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Aprender de Netanyahu

Emilio Menéndez del Valle

En la entrevista de M. Á. Bastenier con Netanyahu, publicada en este periódico el pasado jueves, destacan dos rasgos básicos del primer ministro israelí: mesianismo y certidumbre. Aun sin calificarlo así, el entrevistador introduce el primero: "El líder del Likud se siente habitado de una visión histórica: salvar a Israel de enemigos y neutrales". El segundo rasgo, la certidumbre, es un arma de doble filo. Las certezas absolutas pueden resultar un buen arma política en momentos verdaderamente graves para la existencia de una comunidad, pero devienen obstáculo serio cuando se elevan a categoría inmutable.Impávido, Netanyahu espeta que "los europeos no saben nada de Oriente Próximo" o que "la prensa no sabe lo que dice". Lo afirma con la misma arrogancia con la que presupone que los palestinos aceptarán al final, por muy ignominiosa que sea, cualquier oferta que les haga. Esta forma de actuar (¿y de ser?) ha llevado a la Autoridad Nacional Palestina a ver un posible acuerdo no como un compromiso entre dos partes, sino como una imposición de una sobre la otra, sin tener en cuenta aspiraciones legítimas. Ello no ocurría antes de Netanyahu. Éste no sólo es capaz de proclamar fuera de casa, en palabras de Bastenier, certezas incólumes, algunas de ellas salpicadas de mal gusto y de mala educación. En casa puede ser todavía más "cierto", aunque probablemente cada día menos incólume. Así, el pasado septiembre, en plena ofensiva contra los acuerdos de Oslo y en el más puro estilo aznariano, hizo saber que los dirigentes laboristas que firmaron aquéllos debían "bajar avergonzados los ojos y cerrar la boca", dado que, según él, los pactos asumidos por el anterior Gobierno "ponen en peligro la seguridad de los ciudadanos israelíes".

Sin embargo, por primera vez en su historia, los ciudadanos de Israel están en peligro no tanto por las amenazas externas como por las internas. Así opina la mayoría según una reciente encuesta. Un creciente abismo separa a los judíos de origen europeo de aquellos con raíces orientales, a los laicos de los religiosos, a los nacidos en el país de aquellos nacidos fuera, a los ciudadanos judíos (cinco millones) de los ciudadanos -aunque de segunda categoría- árabes (un millón). Los ciudadanos de Israel no están seguros de casi nada. A diferencia de su actual primer ministro, el pedagogo Netanyahu, la mayoría de ellos no pregona verdades absolutas. Pero ello es positivo y probablemente les conducirá a una sociedad cada día más democrática. Porque la democracia se afianza cuando se renuncia a las certezas incólumes. La democracia nació en Europa precisamente cuando desechó la certidumbre, esto es, cuando se extendió la creencia de que una persona no puede imponer a otra su propia certeza. En el centro y norte de Europa se enseña en las escuelas que la democracia es hija de la Reforma protestante. Con razón. A partir de ella, el individuo era responsable ante la divinidad por la manera en que vivía su propia vida. La Iglesia podía difundir una determinada concepción de la voluntad de Dios, pero, en última instancia, únicamente decidía la persona, cada persona.

Quizás Netanyahu padezca el síndrome Grossman, que alude a su compatriota David Grossman, autor de un best seller sobre el holocausto. Hace una década, cuando Arafat asumió públicamente la resolución 181 de Naciones Unidas, aceptando así la existencia del Estado de Israel, Grossman escribió: "Durante años y años habíamos esperado esas palabras. Y ahora que Arafat las ha pronunciado, sólo sabemos decir: no puede ser verdad, no es sincero. Ésta es la trampa en que nos hallamos los israelíes. Nos aterrorizan los cambios, pero no nos espanta el cambio a peor, sólo aquellos que suponen una mejoría, los que nos obligan a enfrentamos a una situación nueva... el miedo bloquea todo intento de comprender la realidad". Por esas mismas fechas The New York Times editorializaba: "Lo más preocupante es la falta de voluntad de los políticos israelíes para afrontar el cambio de proporciones sísmicas que se ha producido". Dos lustros después, Netanyahu nos visita. Tal vez Europa -que a lo largo de su historia ha experimentado transformaciones de naturaleza apocalíptica- podría enseñarle algo. Empero, no estoy seguro. Ojalá aprendiera simplemente a desembarazarse del principio de la certidumbre. Shalom.

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