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Fusiones navideñas

Joaquín Estefanía

La intervención del gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo, en la Comisión de Economía del Congreso de los Diputados, el pasado martes, atizó de nuevo la polémica de la concentración financiera en España, aquejada de multitud de rumores e intentonas ocultas a la luz pública. Rojo pespunteó fundamentalmente tres mensajes: el euro abre la vía a un proceso de fusiones bancarias; la concentración es más conveniente aún en las cajas de ahorros, muchas de la cuales no tienen la dimensión suficiente para abordar las fortísimas inversiones tecnológicas necesarias para la competencia; por último, es preciso que el Gobierno y el Banco de España permanezcan neutrales en esta tendencia.Las fusiones bancarias tienen en España teóricos de distinto signo. A finales de los años ochenta, José Ángel Sánchez Asiaín analizó en sus textos la necesidad de crecer para existir, y la hizo práctica con la frustrada OPA del Banco de Bilbao sobre Banesto, que llevó a Mario Conde al frente de este último, y con la unión de los bancos Bilbao y Vizcaya. En el otro extremo, Rafael Termes, antiguo presidente de la patronal bancaria y consejero delegado del Banco Popular, ha escrito varias veces que "si es verdad que bancos y cajas deben incrementar su eficiencia, no lo es, a mi juicio, que el camino sea el de aumentar el tamaño". Rojo -salomónico, aunque convencido del proceso de concentración- dijo en el Parlamento que no está probado que el tamaño sea garantía de rentabilidad. Y el presidente de uno de los grandes bancos españoles incidía el pasado viernes ante EL PAÍS en esta última duda, poniendo como ejemplo los resultados del semestre del primer banco del mundo: el Bank of Tokio-Mitsubishi anunciaba esta semana unas pérdidas de casi 900.000 millones de pesetas.

Pese a ello, este mismo mes se cerraba en Europa el último (y más importante) caso de fusión bancaria: la protagonizada por la Unión de Bancos Suizos y la Swiss Bank Corporation. La institución resultante se coloca como segundo banco del mundo por activos, con casi 100 billones de pesetas, un 25% más que el producto interior bruto español (77 billones de pesetas).

El segundo mensaje de Rojo se refería a las cajas de ahorros. Su proceso de concentración ha de hacerse entre ellas mismas o comprando bancos, pero no en sentido contrario: un banco no puede adquirir cajas de ahorros debido a su complicada naturaleza jurídica -no son sociedades anónimas-, lo que levanta ampollas entre sus competidores financieros. Es seguro que la mayor parte de las cajas estudia operaciones para reducir su número; los bancos medianos (o algún extranjero) son objeto de análisis minucioso por las cajas más grandes y dinámicas.

La última recomendación del gobernador del Banco de España -la neutralidad de la autoridad monetaria y del Ejecutivo en las fusiones- tiene que ver con la historia reciente. Uno de los elementos de mayor tensión durante los mandatos socialistas fue la interferencia -a veces obsesiva- de algunos de sus responsables económicos para reconducir o recomendar operaciones relacionadas con la propiedad o con la gestión interbancaria. Esa atención prioritaria del Gobierno en el sector financiero parece no haberse reproducido con el PP, lo que resulta paradójico conociendo su intervencionismo arbitrista con las empresas públicas privatizadas o por privatizar (Telefónica, Endesa, Repsol). La piedra de toque de esta tendencia será Argentaria.

El efecto euro teñirá de concentraciones el mapa empresarial europeo: los expertos pronostican, para principios de siglo, no más de dos o tres grandes grupos financieros europeos que competirán con japoneses y norteamericanos. En España, la batalla está implícita: por destapar.

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