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La otra cara de la globalización

Joaquín Estefanía

En los últimos días, los hagiógrafos de la globalización (aquellos que no describen más que sus efectos positivos y o cultan o niegan los perniciosos) se han movilizado para negar la existencia de un pensamiento único en sus proposiciones ideológicas y, a veces, en sus intereses. Estos hagiógrafos, casi siempre instalados en sus cátedras vitalicias -es decir, sin riesgo en su propio mercado de trabajo- o en los aledaños del poder financiero, no creen que sea real la tendencia de que, cada vez con mayor frecuencia, son los mercados los que gobiernan y los Gobiernos los que administran lo que dictan los mercados.Los globalitarios (otro concepto de Ramonet, que les brindo) han escogido una mala coyuntura para saltar a la palestra. Crece la tormenta financiera en los países asiáticos que durante mucho tiempo fueron uno de sus paradigmas favoritos, y las derivaciones macroeconómicas de esos problemas comienzan a calar en la población. En toda mutación hay beneficiarios y perjudicados; entre los primeros, por el momento, se encuentran Estados Unidos y Europa. Lo ha dicho el comisario de Finanzas de la UE, Thibault de Silguy: la crisis ha conducido a una "recolocación de los capitales a nivel mundial", que se instalan en las divisas refugio (de ahí la subida del dólar). Entre los segundos, los ciudadanos asiáticos que hacen acopio de provisiones, colas ante los transportes de alimentos, vaciamientos de los cajeros automáticos para sacar dinero antes de que sus ahorros pierdan más valor, y ven, sus puestos de trabajo en peligro inminente.

La OIT ya había previsto algunos de esos desastres cuando comenzó la especulación antes del verano, pero sus críticas fueron orilladas ante la volatilidad de los movimientos financieros y las peticiones de ayuda al FMI. Dos organizaciones tan poco sospechosas de heterodoxia, como el FMI y el Banco Mundial, comienzan ahora a sacar a la luz sus discrepancias internas. Uno de los economistas más significativos de la segunda, Joseph Stiglitz (antiguo economista principal de Clinton), ha criticado al FMI por imponer recetas demasiado severas: "Un no quiere empujar a estos países a una grave recesión. Habría que concentrarse en las causas de la crisis, no en las que hacen más difícil lidiar con ellas".

Entre los acontecimientos más graves de esta crisis destacan los anuncios hechos por dos de los países afectados -Tailandia y Malaisia- de que expulsarán a millones de emigrantes por falta de trabajo. El Gobierno tailandés está buscando las medidas para repatriar a los emigrantes ilegales; del millón de trabajadores extranjeros, sólo 300.000 disponen de permiso de trabajo. Malaisia se dispone a expulsar a alrededor de un millón de personas (las previsiones de la falta de crecimiento indican una caída del empleo durante 1998 de 1,7 millones de personas), bajo la tesis de que "los trabajadores extranjeros deben dejar sus empleos a los malaisios", según el viceministro del Interior.

¿Les suena a nuestros globalitarios esta filosofía tan particularista? La globalización económica es la globalización del comercio, de la inversión productiva y de los flujos financieros, pero no de los movimientos de personas, que permanecen restringidos. Es una globalización mutilada no sólo en sus aspectos geográficos (no llega a amplias zonas del planeta, como África), sino también en lo que se refiere a la libertad de los movimientos de trabajadores y a la libre circulación de ciudadanos, que permanece en estado de excepción.

Ésta es la otra cara. de la globalización, de la que parece de mal gusto hablar. Cornelius Castoriadis, recientemente fallecido, decía que el capitalismo se nutre y avanza a través de las crisis; en cada una de ellas el sistema se purga y continúa adelante. Pero hay que contar cuántos se quedan en el camino.

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