ETA será vencida
Lo ha dicho Eduardo Uriarte, uno de los fundadores de ETA, condenado a muerte en el juicio de Burgos. Sus declaraciones a José Martí Gómez, publicadas en el magazine de La Vanguardia del pasado domingo tienen mucha ilustración y se perciben como una voz clara en medio de tanto griterío. En el párrafo anterior el periodista acababa de recordar a su interlocutor el dictamen de un alto cargo del Gobierno según el cual llegará un día en el que quizá se acabe la pesadilla de ETA sin que haya vencedores ni vencidos. Entonces Uriarte respondió que esas manifestaciones le parecían generosas pero ingenuas. Según su criterio, ahora ETA es una organización represora, que asesina de un tiro a personas modestas, representantes políticos de una comunidad, y que ya no funciona en razón de los intereses de la sociedad vasca a la que en su origen decía defender. Para Uriarte, ETA se ha convertido en un, instrumento que lucha exclusivamente en favor de sí misma.Desde la perspectiva de uno de los etarras de la primera hora, como Uriarte, resultaría que en medio de la actual polvareda ensangrentada se habrían evaporado todas las iniciales invocaciones patrióticas y sociales, que los fundadores enarbolaron como banderas legitimadoras. Tan sólo habría quedado el interés residual corporativo de ETA, animada por una concepción totalitaria que, según Uriarte, habría perdido cualquier perfil liberador para terminar adoptando los rasgos propios del verdugo que en sus orígenes quiso combatir. Entiéndase todo lo anterior bajo la advertencia de E. H. Carr a propósito de la historia como un sistema selectivo, no sólo cognitivo sino causal, que dota al pasado de significación histórica. Advertencia todavía más pertinente cuando se indaga en los propios recuerdos, terreno muy resbaladizo sobre el que nos previno A. J. P. Taylor subrayando los riesgos de la interacción entre el opinante y los hechos que juzga. Por eso señalaba irónico cómo en Oxford toda conversación sobre el declinar de la civilización "venía a significar que los profesores universitarios carecían del servicio doméstico que habían disfrutado en épocas pasadas y ahora debían hacerse su propia colada".
En el Bucle melancólico, Jon Juaristi mantiene con atrevimiento que la estupidez está mucho mejor repartida que la melancolía, y añade: "Que alguien mate todavía en nombre de la nación vasca es, además de un crimen, un crimen estúpido, pero no más estúpido que matar hace 30 años en nombre de Euskadi o en nombre de España, en nombre de la revolución o en nombre del nacionalsindicalismo". Luego precisa: "El hecho de que muchos de mi generación no matásemos entonces por uno u otro de estos móviles se debió en parte al azar estadístico, en parte al bajo desarrollo de las tecnologías terroristas y, en mayor medida, a qué no prosperó el proyecto de guerra civil que bastantes jóvenes de la época llevábamos en el bolsillo". Y concluye: "Ninguna de las muertes violentas de entonces añadió otra cosa que envilecimiento a los ideales que profesábamos, y además, aquellos Iodos trajeron los actuales barros".
La cuestión es básica porque es de procedimiento, y el procedimiento, el método, prejuzga los resultados liberadores o asesinos. Pero que el método de ETA sea criminal para nada excluye necesariamente su éxito como recordaba el domingo en estas páginas de EL PAÍS Fernando Savater en su artículo Las almendras y el turrón. Su diagnóstico aislaba el odio como causa originaria del envenenamiento. De ahí que después buscara dónde y cómo se inocula y prescribiera la necesidad de combatir sus raíces culturales e ideológicas con las armas de la cultura y las ideas a menos que aceptemos el fatalismo de ir a peor. Nos jugamos la continuidad de nuestro sistema de libertades públicas y de ahí la importancia capital de ese combate de los orígenes que debería ser una hermosa e inaplazable tarea para el Pacto de Ajuria Enea que cumple diez años y llega la hora de revitalizarlo.
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