Nacionalistas siempre ganan
No parece muy experta la ministra de Educación en el arte de mover voluntades que Gracián definía como "un saber por dónde se le ha de entrar a cada uno". Con más muestras de resolución que de destreza, es decir, haciendo exactamente lo contrario de lo que aquel sentencioso escritor aconsejaba, la ministra ha conseguido crear un frente de rechazo que ha dado al traste con sus planes de reforma de la enseñanza de las humanidades. Un frente tan amplio que muchos titulares de prensa se han referido a un triunfo de la oposición sobre el Gobierno.¿La oposición? Creíamos que este Gobierno existía por contar con el apoyo de nacionalistas catalanes, vascos y canarios, todos muy solícitos por la gobernabilidad del Estado. Pero, como bien se ha visto en el desarrollo de este caso ejemplar, la gobernabilidad ha resultado ser la más genial invención de nuestra política porque permite tener al mismo tiempo un pie en el Gobierno y el otro en la oposición. Si no se hubiera cargado de otros numerosos méritos, sólo este singular invento valdría a Pujol un destacado lugar en la historia, pues no hay antecedentes conocidos de un partido que sea a la vez Gobierno y oposición en la seguridad de obtener siempre lo mejor de ambos mundos y ahorrarse lo peor.
El descubrimiento data de 1993, cuando por vez primera un partido de ámbito estatal le solicitó su apoyo para gobernar y hasta le invitó a incorporarse al Gobierno. Poniéndose de lado, Pujol prometió lo primero, pero rechazó cortésmente lo segundo: no más Duran i Bas, no más Cambó en la política española. Tres años después, cuando recibió la llamada de socorro del partido que había permitido a sus huestes cantar aquella infamia que rimaba enano con castellano, Pujol repitió la misma postura: estaba convencido de que su capacidad de presión se incrementaría frente a un partido del que había recibido insultos hasta momentos antes de tenderle la mano, pues ninguna muestra de debilidad es más patética que solicitar ayuda del enemigo de la víspera.
Con esa fórmula, asimilada sin pérdida de tiempo por los nacionalistas vascos, habitualmente menos sutiles, los catalanes, que son los que cuentan en términos parlamentarios, descubrieron un tesoro cuyas potencialidades estaban lejos de percibir en el momento del hallazgo. Pues es el caso que, sintiéndose con renovadas fuerzas gracias al apoyo nacionalista, el partido del Gobierno entendió que podía montar una ofensiva contra el partido de la oposición, mientras éste, víctima del acoso, renunciaba a toda estrategia que no fuera devolver golpe por golpe aunque al hacerlo sufriera alguna baja. Tate, se dijeron los nacionalistas, esta gente nos abre un ancho campo de maniobra porque, si los partidos de ámbito estatal deciden entrar en un juego no ya de suma cero sino de suma negativa, todo lo que no gane uno u otro más todo lo que pierdan los dos juntos podrá caer en nuestras manos. Tener un pie en el Gobierno y otro en la oposición mientras Gobierno y oposición disfrutan poniéndose zancadillas es como dominar la totalidad del campo propio más la mitad del ajeno.
Y así va el juego. Si el Gobierno lanza una propuesta de la que los nacionalistas puedan sacar provecho, le asisten con el argumento de la gobernabilidad; si les busca las cosquillas, seguro que por allí andará la oposición con ganas de infligir una humillante derrota al Gobierno. Nada obliga a los nacionalistas a mantener la solidaridad con el Gobierno, puesto que no forman parte de él; nada les beneficiaría mantener una actitud de permanente alianza con la oposición, puesto que no obtendrían nada del Gobierno. Lo mejor es salir al campo ligeros de obligaciones, ver cómo se desarrolla el juego y apuntarse al equipo ganador.
Antes de que comience la siguiente partida, la ministra podía dedicar un minuto de reflexión a la mucha sabiduría que asistía al pelma de Gracián cuando escribió que, fuerte la verdad y valiente la razón, sin un buen modo todo se desluce.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.