Muere Ramón Sampedro, el tetrapléjico que reclamó sin éxito su derecho a la eutanasia
La Guardia Civil investiga el fallecimiento y la familia cree que no fue natural
, Ramón Sampedro, el primer español que acudió a los tribunales para reclamar su derecho a una muerte digna, alcanzó ayer él reposo que tanto anhelaba. El cadáver de Sampedro, de 55 años y tetrapléjico desde hace 29, fue encontrado a primera hora de la mañana en un piso al que se había mudado recientemente, en Boiro (A Coruña). A la espera de conocer los resultados de la autopsia, la Guardia Civil investiga por orden judicial si Sampedro recibió ayuda para morir. Familiares del fallecido expresaron su sospecha de que el deceso no se debió a causas naturales.
Sampedro, harto de esperar que la justicia amparase su derecho a la eutanasia, ya insinuó hace unos meses que había tomado una resolución definitiva. En unas declaraciones a la revista gallega Oá!, el tetrapléjico, confinado en cama desde los 26 años por la inmovilidad de todos sus miembros, afirmó a propósito de su destino inmediato: "Sé que puedo hacerlo y lo haré dentro de pocos meses". Incluso adelantaba las frases para su epitafio. "No habéis podido dominarme, no pudísteis mentir en mi nombre".La vida de Sampedro había cambiado bruscamente desde hace unos tres meses. Abandonó por primera vez la casa de sus padres, en una aldea de Porto do Son (A Coruña), donde siempre había residido, para instalarse en un céntrico piso de Boiro, localidad próxima. Sampedro convivía con una amiga, una mujer de la misma zona que solía visitarle en su domicilio anterior. De su cuidado se encargaban ella misma y una pareja de asistentes que le habían asignado las asociaciones gallegas de minusválidos.
El tetrapléjico y su compañera llevaban una vida muy discreta, hasta el punto de que algunos de los residentes en su mismo edificio se enteraron ayer de que le habían tenido por vecino. Fue uno los asistentes quien halló él cuerpo sin vida de Sampedro, sobre las 10 de la mañana de ayer, cuando acudió a su vivienda.
Tras el levantamiento judicial del cadáver, éste fue trasladado Al Instituto Anatómico Forense de la Universidad de Santiago, a fin de practicarle, la autopsia, cuyos resultados no se conocerán antes de una semana. El juzgado de Instrucción número 2 de Ribeira declaró el secreto del sumario y ordenó a la Guardia Civil que abriese una investigación para determinar si Sampedro se suicidó, lo que implicaría que tuvo que recibir ayuda, dada su inmovilidad del cuello hacia abajo. Un hermano del fallecido declaró a la cadena SER que la familia piensa que no ha muerto por causas naturales. Ramón Sampedro sufrió el accidente que destrozó su vida cuando tenía 26 años y estaba a punto de casarse. Desde, pequeño, Ramón conocía a la perfección la playa de As Furnas, en su pueblo natal, pero aquel día no calculó bien la zambullida y cayó sobre un lecho rocoso. A partir de entonces, la vida de Ramón se redujo al fragmento de paisaje que cabía en el marco de la ventana de su dormitorio. Encamado para siempre, luchó contra el tedio entregándose a la lectura, especialmente a la filosofía, y alcanzó la certeza de que no merecía la pena seguir viviendo, como puede apreciarse en su libro Cartas desde el infierno, publicado en 1996 y escrito con un aparato que él podía mover con la boca.
Hace cinco años, asesorado por la asociación Derecho a Morir Dignamente, que encabeza el filósofo Salvador Pániker, Sampedro acudió a los tribunales. Reclamaba que la justicia le autorizase a recibir ayuda para privarse de la vida voluntaria y conscientemente. El Constitucional rechazó la solicitud por defectos de forma y por la falta de regulación legal del derecho a la eutanasia en España. Sampedro llegó hasta la Comisión Europea de Derechos Humanos, que tampoco atendió su petición, aunque dejó la puerta abierta a que emprendiese de nuevo el proceso legal ante la justicia española. La primera batalla la volvió a perder en noviembre de 1996, tras una vista en la Audiencia Provincial de A Coruña a la que acudió personalmente.
Sampedro se había convertido en un personaje famoso, al que visitaban en su casa periodistas de todo el mundo. Ramón los deslumbraba con su entereza y lucidez. Sin abandonar su plácida sonrisa, explicaba sin descanso lo absurdo que resulta aferrarse a la vida cuando ya no es posible disfrutar de ella.
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