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La épica del aislamiento y la derrota

Siempre he sentido una gran aprensión ante quienes abusan del espíritu épico en la política. La aprensión se transforma en preocupación cuando la épica inspira nuestras relaciones internacionales.Y no me refiero al sentido épico de las batallas de nuestro Gobierno para conseguir, con la integración de España en la estructura militar de la OTAN, que la situación de Gibraltar haya quedado como estaba antes, o que Canarias haya "vuelto" bajo mando militar español. Esta épica es completamente inofensiva, salvo para la higiene mental de los destinatarios del mensaje. La épica que más me inquieta es la que se ha instalado en nuestras relaciones con la UE, de las que las del ámbito agrario constituyen su más elaborada caricatura.

Los sucesivos Gobiernos socialistas, sin ruptura en esta materia con los Gobiernos de la UCD, que sintonizaban con las corrientes europeístas de los movimientos liberales y cristiano-demócratas europeos, negociaron la integración y desarrollaron una política europea activa dirigida a conseguir para España una posición firme en el núcleo duro de la UE, entre quienes aportan soluciones para los problemas de todos y aspiran a conformar las posiciones mayoritarias, y no se limitan a formular un catálogo de reivindicaciones nacionales. Europeístas por convicción, pero también por necesidad. No es posible construir un proyecto de unidad y convivencia en democracia, paz y progreso en Europa desde la suma de 12, 15 o 25 egoísmos nacionales. Pero además, España, que, por los avatares de su historia contemporánea, había quedado al margen del diseño europeo de la posguerra, tenía muchas aportaciones que realizar a la política europea, a su política de cohesión, de solidaridad, a su vocación mediterránea, a sus relaciones con Iberoamérica o al reequilibrio de su política agrícola. Sin citar a Ortega podemos decir que propugnando respuestas europeas a muchos de nuestros problemas estábamos al mismo tiempo aportando sus auténticas soluciones.

Hemos oído tantas veces la cantinela de que los Gobiernos socialistas supeditaron los intereses nacionales a la imagen europeísta de Felipe González, que ya casi nadie se atreve a levantar la voz para resaltar lo sorprendente de que en todos los temas europeos que están ahora en discusión (fondos estructurales, fondo de cohesión, regulaciones del aceite, del plátano o del tabaco) lo que el Gobierno está planteando no es mejorar las posiciones actuales sino retroceder lo menos posible. Después de tantas críticas a la herencia recibida ahora resulta que lo mejor que nos puede pasar es que nos quedemos como estábamos, porque todos los cambios son a peor. Y para ello hay que tirar por la borda todo el capital político acumulado en Europa, que es precisamente el que ha permitido conquistar esa situación para sustituirlo por un nacionalismo rancio y ramplón de vocación aislacionista. Prefiero aceptar acusaciones de tibieza o de "vendepatrias" que contemplar pasivamente cómo se instala en la opinión pública idea de que la defensa de nuestros intereses en la UE puede hacerse contra o al margen de un proyecto europeo y europeísta para España. Esta estrategia nacionalista, preñada de épica de aislamiento y derrota, alcanza su paroxismo, en el ámbito agrario.

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En la primera etapa del nuevo Gobierno me irritaba el recurso permanente a la herencia recibida como única respuesta a los problemas el sector. Algunos líderes sindicales agrarios se movían entre el estupor y la fascinación, al ver que la ministra del ramo pretendía usurparles el puesto. Era, necesario dejar transcurrir un plazo para hacer posible un análisis más equilibrado que juzgue al entrante por sus resultados y no por sus promesas.

Pasados casi dos años, cuando se observa que no se ha avanzado un ápice en la solución de los problemas pendientes, se ha retrocedido en otros y se ciernen los más negros nubarrones sobre muchos sectores para los que lo mejor era el statu quo, la situación heredada, la continuación del recurso a la herencia recibida y a la cruzada antieuropea me genera una mezcla de aburrimiento y de preocupación. A estas alturas, pretender debatir sobre las condiciones de nuestra integración en la UE es poco relevante. Sin duda hubieran sido muy diferentes si ésta se hubiera producido mucho antes y el traje de la PAC no se hubiese elaborado en nuestra ausencia. Ésa sí era una pesada herencia recibida. En los 10 años transcurridos entre 1986 y 1996, se fueron corrigiendo, año tras año, muchos elementos de la PAC para conseguir mejorar las posiciones de nuestro sector. Acepto, no obstante, todas las carencias del pasado, y asumo la parte de responsabilidad que me toca. Lo que me alarma es que se dilapide la herencia.

Mi preocupación no se deriva de la falta de progresos y de los claros retrocesos que se han producido en esta etapa, algunos tan dramáticos como la vuelta de la peste porcina a España, sino de las perspectivas de futuro para el sector por la suma de tres factores que se acumulan en el caso del MAPA, y que afortunadamente no se dan con la misma intensidad en otras áreas del Gobierno. En primer lugar, una opción ideológica de perfil marcadamente antieuropeo, unida a un grave desconocimiento del proceso de negociación permanente que caracteriza a la UE, donde quedarse en minoría testimonial, como se ha convertido en norma, es casi siempre la consecuencia de un fracaso negociador, y donde las discrepancias con los interlocutores nunca deben quebrar la cooperación. En segundo lugar, una notable incapacidad para asumir las responsabilidades de gobierno, que lleva a continuar ejerciendo de oposición de la oposición en España y de oposición de la Comisión en la UE, en lugar de negociar y tomar decisiones en ambos ámbitos, porque en ambos es Gobierno desde hace casi dos años. Por último, la supeditación de los intereses de un sector y de un ministerio, al que se califica como "de segunda", a su utilización como plataforma de imagen al servicio de una ambición, por otro lado legítima.

Y no es que no haya que poner a veces pies en pared en Bruselas para defender intereses especialmente sensibles de nuestro país. A mí me tocó hacerlo con el sector del vino y con la supresión del periodo transitorio para nuestro sector pesquero. Pero no puede ser más que un recurso excepcional, que tiene su coste, y que debe ir acompañado de un importante esfuerzo de persuasión y negociación en lógica comunitaria y no sólo nacional.

Movilizarse en una cruzada contra Europa, dejarse arrastrar por esa épica del aislamiento y la derrota, tan recurrente en la historia de España puede políticamente muy rentable a corto plazo, pero también extraordinariamente grave para nuestro peso, nuestro prestigio y nuestros intereses. Hoy son los productores del olivar, del tabaco, del plátano, del porcino, y los afectados por las penalizaciones que no se ha sabido negociar, los que se conformarían con que las cosas se mantuvieran o volvieran a como estaban en mayo de 1996. No tardarán demasiado en incorporarse otros sectores para manifestarse juntos al grito de: "No nos defienda con tanta firmeza, que nos hunde".

Luis Atienza Serna fue ministro de Agricultura Pesca y Alimentación entre 1994 y marzo de 1996.

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