Ballenas
Se cuenta del célebre médico austriaco Carl von Rokitansky que realizó personalmente más de 30.000 autopsias. Era un patólogo compulsivo, por así decirlo, empeñado en averiguar el origen de la muerte: quizá sospechaba que él mismo era mortal, como lo demuestra el hecho de que falleciera en Viena, hace más de 100 años, sin que haya vuelto a dar señales de vida desde entonces. Hay gente con esta capacidad para intuir su futuro. De entre sus aportaciones a la anatomía patológica cabe destacar la descripción de la atrofia amarilla aguda del hígado, que merecería pasar a la historia de la literatura. Nos hemos acordado de él estos días al ver en la prensa el cadáver de esa ballena de 70 toneladas que ha muerto en las playas de Cantabria. Rokitansky habría dado una mano por meter el bisturí en esa gigantesca cavidad abdominal.Entre nosotros, la autopsia no es un género popular. Somos más dados al sumario jurídico, quizá por nuestra formación folletinesca. Es raro el día que al abrir el periódico no tropezamos con seis o Siete sumarios, pero con ninguna necropsia. Las personas con posibilidades económicas se pasan el día lanzándose querellas mutuamente, con lo elegante que resulta intercambiar anatomías patológicas. Lo hacen para transmitir la impresión de que están vivas, aunque el color amarillo del hígado no engaña a nadie.
Con la ballena de Cantabria dudaron si lanzarla al agua y que se la comieran los peces o despiezarla en tierra, a palo seco. Ésa es otra de las dudas que corroe también a nuestros personajes públicos, de ahí que unos días nos den una ración de carne picada, y otros, de acuchillamiento. Pero nosotros no queremos esto ni aquello. Sólo anhelamos verles la autopsia, aunque no lo afirme Rokitansky, para Saber de qué van a matarnos esta vez.
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