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Educando a papá

En Móstoles andan a la gresca por un asunto de perros. Hace unos meses, la Policía Municipal ya había anunciado sanciones contra los dueños que no respetaran las ordenanzas, pero ha sido ahora cuando han empezado a aplicarlas: multas que van de 10.000 a 150.000 pesetas por un exceso de ladridos, por permitir que los perros corran sueltos en los parques o por no limpiar sus deyecciones callejeras. En respuesta, varios ciudadanos han creado una asociación de defensa (Amigos de los Animales de Móstoles), cuyo primer movimiento ha sido responsabilizar del problema al propio Consistorio: al parecer, la ley exige que cada ayuntamiento determine unos lugares de recreo para animales de compañía, y eso allí no se cumple.Lástima, tanto sofocón, tanta desavenencia, ya que los perros son unos seres encantadores y no sería justo que ellos, al final, pagaran las consecuencias. De hecho, nada como un perro para bajarse del podio y recordar que todos los seres vivos pertenecemos al mismo árbol. Para entender que no importa en qué rama se encuentre uno. Además, son de los nuestros, se nos parecen, por más que su forma de ser (muy natural, pero repleta de misterios) no siempre se ajuste a los códigos humanos: a veces, les hipnotiza una mariposa y permanecen horas y horas recordando su vuelo. O les da por pasear: del dormitorio a la cocina, del sauce al limonero; o se vuelven pendencieros con el galgo del 22. Gimen, aúllan, se ponen nerviosos, se enamoran, les duele la tripa y se deprimen cuando llueve: situaciones, en definitiva, que originan ruidos, movimientos, olores y residuos, y que a menudo lesionan el bienestar de otros humanos para quienes los perros sólo representan una molestia y un foco de gérmenes. Así están las cosas, y nadie va a convencer a nadie, de manera que interesa llegar a un acuerdo.

Empecemos por hablar de ladridos nocturnos; entremos en ello sin enfadarnos, avancemos despacio, y reconozcamos por fin que el asunto no tiene arreglo. Los humanos, por ejemplo, no suelen gritar repetidamente por la noche, y si lo hacen, son trasladados a un hospital o a comisaría, según el caso. Sin embargo, los canes funcionan de otro modo: ellos no entienden de horarios, no fichan por la mañana, no saben explicarse mejor y cuando les surge ladrar, ladran; y dejan vendido a su dueño, eso sí. En cuanto al tema de las correas, considero un poco exagerado que se hostigue a los dueños por permitir que sus perros vayan sueltos. Depende de las circunstancias, claro está, y de la propia actitud del perro, pero sólo en casos excepcionales tendría sentido la multa.

Hasta aquí, pues, mis simpatías hacia los Amigos de los Animales de Móstoles. Hasta aquí, nada más, porque estas simpatías se tuercen, y mucho, cuando abordamos el problema de los excrementos y descubrimos la postura de dicha asociación. Al respecto, uno de sus miembros, Francisco Javier Vadillo, afirma: "Nosotros entendemos el malestar de los vecinos, pero si tuviésemos esas zonas especiales ya no se verían más cacas en las aceras". Bien, amigo: quizá en su asociación sí entiendan el malestar de los vecinos, pero dudo mucho que estos le entiendan a usted, y todavía más que les consuele su argumento. Más aún: presumo que incluso puede llegar a cabrearles, ya que se deduce, por sus palabras, que mientras las autoridades no cumplan con su parte del trato, ustedes van a seguir sembrando las calles de inmundicias. Y eso, caballeros asociados, no procede. Primero, porque es de un mal gusto asombroso; segundo, por higiene; tercero, porque representa una desconsideración hacia los servicios de limpieza; cuarto, porque no serán precisamente las autoridades quienes pisen esas palpitantes plastas; y quinto, porque con esa actitud no se fomenta el cariño a los perros.

Más valdría, creo yo, que se lo pensaran mejor y cambiaran de estilo. En todo caso, podrían ir a la huelga un día al mes y demostrar así, con hechos, la importancia de esas zonas de esparcimiento. Tal vez entonces la gente entendiera mejor sus cuitas y se animara a apoyarles en sus reclamaciones. Cualquier cosa menos llamar la atención de manera tan desagradable. Al fin y al cabo, con su conducta, los perros no hacen sino hablar en público de su amo.

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