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Tribuna
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El elixir del crecimiento

El autor analiza, a partir de la crisis asiática, el proceso de liberalización del comercio mundial y los efectos sobre las diferentes economías.

La crisis económica del sureste de Asia -rebotada desde Tailandia hasta Malaisia y desde Filipinas hasta Indonesia- es mucho más que un grave problema regional, como demuestra la baja de las bolsas desde Hong Kong hasta Nueva York, pasando por Francfort. Ahora las dudas populistas sobre la sensatez de la globalización retumban a lo largo y ancho del Pacífico y por todo el globo. Al fin y al cabo, se preguntan los enemigos del libre comercio, si los mercados financieros internacionales pueden hacer que los tigres de Asia se pongan de rodillas, ¿está a salvo cualquier país en vías de desarrollo?Ante este tipo de dudas es necesario, analizar qué ha conseguido la liberalización en las últimas décadas. En los últimos 25 años, y sobre todo desde la caída del comunismo, el mundo ha presenciado una sorprendente integración económica, quizá la mayor de la historia de la humanidad. Este proceso permitió a los habitantes del sureste de Asia soñar por primera vez con riquezas. Con la ayuda de organizaciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio, un número sin precedentes de Gobiernos de países poscomunistas y en vías de desarrollo decidieron integrar su población en el sistema mundial abriendo su economía al comercio internacional.

Sin embargo, abrir una economía que ha estado cerrada no es una opción fácil para los Gobiernos. La liberalización comercial expone a empresas a menudo poco preparadas a las intensas presiones de la competencia internacional y exige una amplia gama de reformas con frecuencia dolorosas y de decisiones políticamente arriesgadas. Y, sin embargo, incluso países muy pobres están empezando a creer que el libre comercio puede ser su pasaporte para la prosperidad. Pero a medida que la liberalización comercial se propaga a todos los rincones del mundo, se plantean preguntas vitales. ¿Impulsará, el comercio el crecimiento económico? En ese caso, ¿qué puede hacer la liberalización comercial por la causa de la igualdad de ingresos en todo el mundo?

Para responder a estas preguntas, he concluido hace poco un estudio con Andrew Warner, de la Universidad de Harvard, que abarca 111 países desde 1970 hasta 1989. El estudio revela que, como media, se puede esperar que las economías abiertas crezcan un 2,45% más rápidamente que las cerradas. La relación entre inversión y renta también era más alta en el caso de las economías abiertas, en una media del 5,4% frente a las economías cerradas, con lo que el crecimiento se ve impulsado indirectamente. Estos hallazgos confirman una verdad básica de la economía, una que se remonta a lo que dijo hace dos siglos Adam Smith: el libre comercio fomenta el crecimiento.

Sin embargo, las ventajas del libre comercio no sólo influyen en el crecimiento. La política de libre comercio parece tener un efecto positivo en otras variables macroeconómicas cruciales para la salud general de la economía, y actúa como una especie de vacuna para el sistema inmunológico de la economía.

Los países abiertos son menos propensos a los problemas macroeconómicos, como las crisis financieras o las tasas de inflación por encima del 100%. (Aunque, como ha demostrado Tailandia, una política de libre comercio no es infalible ante otras medidas miopes del Gobierno). En las economías en vías de desarrollo, más de cuatro quintas partes de aquéllos que tenían regímenes comerciales cerrados en los años setenta experimentaron graves crisis económicas una década después. Pero sólo un 6% de los países en vías de desarrollo con una economía abierta experimentaron fracasos' similares.

Aunque las consecuencias de la liberalización comercial para el crecimiento están claras tanto en el plano teórico como en el empírico, la cuestión de qué puede hacer el libre comercio por la causa de la igualdad de la renta global se conoce menos. La teoría tradicional del crecimiento económico indica que los. países pobres deberían tender a crecer más rápidamente que los países ricos. Por consiguiente, las grandes diferencias de ingresos que existen actualmente deberían tender a disminuir con el tiempo, es decir, los ingresos de los países pobres y ricos deberían mostrar una tendencia a converger.

El fundamento de esta hipótesis de la convergencia es que los países pobres pueden importar capital y tecnologías de los países ricos y disfrutar las ventajas de esas inversiones. Estos beneficios se producen porqueel capital y la tecnología son tan escasos en los países en vías de desarrollo que resultan más rentables que en las economías desarrolladas. Sin embargo, contrariamente a esta teoría, en las últimas décadas los países más pobres no han mostrado una tendencia a alcanzar a los más ricos, ni a converger con ellos.

Por tanto, ¿hay que descartar la idea de la convergencia? No. Un estudio más profundo de los datos revela que sólo los países con una economía cerrada no empezaron a ponerse a la altura de los países desarrollados, mientras que los países con una economía abierta se benefician de tasas de crecimiento superiores a las de las economías avanzadas.

Cuando examinamos el subgrupo de las economías cerradas comprobamos que, en efecto, el crecimiento de la renta por persona era el mismo tanto en los países con una economía en vías de desarrollo como en los de economías desarrolladas (más o menos un 0,7%). Esto indica que los países pobres no se están poniendo al día. Sin embargo, en el grupo de las economías abiertas, el crecimiento de la renta en los países en vías de desarrollo casi duplicaba al de los países desarrollados, (4,5% frente a un 2,3%). Estas diferencias sostenidas en las tasas de crecimiento actúan como potentes motores para disminuir, con el paso del tiempo, las diferencias de renta que existen entre los países. Al parecer, la clave es adoptar y mantener una política de libre comercio.

Por supuesto, aparte de la política comercial, hay otros factores que influyen. La protección de los derechos de la propiedad, de las libertades civiles y políticas, y la protección frente a la violencia esporádica son, entre otros, factores significativos para el impulso del crecimiento económico. Las restricciones fiscales como la reflejada por un bajo consumo público relativo al crecimiento de la renta también es importante. Otro factor que se debe tener en cuenta es la situación geográfica, ya que aspectos como la distancia de los mercados, un clima poco benigno y un suelo pobre frenan el crecimiento económico en los países en vías de desarrollo. Pero esto hace todavía más crucial el poner en práctica medidas de libre comercio, porque son el mejor instrumento disponible para compensar las cartas malas que a veces reparte la naturaleza.

Por consiguiente, la actual integración da lugar a oportunidades sin precedentes. Por primera vez en la historia, no sólo unas cuantas sociedades privilegiadas tienen posibilidad de satisfacer las necesidades materiales de sus ciudadanos. A pesar del miedo experimentado últimamente en los mercados, el clima de factores institucionales y políticos nunca ha sido tan favorable para que este enorme experimento tenga éxito, como demuestra la difusión de la democracia y el imperio de la ley en esta

década. Pero sin inteligencia, liderazgo y fidelidad constante a las medidas liberalizadoras en marcha actualmente se sigue corriendo el riesgo de que estas recompensas ni se extiendan ni se consoliden.

Copyright Project Syndicate.

Jeffrey Sachs es director del Instituto de Harvard para el Desarrollo Internacional y profesor Gallen Stone de Comercio Internacional en la Universidad de Harvard.- Ha sido el principal asesor económico para asuntos internacionales de los Gobiernos de Rusia, Polonia y Bolivia.

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