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¿Por qué ahora?

Andrés Ortega

Las situaciones humanas complejas no suelen tener soluciones sencillas, cuando las hay. Argelia es una de ellas, la de un sistema que tiene que afrontar una amenaza de descomposición por arriba y por abajo, derivada de causas múltiples que se alimentan unas a otras. La dificultad en el análisis, no digamos ya en la prognosis, se ve acrecentada por la falta de información abierta y contrastada sobre un país que el poder ha sumido en oscuridad informativa para el resto del mundo.Al principio de todo esto, tras el golpe que interrumpió el proceso electoral cuando se presagiaba una victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) en la segunda vuelta en enero de 1992, los atentados y amenazas se cebaron en políticos, intelectuales y militares; nunca, o casi, en objetivos económicos, siempre a salvo. Esta violencia de origen ha dejado paso a un brutal terrorismo rural (casi urbano en Sidi Hamed), que ahora diezma a poblaciones enteras, fenómeno que ya empezó meses atrás -el anterior Ramadán fue sumamente sangriento-, pero que crece.

¿Por qué? Las razones son, sin duda, múltiples y alimentan una espiral de violencia que ha prendido sobre una dura tradición. Entre ellas cabe empezar por la violencia del GIA (Grupo Islámico Armado, sea lo que sea lo que ahora representa esta organización) y de otros grupos, incluso marginales que no se acogen a las reglas, como ha señalado, por ejemplo, Tahar Ben Jellun. Pero el GIA, por sí sólo, explica mucho, pero no todo. Hay otros ingredientes: un Gobierno -o mejor dicho un poder (le pouvoir)- que permite que algunos atentados se produzcan impunemente a pocos metros de cuarteles del Ejército o de la gendarmería; una guerra sucia, que muchos pretenden hoy ignorar, sobre la que puede no haber pruebas, pero de la que siempre ha habido conocimiento en las cancillerías occidentales; unas luchas y venganzas personales o tribales; el control de unas rutas por las que no transita seda sino más probablemente drogas. Sin embargo, al decir de diversos observadores, no se han apreciado importantes llegadas de armamento a Argelia para dotar a los terroristas islámicos. Mas no es necesario ningún apoyo exterior para degollar a niños y mujeres. Bastan los cuchillos.

Finalmente, aunque la lista podría alargarse más, tras estos cruentos enfrentamientos puede latir también un intento de privatización de unas tierras ricas en la parte occidental del país, donde se producen estos tiempos las tragedias, para expulsar o diezmar a sus moradores, privatización sobre la que no hay acuerdo en el régimen. Lo que se refleja en la situación es que el Gobierno, el presidente Zerual, es incapaz de imponer una línea sobre los militares, que son los que mandan. Los que siguen mandando en ese país. División por arriba, división por abajo. El caos como peor amenaza.

Europa estaba tranquila porque sus intereses -gas y petróleo, actividades empresariales- estaban a salvo de la violencia. Al menos el Estado parecía controlar una parte del país. Lo que bastaba para brindar apoyo al régimen de Zerual y a sus intentos de apertura, aunque fueran parciales. Y de repente, Argelia se ha convertido en un problema. Por supuesto, hay miedo en Europa a un éxodo masivo -que afectaría principalmente a España, Francia e Italia- en caso de serios disturbios, incluido un nuevo golpe militar en una situación en la que el FIS aparece como elemento moderador. Y en el caso de Francia, el temor, comprensible, a que la violencia del terrorismo se traslade a su territorio, donde viven tres millones de personas de origen argelino.

Esta vez la violencia no ha llegado a través de imágenes en directo de la CNN -las disponibles lo han sido a cuentagotas y siempre controladas y nunca firmadas-, sino del simple enunciado de unas cifras pavorosas en atentados en los que mueren decenas o centenares de niños, mujeres y hombres. La oscuridad informativa no ha impedido, sino todo lo contrario, en Argelia que estos días jugara el llamado efecto CNN a la hora de movilizar a una opinión pública en Europa que a su vez ha obligado a moverse a Gobiernos e instituciones internacionales. Ahora, que no antes.

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