El grito de Asturias
El autor asegura que Asturias tiene mala imagen, cuando lo que ha ocurrido es que se ha puesto patas arriba su base industrial.
Cuando hace ahora un siglo Joaquín Costa lanzó la campaña regeneracionista contra la oligarquía y el caciquismo que inundaba el sistema político español puso como ejemplo de movilización democrática a Asturias, escribió que "el grito de Gijón" de "¡abajo el caciquismo, viva el pueblo!" era un clamor que le decía "al Gobierno, y a los que aspiran a gobernar, que la libertad es una palabra vana, llena de viento; mientras subsista el caciquismo, es sintetizar en una fórmula sencilla las aspiraciones nacionales".El Principado sintetizó muchas veces a lo largo de este siglo las aspiraciones nacionales de libertad y de democracia, primero en el tiempo de Costa y de la Restauración, luego en las luchas obreras contra la dictablanda y después en las luchas políticas contra la dictadura, hasta convertirse en la "Asturias patria querida" de los ciudadanos españoles que se identificaban con un régimen constitucional de derechos y libertades. Hoy, sin embargo, Asturias tiene mala imagen: las pérdidas de las empresas estatales, las cuantiosas subvenciones transferidas y las campañas de los predicadores del neoliberalismo utilizando al Principado como el paradigma del fracaso del sector público y del sindicalismo politizado, han convertido a esta región en un laboratorio donde se libra la última batalla política entre la derecha privatizadora y la izquierda estatista, entre el sindicalismo de clase y el neocorporativismo empresarial, entre el PP y la oposición, e incluso entre los dos vicepresidentes del Gobierno español, Cascos y Rato -con importantes intereses políticos y económicos en el Principado-, y una nueva alianza de la izquierda que podría empezar a funcionar precisamente en Asturias.
La gran manifestación callejera del 12 de febrero pasado contra el paro, la crisis industrial y la falta de alternativas económicas, que ha seguido a la anterior confrontación minera por el "plan del carbón", y el anuncio de una posible huelga general contra el Gobierno de Aznar, han destapado la caja de los truenos: sobre la base objetiva del profundo declive socioeconómico de Asturias, las fuerzas de izquierdas aliadas ensayan el asalto al poder de la derecha en el Principado, lo que de confirmarse en las urnas asturianas abriría un camino a la francesa de entendimiento estratégico entre ellas a nivel nacional, a la vez que podría llevarse por delante al diputado por la región, secretario general del PP y vicepresidente del Gobierno, Alvarez Cascos.
Ése es el fondo del conflicto, el grito de Asturias, en esta hora preelectoral de movilizaciones y algaradas: si finalmente la derecha doblega a las fuerzas progresistas en un bastión histórico de la izquierda, o si ésta consigue afirmar una nueva estrategia común que sintetice -como decía en su tiempo Costa- "las aspiraciones nacionales".
Echando leña al fuego, al grito de Asturias se ha sumado la Iglesia, que por boca del que fue presidente de la Conferencia Episcopal y es arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, ha apoyado la última manifestación, añadiendo que incluso "Asturias ha tenido demasiada paciencia" para aguantar un ajuste económico, sin precedentes en España. En efecto, mientras otras regiones con una tradición industrial semejante a Asturias, como el País Vasco o Cataluña, han tenido problemas en sectores concretos o se han visto beneficiadas por factores nacionalistas, sólo en el Principado se han juntado todas las crisis posibles: en el campo, en los astilleros, en la industria de defensa, en la minería y en la siderurgia, hasta poner patas arriba su base industrial, batir todos los récords de crisis socioeconómica y ser en estas dos últimas décadas la comunidad con menor crecimiento, mayor destrucción de tejido empresarial y más paro de todas las regiones españolas.
Ante esta situación conflictiva, la derecha, que gobierna Asturias en minoría, puso el grito en el cielo: pasó factura a los anteriores gobiernos socialistas, acusó al sindicalismo politizado y denunció la intervención del arzobispo, llegando el propio presidente Marqués a rescatar una copla anticlerical que citaba Jovellanos en las cartas a Ponz referida a que "sobraban obispos y capellanes".
Jovellanos, el padre de la Asturias contemporánea, volvía al centro del escenario en un momento crítico, como había sucedido justo 10 años atrás, cuando el mismo arzobispo se había enfrentado a Fraga y a Álvarez Cascos por tratar de volver a utilizar el santuario de Covadonga como identidad política de la derecha española: entonces también Cascos recitó la misma copla de Jovellanos.
En realidad, Jovellanos vale para un roto y para un descosido. Los neoliberales suelen utilizarlo para proponer otro modelo de región donde mande el libre mercado, y el mismo vicepresidente Cascos lo cita profusamente intentando emular al gran ilustrado: por ejemplo, en la solemne presentación que hizo de una conferencia del ex presidente de Estados Unidos George Bush en Oviedo hace unos meses se refirió reiteradamente a Jovellanos para hablar de los problemas del Principado, destacando, al igual que Jovino, que el principal era la incomunicación y el consiguiente "ensimismamiento" de la región.
Sin embargo, esos liberales de esta hora, que como los apostólicos reaccionarios del siglo pasado son contrarios a toda reforma social y democrática, han leído poco a los liberales clásicos; por ejemplo, al mismo Jovellanos, que en las famosas cartas al gran mandamás Godoy le propone la fórmula ilustrada y liberal para el verdadero progreso del país: "Las causas de la prosperidad de una nación se pueden reducir a tres, a saber: buenas leyes, buenas luces y buenos fondos".
Ahora bien, se pregunta después con razón el propio Jovellanos: "¿De qué le servirán buenas leyes ni grandes luces si no tiene fondos que poner en actividad?". Asturias tiene las leyes y las luces que necesita -Ortega y Gasset habló de los asturianos como los españoles "de la cabeza clara"-, pero ha carecido de los fondos suficientes durante las dos últimas décadas de aguda crisis y reconversión industrial para ponerse a punto; la reciente privatización de sus grandes empresas públicas -Inespal y Ensidesa- las coloca bajo control de multinacionales ajenas a la región, la minería del carbón tiene una próxima fecha de caducidad y "los fondos" que ahora se anuncian sólo dan para algunas infraestructuras y varios kilómetros de autovía, que ni la sacan de la incomunicación ni del ensimismamiento del que hablara Álvarez Cascos.
Por eso las huelgas y manifestaciones que se suceden, apoyadas en los datos de la grave crisis socioeconómica del Principado, convierten el "grito de Asturias" en una cuestión de estado para los dirigentes populares y para las grandes fuerzas políticas del país. Y entre "los fondos" y "los gritos", entre Jovellanos y Costa, el Principado se juega en los próximos tiempos su identidad histórica y su contribución -conservadora o no- a la construcción de España.
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