Rodriguez se aburre
En la conferencia de prensa posterior al Consejo de Ministros del pasado viernes, el portavoz del Gobierno se negó a comentar las declaraciones concedidas hace diez días por Anson al semanario Tiempo y rechazó las preguntas de los periodistas sobre la feroz campaña lanzada por Abc, El Mundo, Diario 16 y la COPE contra Felipe González durante la anterior legislatura, que puso en riesgo "la estabilidad del propio Estado" y facilitó la victoria electoral del PP. Rodríguez pretextó que la cuestión le aburría: una réplica adecuada para un frívolo personaje de Oscar Wilde o una coqueta damisela de un salón dieciochesco, pero impropia en labios de un servidor público, obligado por el sueldo que le pagan los contribuyentes a informar a la opinión pública a través de los medios de comunicación.El interés despertado por los avatares de la tragicómica coalición político-mediático-financiera organizada en tomo a la autodenominada Asociación de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI) se ha ido desplazando desde sus efectos visibles hasta sus orígenes encubiertos. Pero la historia muestra las dificultades para dar con las verdaderas causas de las deflagraciones misteriosas. Agustín Remesal narra en un reciente libro-reportaje (Plaza y Janés, 1998) cómo El enigma del Maine no sido despejado cien años después de que la explosión -el 15 de febrero de 1898, martes de Carnaval- del acorazado norteamericano anclado en el puerto de La Habana arrebatara la vida a 268 tripulantes y precipitara la guerra entre España y Estados Unidos. La calenturienta imaginación de los corresponsales de la prensa amarilla, el deseo de celebridad de gentes estrafalarias y las exclusivas vendidas por pícaros a periodistas ingenuos multiplicaron las hipótesis; en cualquier caso, todas las explicaciones imaginables encajan necesariamente dentro de los dos únicos supuestos posibles sobre el orígen -endógeno o exógeno- de la explosión.
La encuesta encargada por las autoridades españolas de La Habana al capitán de fragata Pedro del Peral dictaminó que la catástrofe había tenido un origen interno: la combustión espontánea de las carboneras de proa se propagó a los pañoles de municiones y provocó la catástrofe. Por el contrario, la comisión presidida por el capitán Sampson -en 1898- y la junta encabezada por el almirante Vreeland -en 1911- llegaron a la conclusión de que la causa había sido exterior: una acción de sabotaje perpetrada mediante una alevosa mina submarina. Sin embargo, una comisión presidida por el almirante estadounidense Rickover confirmaría años después -en 1975- la explicación española al considerar como hipótesis más probable la ignición espontánea de las carboneras cercanas a los pañoles.
No resultará fácil averiguar si las declaraciones de Anson fueron el producto de la combustión interna de su carácter o la consecuencia de una causa exterior. Siguiendo la doctrina del capitán Peral y del almirante Rickover, los Hermanos Belloch atribuyen la confesión del ex director de Abc a una motivación endógena, emparentada con la dostoievskiana conversión de RaskoInikov o con el arrepentimiento en el lecho de muerte del joven pecador rescatado del infierno por haber recibido el sacramento de la eucaristía durante Nueve Primeros Viernes de Mes. En cambio, los miembros de la AEPI, partidarios de la escuela exógena defendida por el capitán Sampson y los periódicos sensacionalistas de Hearst y Pulitzer, imputan la conducta de Anson a causas -alternativas o complementarias- siempre exteriores: un chantaje a cuenta de los negocios publicitarios de su hermano Rafael, una maniobra de Barrionuevo y Vera para presionar al Tribunal Supremo en el caso GAL, un largo lamento por la ingratitud de la Corona, un grito reivindicativo Qué hay de lo mío?) dirigido al Gobierno de Aznar, el síndrome de abstinencia por la influencia perdida, etc. ¿De verdad que este apasionante enigma no le produce a Rodríguez más que aburrimiento?
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