¿Quién afeitará a los barberos?
El lunes pasado, 155 profesores de economía alemanes se declararon a favor de un "retraso ordenado" (sic) del euro. Aducen que el saneamiento presupuestario es todavía insuficiente en varios países- entre ellos, Italia, Francia y Alemania-; que el nivel de Deuda Pública en la Comunidad es excesivo; que el Pacto de Estabilidad para multar a los Estados con déficit presupuestarios excesivos nunca se aplicará cuando sean varios los países incumplidores; que los mercados de trabajo en Europa -empezando por Alemania- son poco flexibles y el nivel de desempleo alto, lo que provocará presiones políticas sobre el Banco Central Europeo para que relaje en exceso su política monetaria. Proponen, pues, posponer la moneda única un par de años" o, si no, empezarla con pocos países.El deseo de "corrección política" y de no negar la viga en el ojo propio les lleva, ¡ay!, a contradicciones: si Alemania está entre los pecadores, ¿con quién se iniciaría una unión monetaria restringida? ¿Por qué esa reticencia a compartir su moneda, si también el país germano está contaminado? Si los problemas que acechan a la moneda única son estructurales ¿se resolverían en "un par de años"?
El manifiesto rezuma el mismo recelo que ha llevado a otros a recurrir por inconstitucional la sustitución del marco alemán por el euro o que obligará al Bundesbank a pronunciarse en abril, antes de que lo hagan los jefes de Gobierno, sobre la idoneidad de cada país candidato al euro (el Parlamento Europeo, mucho más complaciente, se ha autoimpuesto un procedimiento de fast track: el 2 de mayo se limitará a votar en bloque -sí o no- sobre la lista de países, sin emitir juicio o matiz alguno sobre su composición).
Si anteriores vacilaciones alemanas sacudieron los mercados financieros (recuérdese el alboroto de septiembre de 1995, cuando en una comparecencia parlamentaria el ministro Waigel excluyó a Italia de la moneda única), el impacto de ésta será muy moderado, pues ha calado ya la convicción de que Italia no faltará a la cita del euro. Puesto que el ministro Waigel insiste en que la decisión de mayo no está tomada, el ministro italiano Ciampi prodiga en Alemania sus explicaciones sobre las cuentas públicas italianas. Incluso el primer ministro Prodi trabajará mañana en Mónaco al presidente bávaro Stoiber, paladín del rigor presupuestario. Si Italia presenta en marzo un programa presupuestario riguroso para el periodo 1999-2001, facilitará la "sublime decisión" que deberá tomar el Bundesbank al pronunciarse en abril (¿se imaginan si quien decidiera fuera George Bush jr.?). Cuando, salvo sorpresas, Alemania dé finalmente su exequatur, Francia sonreirá feliz.
Pero, sin menospreciar el esfuerzo italiano ni la legítima complacencia francesa, España habrá hecho dos contribuciones decisivas a ese previsible éxito. Primero, en septiembre de 1992, cuando el presidente González, resistiendo las presiones de cuantos países invitaban a España a seguir el ejemplo de Italia, se aferró con uñas y dientes ( ... y controles de capital) al Sistema Monetario Europeo y evitó una fractura monetaria Norte-Sur que hubiera ensombrecido el futuro político de la moneda única. Más tarde, en la primavera de 1996, cuando -de forma agria, pero eficaz- el presidente Aznar rehusó conspirar con Italia para diluir los criterios de convergencia. Reconozcamos, en fin, que la propia perspectiva de ingreso en la UEM ha recompensado el tenaz afán italiano por reducir su déficit: con una deuda pública del 122% del PIB, los bajos tipos de interés del euro son una pieza esencial -¡aunque no suficiente!- de todo saneamiento financiero.
El alegato de los profesores alemanes esboza, sin embargo, en filigrana, otros problemas de mayor calado en la futura unión. Así, si con los tipos de interés al 3% un ex ministro gaullista, Charles Pasqua, habla de la "dictadura" de los bancos centrales, ¿cómo se tomará Francia las eventuales subidas de tipos que tome desde Francfort el Banco Central Europeo? Y si, como afirman los profesores alemanes, la futura unión monetaria hará precisos un mercado de trabajo y un sistema económico más dúctiles, ¿qué Deus ex machina forzará a adoptarlos a Alemania y Francia, parangones tan sólo de estabilidad monetaria? Cuando el próximo mayo Francia y Alemania, los grandes impulsores de la construcción europea, den por bueno el afeitado de los restantes candidatos al euro, en la flamante unión monetaria se planteará la conocida paradoja: ¿quién afeitará a los barberos?
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