_
_
_
_

Soldados usados por la URSS como cobayas de programas nucleares revelan su drama

La URSS arrastró en su caída a la ley del silencio que durante décadas ocultó el horror. Hace mes y medio, se supo que hubo más de 100 explosiones nucleares secretas, incluso cerca de zonas habitadas. Y ahora, un reportaje del diario Trud aumenta la dimensión del espanto al revelar detalles espeluznantes de cómo, al menos en la década de los sesenta, miles de soldados de reemplazo fueron utilizados como carne de cañón por el programa atómico soviético.Víktor Goloschapov relata cómo un mal día de 1963 llegó a una estación de funesto nombre, Final, para prestar su servicio militar en el polígono nuclear de Semipalatinsk (Kazajstán). Su primera misión le situó, con sólo unas gafas protectoras, a 10 kilómetros de donde se hizo detonar una bomba. No tuvo tanta suerte la siguiente vez cuando, minutos después del estallido, caminó con sus compañeros hacia el epicentro. De repente, empezó a caer sobre ellos ceniza radiactiva, grandes pedazos, "como medusas", de cinco o seis metros de diámetro. Las agujas de los contadores Geiger se volvieron locas.

Empezaba a considerarse afortunado porque no, le hubieran caído encima trozos de los tanques utilizados como blanco cuando se dio cuenta de que esas medusas eran lo único que quedaba de ellos. Él y sus compañeros se lavaron luego una y mil veces, pero el nivel de radiación se negaba a disminuir. Luego tuvieron diarrea y sangraron por la nariz. Tras una semana de descanso, volvieron al tajo. Nunca pasó un examen médico completo.

Cuando quisieron darles ropa vieja, ya infestada por el veneno atómico, se negaron. Varios civiles se presentaron para convencerles. Uno de ellos se quedó espantado y dijo a sus colegas: ¡Basta! Tienen razón. Trabajan 10 o 12 horas diarias, y todo el tiempo con esa ropa sucia. Es un asesinato". Años más tarde, supo que ese científico gafoso era Andréi Sajárov, padre de la bomba atómica rusa, luego reconvertido a símbolo de la disidencia y premio Nobel de la Paz.

Al dejar el servicio, en 1963, tuvo que firmar, como todos sus compañeros, un documento en el que se comprometía a callar durante 25 años y no relacionar eventuales enfermedades con su paso por el Ejército. Su amigo Nikolái Sorvachov se quedó ciego de repente, años después. Él mismo, mientras hacía un examen, empezó a sudar sangre. Pero logró vencer a la muerte, incluso se casó y tuvo una hija. Su rara enfermedad iba y venía, pero no encontró alivio, aunque fuera sólo psicológico, hasta que se enteró de que en Leningrado (hoy San Petersburgo) había un comité de veteranos de unidades "de riesgo especial".

El jefe de este grupo, Bentsianov, había sufrido también lo suyo a causa de las pruebas nucleares efectuadas cerca de Oremburgo, en los Urales. Víktor creó un comité similar en SverdIovsk. Sólo en esa zona, hay unos 900 soldados atómicos. Puede que superen los 16.000 en toda Rusia.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_