La locura de la guerra que viene
La justificación de un ataque aéreo a Irak se parece mucho a la del bombardeo estratégico de Alemania por parte del Reino Unido y Estados Unidos en 1942-1945. Entonces era muy fácil alegar que Hitler merecía cualquier tipo de castigo. Pero las investigaciones de posguerra demostraron que, de hecho, los bombardeos hacían poco para perjudicar su régimen o para acortar la guerra, a pesar de los cientos de miles de alemanes que murieron.Un fracaso político y militar similar puede tener el bombardeo de Irak. Al igual que en la guerra del Golfo, morirán probablemente cientos, si no miles de civiles iraquíes. Pero esto no doblegará y ni siquiera dañará a Sadam Husein. No hay ninguna razón para que se vuelva más deseoso de cooperar con los inspectores de la ONU. El general Brent Scowcroft, consejero nacional de seguridad de EE UU en la guerra del Golfo, alerta:"Le bombardeamos masivamente [en 1991] más de lo que podemos ahora y él no cambió en ningún sentido".
El objetivo de los aliados en la guerra del Golfo era claro: forzar a las tropas iraquíes a abandonar Kuwait, que habían invadido el año anterior. Ocho años después, el objetivo de los ataques aéreos es mucho menos asequible. Es forzar a Sadam Husein a cooperar con los inspectores de la ONU que buscan sus armas no convencionales.
No es suficiente que el presidente Bill Clinton y el primer ministro Tony Blair digan que todo lo que quieren es el cumplimiento de las resoluciones de la ONU sobre inspección y destrucción de armas no convencionales, aceptadas por Irak en 1991. Desde entonces, Irak ha intentado sistemáticamente ocultarlas. Porque lo cierto es que durante siete años EE UU ha estado decidido a no levantar las sanciones a Irak mientras Sadam Husein estuviera en el poder.
Es esta política la que no se puede sostener durante más tiempo. Irak no va a cooperar con los inspectores si no hay un verdadero proyecto de levantar las sanciones. La única vía para resolver la crisis a largo plazo es poner fin a las consecuencias inmediatas de la guerra del Golfo. En otras palabras, un fin del embargo y del aislamiento de Irak debería ser debatido al mismo tiempo que se hace el recuento final de las armas iraquies no convencionales: en las mismas negociaciones.
El proceso de las inspecciones de la ONU ha sido siempre raro. Ningún Estado soberano, esté dirigido por Sadam Husein o por Nelson Mandela, va a estar de acuerdo, si puede evitarlo, en que observadores extranjeros, a menudo ex miembros de los servicios de espionaje, tengan acceso libre a depedencias militares, de los servicios de información y de gobierno. Irak sólo accedió a ello en 1991 bajo la amenaza de invasión por un ejército de medio millón de hombres.
Este ejército ya no existe. La alianza de la guerra del Golfo se ha quebrado. La posición de Sadam Husein en su propio país es probablemente más fuerte que en ningún otro momento desde la invasión de Kuwait. Los aviones aliados aún sobrevuelan el Kurdistán iraquí, pero el líder iraquí tiene el control sobre el terreno.
Hay una aceptación creciente por parte de la derecha de EE UU de que el poder aéreo por sí solo no dañará a Sadam Husein. Hablan de las opciones de ataque terrestre o subversión. Los que apoyan estas aventuras neocoloniales demuestran una ignorancia peligrosa sobre lo que realmente ocurrió en la guerra del Golfo, así como de la historia política de Irak de los últimos siete años.
Es razonable pedir la destrucción de las armas no convencionales iraquíes. Pero los últimos seis meses han demostrado que esto no va a ocurrir con el proceso actual de inspección, ni siquiera con ataques aéreos. La única vía posible es ofrecer el fin inmediato del embargo como un directo quid pro quo.
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