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Tabaquismo y nicotina

¿Cómo reaccionarían ustedes si de pronto se descubriera, por ejemplo, que el café lleva, aparejada a la cafeína, una sustancia que perjudicara seriamente la salud? No es el caso, claro, pero tal vez sirva para comprender mejor la intrincada cuestión del tabaco. En el supuesto de que el café contuviera una amenaza mortal para gran parte de sus adictos, aun siendo personas sanas antes de habituarse, es lógico pensar que, con todo el dolor de su corazón y el de sus papilas gustativas, los consumidores procurarían cambiar su hábito malsano por el té, los refrescos de cola o cualquier otro estimulante substitutivo. Rizando el supuesto, imaginemos que en el café todo resultara nocivo menos la cafeína. Saldrían entonces pastillas, caramelos de cafeína, etcétera. Lo irrenunciable, en el café, es la cafeína, una droga suave y tonificante. Lo demás es agradable, sabroso, ritual.... lo que ustedes quieran, pero no menos prescindible que el chocolate. Sólo renuncian a la cafeína algunos enfermos, bajo prescripción facultativa, y en general, por las noches, las personas con dificultades para conciliar el sueño bajo su influjo. Pero si el café fuera una segura amenaza mortal, otro gallo nos cantara.Como el café o el té, el tabaco es portador de una droga, la nicotina, de suaves efectos estimulantes y tonificantes pero muy adictiva, aún en dosis mínimas (de eso estamos hablando). La diferencia está en que, liberados de cafeína o de teína, el café o el té son inocuos. En cambio, aun suponiéndolo liberado de nicotina, el tabaco, conservando los mismos niveles de consumo, seguiría matando a millones de seres humanos. Como décadas atrás no estaban demostrados los efectos letales del tabaco ni la potencia adictiva de la nicotina, se comprende que el tabaco campara a sus anchas. Pero ahora, con los conocimientos de su efecto letal sobre la masa, ya no. En los Estados Unidos, el principal argumento esgrimido para condenar a las compañías tabaqueras radica en la ocultación de sus estudios sobre lo adictiva que es la nicotina. Los productores de cigarrillos consideran a la nicotina como su verdadero negocio, puesto que de ella viven. A eso sí que no están dispuestos a renunciar. Todavía hoy, las cajetillas de cigarrillos olvidan advertir que la nicotina es altamente adictiva. Y es precisamente esa potencia adictiva la que disminuye hasta mínimos la capacidad para dejar de fumar, y de perjudicarse de paso seriamente la salud, en el momento en el que cada cual lo crea conveniente.

Por eso, por no advertirlo, Tabacalera debería ser condenada a indemnizar a cuantos interpusieran demandas, fueran personas físicas u organismos públicos. De otro modo, resultaría que sólo hay condena en la metrópolis, los Estados Unidos, mientras en provincias persiste la impunidad. Pero hay más, una vez conocidas la perversidad de la asociación tabaco-nicotina y sus efectos mortíferos en los fumadores compulsivos, que son casi todos, deja de ser lícito seguir cerrando los ojos ante el problema de la adicción, lo cual es una forma evidente y consciente de inducirla con fines comerciales contrarios al bienestar e incluso a la vida de los consumidores. Beber con moderación está al alcance de casi todos. Fumar con moderación no está al alcance de casi nadie. El abuso del alcohol mata, pero el alcohol no anda mezclado con nada más que sea letal. En cambio, el consumo de nicotina no mata ni mucho menos, aunque se ingiera el equivalente a 40 o 50 cigarrillos al día. Lo que mata es el cigarrillo, que fumamos porque somos adictos a la nicotina.

Ante la evidencia tóxica y mortífera del tabaco, el argumento de la bondad social (riqueza, impuestos, puestos de trabajo, etcétera) tiene la misma calidad moral que el de buscar la justificación de la industria armamentística en su beneficio económico. Primero es la vida humana, y sólo en España, la plaga del tabaco mata a 40.000 personas al año, amén de disminuir la calidad de vida de millones de personas.

Más atención merece el argumento de la sacrosanta libertad de cada cual para ingerir lo que sea. Legalicemos pues las drogas, pero castiguemos a quienes las vehiculen a través de sustancias que matan. El alcohol circula libremente. Si abusamos, nos quedaremos sin hígado y pereceremos. Aunque nadie nos obliga a abusar. Ahí está la libertad. No en permitir la fabricación y el comercio del alcohol metílico o de absenta tóxica. Ni en la de privamos de la libertad para dejar de fumar, a través de la adicción a la nicotina, fundamentada exclusivamente en intereses económicos, recuérdenlo. Insistamos. No mata la nicotina, que es la sustancia adictiva. Mata la hoguerilla del tubo de papel con hoja picada embutida. Mata lo más prescindible para los fumadores compulsivos. Primera conclusión: libertad sí, pero no para envenenar. Y mucho menos para asociar indefectiblemente sustancias letales a una droga tonificante como la nicotina. ¿Cuál es esa extraña libertad de la que gozan los fabricantes y distribuidores de cigarrillos, que les autoriza a facilitar una adicción que tiende a anular la libertad de sus clientes para dejar de adquirir sus productos?

Se sabe que no es lo mismo inhalar nicotina a tomarla mediante parches. Si la nicotina llega al cerebro en flujo continuo produce un pobre efecto. En cambio, cuando, después de un cierto periodo de abstención, llega bombeada por los pulmones o a través de la vía directa de las fosas nasales, su capacidad estimulante es mucho más notable. Todos los fumadores de cigarrillos saben que el cigarrillo -en realidad la invasión repentina del cerebro por una mínima dosis de nicotina ayuda a espabilar, a concentrarse, a rebajar tensiones y molestias. La mitad de los neurólogos fuma. Del colectivo de neumólogos, fuma menos de la cuarta parte. La diferencia se explica por los resultados del tabaco en el cerebro y en los pulmones. Unos ven la cara, otros, la cruz.

De algún modo hay que liquidar el asunto. Si mata el tabaco, especialmente los cigarrillos, y los fumamos porque nuestras neuronas reclaman la nicotina, no sólo por el simple placer de fumar, algún camino habrá que encontrar para evitar la mortandad colectiva. ¿No existen el café descafeinado y el té sin teína? Prohíbase fabricar o distribuir cigarrillos con nicotina y sólo los fumarán los suicidas. Aparecerían entonces liberadores espasmódicos de nicotina sin humo. La perversión está en la simultaneidad. Ir a un club de fumadores un par de tardes por semana a gustar del extraordinario placer de fumar los actuales tabacos puede constituir una agradable y poco dañina costumbre. Mientras tanto, no hay otro remedio que castigar con el peso de la ley a quienes se ceban en el negocio de una adicción que lleva a la muerte. Fabricar y distribuir tabaco como vehículo único de la nicotina bombeada al cerebro, a sabiendas de que la fórmula mata, además de disminuir la calidad de vida del consumidor, es de una gravedad que merece toda suerte de condenas.

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