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Equipaje de mano

Los debates sobre estética musical del XVIII estuvieron en gran medida marcados por la evolución de la ópera. De modo peyorativo, D'Alembert asignaba la comedia a la mente, la tragedia al alma y la ópera a los sentidos. En el ensayo La emancipación de la música, publicado en España hace unos anos por La Balsa de la Medusa, un analista tan sugerente como John Neubauer se preguntaba si la ópera representó una verdadera emancipación de la música en el XVIII o fue más bien una esclavización. Las pasiones suscitadas por la melodía eran en cualquier caso incuestionables en los avatares dialécticos y constituían un motor permanente en el despertar de las emociones.Una de las óperas fundamentales de la primera mitad del XVIII, Julio César, de Hándel -tal vez la más hermosa entre La coronación de Papea, de Monteverdi, y Las bodas de Fígaro, de Mozart-, se puede escuchar esta noche en Valencia con un reparto vocal e instrumental que, si logra renovar los niveles interpretativos a los que ha llegado en otras ciudades, puede encender hasta lo inimaginable la temperatura ambiental del Palau de la Música de la capital del Turia.

No es la primera vez que René Jacobs y su troupe salen de gira con Julio César. Yo les escuché el 5 de diciembre de 1994 en Lisboa y aún mantengo la excitación mágica de aquella noche. La catarsis emocional que se vivió colectivamente fue recogida en la crítica que para el Diario de Noticias portugués escribió Fátima Medeiros. Ya el comienzo era rotundo. "Lo que van a leer a continuación no es una crítica, porque la perfección absoluta no admite críticas. No es un panegírico porque las palabras, por muy superlativas que sean, no tienen fuerza suficiente para expresar ciertas emociones. No es una descripción porque hay cosas que son literalmente indescriptibles". Y no menos rotundas eran las conclusiones finales. "El mejor director del mundo dirigió a la mejor orquesta y a los mejores cantantes del mundo en la mejor partitura operística de la historia de la música. ¿Exagero? Posiblemente. Pero durante cuatro horas intemporales esa exageración se convirtió en la más evidente de las realidades. Quien estuvo allí sabe que no miento. Los que no estuvieron no podrán nunca tener una idea de lo que allí pasó". D'Alembert tenía razón al situar la ópera como compañera idónea de los sentidos. Paradójicamente, esta relación resucita de cuando en cuando.

Cada representación de ópera, aun con idénticos intérpretes, es diferente, pero hoy en Valencia estarán prácticamente los mismos músicos y cantantes -Jennifer Larmore, María Bayo, Bemarda Fink- de aquella vibrante noche de Lisboa. Ello da idea de la fidelidad e identificación de los artistas con este proyecto, y en cierta medida del carácter de compañía itinerante de comediantes que ha adquirido. En un momento en que el espectáculo operístico se mueve en gran parte al ritmo que marcan las tendencias escénicas, René Jacobs y sus artistas presentan Julio César en versión de concierto, con la verdad musical como única carta y con unos cantantes que extraen toda la expresividad teatral desde sus voces en el espacio en que se baila un chotis. Llevan como equipaje de mano la fuerza interpretativa del Barroco y la exponen con una estética no lejana a aquella máxima teatral de "dos actores y una manta" tan reivindicada en otros tiempos.

Es significativo que sea Valencia quien presente este Julio César en España. El Palau se ha erigido en la alternativa operística de las versiones de concierto, al no disponer de un escenario en condiciones para los grandes montajes, pero esa limitación la ha convertido en virtud por el cuidado en la selección de títulos y voces. Además, Valencia -o la Comunidad Valenciana- ha sido una de las canteras vocales más fructíferas durante los últimos años y a ello no es ajena la existencia de algunos maestros de canto, más bien maestras, de gran intuición y experiencia. Tampoco ha sido casual la existencia del ejemplar Taller de Opera de Valencia, ni la de una compañía que, de la mano de la recordada Enedina Lloris, recorre con óperas de cámara hasta el último rincón de la geografía valenciana.

La cita lírica de esta noche tiene, pues, cierto carácter simbólico. Es algo así como la reafirmación en la melodía de una tradición, la mirada frente al espejo del tiempo de una -recordando de nuevo a Neubauer- verdadera emancipación.

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