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CINE

Una carcajada oscura

En el último tramo de su cine, desde que hace seis o siete años se desató de lastres e inició el vuelo libre en que sigue embarcado, Woody Allen se reinventa en cada nueva película y da la impresión de que desvela en ella algo que ya existía de forma larvada en algún rincón de su obra precedente, pero sin caer en la reiteración y menos en el autoplagio, siempre en línea de ascenso, en busca de más complejidad y más dificultad.En el torbellino de idas y venidas que convierte a Desmontando a Harry en un genial zarandeo al espectador, sorprendido y agradecido por el derroche de ingenio y talento al que asiste, volvemos a encontrar, por ejemplo, el juego de la ficción dentro de la ficción que Allen emprendió en La rosa púrpura de El Cairo y otras películas, comenzando por la primera de todas, Sueños de un seductor. Pero lo que en estos antecedentes era una ocurrencia chistosa, brillante y resuelta de manera fácil, aquí alcanza un estadio formal superior a través de veloces transiciones del chiste al humor, incluido el oscuro humor sin gracia con que Allen nos conduce al secreto territorio común de la comedia y la tragedia, que ya visualizó en el coro de Poderosa Afrodita, pero convirtiendo lo que en esta película era un recurso ornamental en un componente sustancial de la ficción, de los personajes y las situaciones que pone en movimiento en este cruel, desternillante, inteligentísimo y despiadado desmontaje de ese tal Harry, que tiene algo de desmontaje de una sombra, al mismo tiempo amarga y burlona, de sí mismo.

Desmontando a Harry

Dirección y guión: Woody Allen. EE UU, 1997. Intérpretes: Caronine Aaron, Woody Allen, Bob Balaban, Richard Benjamin, Kristy Alley, Eric Begosian, Haazel Goodman, Billy Cristal, Judy Davis, Hazelle Goodman, Demi Moore, Robin Williams, Elizabeth Shue, Mariel Hemingway, Arny Irving, Tobey Maguire. Madrid: cines Gran Vía, Madrid, Paz, Conde Duque, Amaya, Cid Campeador, Morasol, Vaguada, Aluche, Albufera y (en V. O.) Luna, Ideal.

En 90 minutos de pasmosa (porque se ve con inexplicable ligereza) densidad, Allen suelta y luego maneja con endiablada soltura nada menos que 26 personajes, todos reconocibles como tales personajes, aunque casi todos sean sombras de sombras. No es que llene el encuadre con peleles de fondo destinados a hacer bulto, sino con acabadísimas construcciones de gentes que tienen un punto de entrada y otro de salida en la ficción y que trazan un itinerario propio entre uno y otro, recorrido en el que rozan o topan con otros y de cada encuentro saltan chispas, unas en carcajada y otras en hielo para esa carcajada. Otra vez Allen enteramente fiel a sí mismo, pero rozando nuevamente, como en Balas sobre Broadway, zonas de dificultad expresiva difícilmente superables, signo de ese raro cine que nada más nacer se ve que quedará.

De lo anterior alguien puede deducir que Desmontando a Harry tiene un entramado argumental complicadísimo, pero no es así, sino al contrario. La película se sostiene sin apenas argumento y su denso y torrencial entramado se acerca a una abstracción que no hay manera de contar, porque no está hecha de una sucesión de sucesos, sino de un vertiginoso relevo de cruces de situaciones dentro de una deslizante materia narrativa hecha con idas y venidas de presencias que se relevan y se mueven alrededor del mismo eje de siempre en el cine de Allen, la introspección de un hombre de mediana edad que se siente a la deriva y a merced de los fantasmas, unos exteriores y otros íntimos, con que la vida urbana contemporánea sobrecarga su alrededor familiar, convertido en territorio de muerte, fantasmal, enemigo.

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