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Recuerdos renovados

Andrés Ortega

En su reciente discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (Reflexiones sobre el pasado y su inevitable manipulación), Francisco Murillo consideraba que "el problema no es el pasado", pues "probablemente no se conocerá nunca". "Lo que sí podemos intentar saber es cómo se esgrime el pasado o lo que se considera tal en el presente", añadía, pues no se manipula el pasado, sino el recuerdo.En este tipo de procesos están inmersos muchos países, en Europa y fuera de ella, que escudriñan unos pasados que aún guardan algo de calor en el cuerpo. Quizá este impulso se deba a que muchas de las transiciones políticas de la distensión y del final de la guerra fría se hicieron echando tierra sobre unos recuerdos que hoy pueden volver. Este retorno de lo reprimido se ve favorecido por las nuevas condiciones democráticas, ya sea en Chile, Argentina o en Suráfrica.

La manera como se provoca y desarrolla este diálogo de los individuos y de las sociedades con sus pasados varía de un contexto a otro. En Francia, por ejemplo, han sido los últimos tiempos de Mitterrand y ahora el proceso de Maurice Papon, los que están obligando a revisar algunos de los mitos, entre ellos el de la resistencia al nazismo que magnificó el gaullismo, el cual se ve a su vez sometido a reconsideración. En Suráfrica se puso en marcha hace dos años una comisión llamada nada menos que de la Verdad y de la Reconciliación que trata de dilucidar a los terribles crímenes durante el régimen del apartheid, pero no condenar a los culpables. No es un tribunal penal, sino un tribunal histórico, con las oportunidades de manipulación que conlleva. Así, se están conociendo muchos crímenes, no sólo cometidos por el régimen blanco, sino también -aunque en grado mucho menor- en las luchas de poder en el seno del propio Congreso Nacional Africano, entre ellas las de Winnie Mandela. Pensar que de allí saldrá la verdad es ilusorio.

Por esta búsqueda del recuerdo puede también explicarse, al menos en parte, el éxito que ha tenido en muchos países, pero, sobre todo, en Alemania, el libro de Daniel J. Goldhagen, un joven politólogo estadounidense, Los verdugos voluntúrios de Hitler (Taurus) y que viene a explicar el Holocausto en una combinación del antisemistismo en Alemania con el regímen político de Hitler y la participación activa de muchos alemanes corrientes en este crimen. Es decir, sociedad más política. No es esta oportunidad de discutir la tesis, sino el interés de los alemanes de hoy por ver cómo muchos individuos del pasado, en su libertad de acción, optaron por participar. Es un ejemplo más, que cae sobre el terreno abonado por la querella de los historiadores sobre el nazismo, de una sociedad que una y otra vez bucea en su pasado no tan lejano y particularmente monstruoso en este caso, que entra de lleno en la descripción que del siglo XX hizo Isaiah Berlin como "el más terrible de la historia occidental"

En muchos casos, la búsqueda de una nueva tradición no es inocente. Un reciente artículo en el New York Times relataba cómo están cambiando los libros de texto de Historia en Bosnia. A los jóvenes serbobosnios, se les enseña ahora que Princip, el que disparó contra el archiduque Francisco Fernando de Austria en ese fatídico 28 de junio de 1914, era un "héroe y un poeta", mientras que a los niños croatas se le describe como un asesino formado por los serbios.

Éste es un caso diferente a esas revisiones históricas que están viviendo muchas de nuestras sociedades en esta posguerra fría que mantuvo congeladas muchas verdades y mentiras. España no tiene por qué escapar a esta tendencia. Menos aún a las puertas de un centenario como el de 1998, o planteamientos sobre una segunda transición, que parecen querer deslegitimar a la transición. Ésta, para las generaciones jóvenes, empieza a resultar lejana. Y por eso mismo empezarán a pedir una explicación más profunda, junto con la de la dictadura franquista que la precedió y que tanto tiempo duró. Si llega esta revisión será debido a la demanda de la sociedad, favorecida, sin duda, por las aportaciones de historiadores como Preston, Fusi, Juliá o Juaristi, entre otros.

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