Un futuro sobre ruedas
Siete jóvenes crean una empresa de mensajería en Vallecas para escapar de la marginación
El porvenir de María, Justo, Guillermo, José, Martín, Miguel y Juan Andrés se sustenta en 14 ruedas. Tres motos y dos furgonetas son hoy por hoy la única fuente de ingresos y la esperanza de futuro de estos siete jóvenes, que, en su mayor parte, han conocido las toxicomanías, la cárcel o el desarraigo familiar. Todos trabajan en la empresa de mensajería que ellos mismos crearon hace un año bajo el amparo de organizaciones como los Traperos de Emaús, Cáritas, la Coordinadora de Barrios y las Madres Unidas contra la Droga, que forman una red de apoyo social en barrios de la periferia madrileña.
Esta Mensajeria Emaús (551 18 03, 551 53 07) intenta encontrar su hueco en un mercado tan competitivo como el de los envíos de paquetería y las pequeñas mudanzas. Algo que sus integrantes ven posible, aunque por ahora tengan que apechugar con sueldos que parecen propinas (unas 20.000 pesetas). Pero, sobre todo, según explican los siete jóvenes, esta empresa es un motivo para luchar por un porvenir que creían perdido.
Pepe, un madrileño de 25 años, prefiere no pensar dónde estaría si no existiesen ni la mensajería ni la Coordinadora de Barrios. Preso durante más de un lustro por robos que cometió cuando era casi un menor de edad y estaba enganchado a la heroína, abandonó hace un año la cárcel sin saber adónde ir ni qué hacer con su vida. "Desde que salí a la calle vivo en la casa de Enrique Castro, el párroco de San Carlos Borromeo, en Entrevías, y así he entrado en contacto con Traperos y los demás", explica.
Fue como encontrar una segunda familia, ya que todos estos grupos impulsores de la mensajería se dedican desde hace años a prestar apoyo a jóvenes como él. Tienen seis pisos de acogida y otros dos proyectos de autoempleo, además de éste, para grupos desfavorecidos. El más conocido es el de los Traperos, con servicio de mudanzas y tiendas de venta de objetos usados en la zona del Rastro. Regentan, además, un taller de reparación de motos en el barrio de San Fermín.
La mensajería tiene por ahora más gastos que ingresos, pero sus integrantes están contentos con el resultado de los primeros 12 meses. Mientras, reciben ayuda de las asociaciones promotoras de la idea, con las que, ellos, a su vez, colaboran en todo lo que pueden. Justo, el veterano del grupo, con 35 años, juzga su pasado de drogodependiente, atracador y presidiario con distancia e ironía. Locuaz y vehemente, este vallecano es el comercial del grupo. Sus esfuerzos se centran ahora en evitar que su historia se repita en su hermano pequeño, Guillermo, de 17 años, que también forma parte del grupo. Guillermo no tiene ningún problema de drogas ni de cárcel, pero, como su hermano mayor, arrastra la pesada carga de lo que en el lenguaje de los servicios sociales se llama una familia desestructurada.
Justo lo explica de una manera menos eufemística: "Nuestra madre es una mujer débil que vivió primero con mi padre, un policía corrupto que nos pegaba y nos mandaba a la calle a robar, y después con el padre de Guillermo, un hombre demasiado aficionado a beber".
Secuelas físicas
Del pasado le han quedado secuelas físicas que le impiden realizar esfuerzos prolongados. "Si estoy aquí es porque en todos estos años, en los que sólo había colegas y ningún amigo de verdad, siempre he tenido el apoyo de la gente de la parroquia de Entrevías, que nunca me han dejado tirado, a pesar de las putadas que les he hecho", apostilla.María, la única mujer de la empresa, cuenta cada día lo que queda para que llegue abril. Entonces, esta canaria treintañera afincada en Madrid desde hace año y medio volverá a vivir con sus dos hijos, de 17 y 8 años. En medio han quedado 12 años de adicción y varios intentos fracasados de desintoxicación, que culminaron con un éxito hace dos años. Mientras, los niños vivían con los abuelos.
"En una granja para toxicómanos de Canarias conocí a mi pareja y, ya desenganchados, nos vinimos con su familia", explica. "Con las pesetillas que saco aquí, las que gana mi chico en Traperos y alguna ayuda, hemos alquilado un piso", añade ilusionada. El caso de Juan Andrés y Miguel es distinto. Ellos son un pedagogo y un trabajador social que reniegan de sus títulos, pero no de iniciativas como ésta.
Este proyecto comenzó a fraguarse hace tres años porque la red de Traperos de Emaús no daba abasto para dar una salida laboral a todos los chavales que llegaban a ellos. Era necesaria además una alternativa que requiriese menor esfuerzo físico que portar muebles para aquellos a los que las drogas dejaron una herencia de enfermedades.
Los Traperos cedieron un local suyo en el polígono artesanal de La Cerámica, en el barrio vallecano del Fontarrón. La Fundación Raíces, vinculada con la parroquia de Entrevías, puso dinero para comprar motos, y las Madres contra la Droga cedieron una furgoneta.
Un microcrédito de Cáritas, es decir, un préstamo sin interés para favorecer el autoempleo de colectivos desfavorecidos, dio otro empujón a este proyecto, en el que todos son jefes y empleados. El resto son horas de teléfono móvil y carretera.
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