mes", dice la mujer. "Antes comíamos carne dos o tres veces por semana y ahora es una o dos veces cada 15 días". La vivienda es una casa molinera con varias habitaciones y suelo irregular que para si quisieran los vecinos que viven junto al canal: hasta tiene televisión. A pesar de lo que debe apretarse el cinturón, la de Taufik es una familia afortunada: el jefe del hogar trabaja, lo mismo que ocho de sus otros 10 hermanos.

Taufik ve con aprensión el presente de Indonesia y duda sobre el futuro. "Suharto me gusta el 60%. Ha desarrollado el país, pero hace mucho por su familia y no lo suficiente por el resto. Aquí, todo es de sus hijos. Eso no es normal. Me disgustan al 100%. Como tampoco es normal que Suharto lleve tanto tiempo. A la gente no le gusta este Gobierno". Son palabras que parecen un mantra estos días en Indonesia. En el circuito diplomático, entre la clase media, en los mercados, hay como una consigna: "El viejo tiene que marchar se"."Hay protestas, aunque pocas", dice Taufik, que no ha articipado en ellas se atreverá a harlo. "Quizá con el tiempo la gente pierda el miedo. Pero es que el Ejército está en alerta y soldados disparán si se les da la orden". En las calles de Yakarta se ven muchos policías, pero en Pasar Tanah Abanc, fuera de la vista de extraños, un camión de soldados con traje de campaña negro y fusiles de asalto monta cansinamente guardia.

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Bill Clinton, dos veces por teléfono; Michel Camdessus, director gerente del FMI; Helmut Kohl, la Unión Europea, el ex vicepresidente norteamericano Walter Mondale..., una pléyade de dirigentes políticos y económicos de todo el mundo, han hablado o visitado al presidente Suharto para intentar convencerle de que asuma las recomendaciones del FMI para salir de la crisis, Un conjunto de 50 medidas aceptadas en enero por el propio Suharto, a cambio de 43.000 millones de dólares de ayuda (más de 6 billones de pesetas). Pero Suharto no las ejecuta y mantiene al país al borde del abismo. El sector privado está en quiebra técnica, el endeudamiento público es inabordable y en los cofres del Estado no hay más allá de 10.000 millones de dólares (billón y medio). "Aquí sólo hay recursos para tres meses", auguraba ayer una fuente de medios financieros. Es como si Suharto estuviese jugando a la ruleta rusa.

Si Suharto hubiese cumplido su palabra, debería ya haber metido mano en el irracional sistema bancario de Indonesia, donde hay bancos como en España hay bares; reducido subsidios, y acabado con los monopolios, el gran negocio de su extensa familia (la impoluta autopista de peaje del aeropuerto es de Tutut, la mayor de seis hermanos) y prominentes amigos, que manejan Indonesia como una finca particular. El que gusta de llamarse Padre del Desarrollo -no en vano ha llevado a Indonesia desde los 70 a los 1.000 dólares de renta per cápita en 30 años, aunque oficiosamente se estima que unos 80 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza- ha hecho algunos retoques que traicionan su voluntad de líder nacionalista de no ceder a la presión externa.

Suharto va a ser reelegido hoy por el Parlamento, a sus 76 años, para un séptimo mandato de cinco años y se llevará como vicepresidente a su amigo Yusuf Habibie, un tecnócrata manirroto que pone los pelos de punta al FMI y que desagrada al Ejército, la única institución que funciona con rigor. "Es una candidatura que desafía la ley de la gravedad", confía una fuente diplomática.

Suharto insinuó el pasado mes de agosto que iba a necesitar poderes especiales para hacer frente a las amenazas que se cernían sobre el país y ayer se los concedió el Parlamento de Yakarta, que evoca intensamente a las Cortes franquistas. De momento se ignora cuál será su alcance, pero se especula con la capacidad de disolver las Cámaras y prohibir los partidos. El Ejército, mientras tanto, guarda silencio. Suharto lo domina: ha puesto a un yerno al frente de la unidad más importante del país y los generales han sancionado la candidatura de Habibie para la vicepresidencia.

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