Parados en marcha
LAS RECIENTES manifestaciones de parados en Francia, capaces de convocar a miles de manifestantes en varias ciudades, y las protestas de los desempleados en Alemania -más moderadas- han abierto en toda Europa una nueva interrogante sobre la capacidad de resistencia social al fenómeno de la falta de trabajo en los países más avanzados de Europa. ¿Son los levantamientos franceses y alemanes tan sólo una protesta circunstancial o es la primera chispa de un conflicto social que puede extenderse a toda Europa? Éste es el fondo de la preocupación que han suscitado las nuevas actitudes de los parados en las sociedades avanzadas, al menos en el continente europeo, ante un desequilibrio que no encuentra remedio hasta ahora con las políticas económicas convencionales.Tan sólo en la Unión Europea (UE) hay 18 millones de parados, el 11% de la población activa: el 50% más que en 1991. Más de dos tercios de los franceses miran con comprensión y simpatía la rebelión de los parados. En Alemania también se advierte una cierta simpatía social ante las protestas, aunque con un carácter más moderado. Lo cierto es que, aparentemente, los casos muestran cierta similitud, aunque, paradójicamente, no demuestran un empeoramiento de la situación que explique en primera instancia la radicalización social. En Alemania, las cifras de enero presentan una cifra: récord de parados en términos absolutos (4,8 millones de personas paradas, el 12,6% de la población activa), pero si se desestacionalizan las cifras se observa un ligero descenso en la población sin trabajo. En Francia, el número de parados también descendió en diciembre por cuarto mes consecutivo. Los diagnósticos son optimistas en ambos países: indican que los efectos de la recuperación económica empiezan a notarse.
Es evidente que los parados en Francia y Alemania no prestan atención a estos argumentos, ni tienen por qué hacerlo. Su nueva tendencia a la asociación y a la protesta está fundada en evidencias muy amargas: largos años de desempleo, pocas expectativas de trabajo para sus hijos, amenazas -reales o ficticias- contra los sistemas de protección social y la conciencia de que, a pesar de los ejercicios de buena voluntad y de las altisonantes declaraciones de prioridad política a la generación de empleo, el paro se ha enquistado en las economías europeas y amenaza con ser un inquilino permanente. El escepticismo, la desesperación y la desconfianza en el futuro son las motivaciones que explican la nueva agresividad social de quienes carecen de empleo.
Es innecesario y contraproducente caer en el catastrofismo, como se viene advirtiendo últimamente en algunos análisis de alcance pretendidamente global. Ni el crecimiento del paro en Alemania -inexistente en cifras desestacionalizadas- puede equipararse gratuitamente a las crisis de la República de Weimar y al preludio del advenimiento del nazismo, como ha llegado a sugerirse de forma sensacionalista, ni el desempleo francés da para ejercicios de apocalipsis. Ni siquiera aunque planee sobre las economías occidentales la sombra de la crisis asiática.
Excluido el catastrofismo como análisis de los recientes acontecimientos en Francia y en Alemania -en España, la posición de los sindicatos, hasta ahora, ha sido relativamente moderada-, los Gobiernos europeos deben afrontar con más seriedad de la que hasta ahora han demostrado el problema real del paro, sea de forma nacional o supranacional. Mientras los ciudadanos -sobre todo quienes carecen de un puesto de trabajo- no adviertan que los Gobiernos adoptan políticas activas para elevar la creación potencial de empleo -como la discutible adopción de las 35 horas semanales, debatida ya por la mayoría parlamentaria francesa-, los riesgos de radicalización social existirán y pueden convertirse en una desagradable realidad. La paciencia, minada por décadas de expectativas frustradas, puede agotarse.
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