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Tribuna
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Vocacion abismática

En mis años universitarios, recuerdo que todavía estaba de moda, felizmente superada, insistir mucho en dichos latinos que, a falta de cosa mejor, el profesor y el alumno utilizaban a la manera de refranes. Así, podía entablarse una larga discusión sobre si había o no que hacer justicia, incluso si el mundo perecía o para que el mundo no pereciera.Me trae ello a la memoria el afán, por no decir la pasión, que parece dominar nuestra escena política y que consiste en residenciar ante la jurisdicción penal nuestra más reciente historia. Si anteayer, no hay que olvidarlo, se pretendió acabar con un político que resultaba molesto, empitonándolo como financiero, desde ayer abundan cada vez más los intentos de descalificación política y de políticos mediante la exigencia de responsabilidades penales. En algunos casos los nuevos inquisidores lo hicieron tan mal que hubo que anular las actuaciones por nulidad de las pruebas -caso Naseiro-; en otros, las acciones han sido o están siendo mejor preparadas y a los GAL han sucedido los Filesa, a los Filesa puede que sucedan las cuentas de la Expo.

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Es una grave desdicha que nuestros políticos se hayan saltado tan a menudo los márgenes de la ley, y eso dice poco en cuanto al sistema de su reclutamiento y promoción a través de esas nuevas oligarquías privilegiadas que son las cúpulas burocráticas de los partidos políticos. Pero todavía es peor que, en vez de poner remedio a la raíz del mal, la mezcla de prebendalismo irresponsable y demagogia plebiscitaria que amenaza nuestro sistema democrático, se trate de utilizar sus, repito que tristes, consecuencias en poner en tela de juicio los fundamentos del sistema mismo.

En efecto, uno de los pocos pero inexcusables requisitos de la democracia plural y alternante es que la discrepancia política no se sustancia jamás por cauces penales, de modo y manera que existe una especie de inmunidad que el sucesor garantiza siempre al antecesor.

En sistemas caricaturescos, como era el mexicano, eso se conseguía mediante la inmunidad a los desmanes cometidos por cada presidente durante su irrepetible mandato. En sistemas mucho más maduros, como los de las grandes democracias occidentales, está sobreentendido que el partido que triunfa en unas elecciones, ya parlamentarias, ya presidenciales, no va a utilizar los instrumentos penales contra quienes le han precedido en el gobierno. Y los jueces, claro está, son suficientemente sensibles a la lógica del sistema para no dejarse manipular en sentido contrario.

Por eso hay alternancia garantizada, porque está garantizada la inmunidad y, por eso, allí donde la inmunidad no existe, tampoco hay alternancia pacífica. Hay perpetuación sólo quebrada por la usurpación.

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Si a alguien parecen duras o dudosas estas tesis, que repase la historia reciente de las grandes democracias de nuestro entorno y enumere en cuántas ocasiones se ha utilizado la vía penal para dilucidar responsabilidades políticas. ¿Imaginan a Blair acusando a los ministros de Thatcher o a Clinton persiguiendo a Bush? Estoy seguro que todo el mundo pensará en el caso italiano, que aparte de no ser precisamente el modelo a seguir, pone de manifiesto la crisis de un sistema cuando la alternativa al poder son los procesamientos.

La vieja disyuntiva sobre si la justicia debe hacerse incluso si el mundo perece o para que no perezca el mundo, sólo merece una respuesta sensata: la justicia no tiene una vocación vengativa ni escandalosa, sino pacificadora. Y no concurre a tal fin lo que a plazo más medió que largo, por no decir corto, encrespa las actitudes, radicaliza las posiciones, aumenta las tensiones, quiebra las confianzas y, en consecuencia, imposibilita el diálogo, transformando lo que debiera ser un certamen amistoso entre distintas alternativas en una batalla, si no campal, si, al menos, frontal.

También es verdad que todos los días vemos por doquier prácticas diferentes en que, so capa de hacer justicia, lo que se incrementan son los problemas. Pero eso depende más bien de otro aforismo latino, según el cual el abismo llama al abismo. A eso denomino vocación abismática.

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