Imperio
Siempre me ha irritado el antiamericanismo visceral: es un prejuicio, modorro que, como todo dogma, impide el entendimiento de la realidad. Digamos una obviedad: los estadounidenses no son todos tontos, ni belicistas, ni inmaduros, ni carentes de capacidad crítica, ni imperialistas, como el tópico más bobalicón y etnocéntrico sugiere. Hay cosas de ellos que me desagradan (creo que es una sociedad muy dura con el débil, por ejemplo) y cosas que me gustan, como su sentido de la meritocracia, que es la antítesis de nuestro nepotismo y amiguismo.Con todo, lo peor que tiene Estados Unidos es que es el país más poderoso, y todo poder tiende a la prepotencia y al abuso. Así sucedió con la España imperial, y con la Inglaterra victoriana; y así sucede cada vez que hay un relativo desequilibrio de fuerzas. Por ejemplo, parece ser que los portugueses nos siguen viendo hoy a los españoles, seguramente con razón, como a unos chulos. Esto es lo que no entienden los norteamericanos; además de gobernar el mundo, y de colonizarlo con las ideas, los dólares, la cultura e incluso las armas, pretenden que los colonizados les amemos: y eso no es ni lógico ni humano.
Cada cual cumple, en fin, su papel histórico. Y así, en la reciente ojalá que definitivamente superada crisis del Golfo, los EE UU han ocupado el lugar del matón de la clase. ¿Y nosotros? Pues nosotroshemos protestado mucho menos que en el conflicto anterior: ha habido menos manifestaciones, menos firmas, menos alardes de indignación moral. Porque la otra vez temíamos que la guerra nos alcanzara y que acabaran cayendo bombas sobre nuestras cabezas, pero ahora ya sabemos que en estas batallitas sólo mueren unos cuantos moros allá lejos. O sea, que nosotros hemos sido como el niño cobarde y miserable que calla y que contempla.
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