Cumbre desordenada
LA VII Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado y de Gobierno ha vuelto a poner de manifiesto las carencias de una organización que tiene un enorme potencial, aunque no cuente con los recursos organizativos mínimos para las políticas que ayuden al gran objetivo de la comunidad iberoamericana: la cooperación para el desarrollo económico y social en un marco estable de libertades ciudadanas y seguridad jurídica. "Los valores éticos de la democracia", lema bajo el que se ha celebrado la cumbre, parecían una invitación a que la reunión se dispersara una vez más por los vericuetos de la retórica, siguiendo así una tradición cultural a la que gusta más escenificar sentimientos que organizar voluntades.Venezuela introdujo una polémica inesperada al suscitar un debate, más artificial que real, sobre la "información veraz", que tuvo la virtud de poner en pie de guerra a los principales medios de comunicación del continente, y que se ha saldado con una previsible retirada de las posiciones del país anfitrión. A la información le pasa como a la democracia, que es mejor cuantos menos adjetivos se le pongan, cosa que tuvo que admitir finalmente Venezuela, cediendo así ante las protestas.
Pero la estrella habitual de estas cumbres, Fidel Castro, no faltó a la cita, aunque con un brillo mediático que palidece con la misma intensidad que pierde vitalidad su discurso, cada vez más fúnebre y agarrotado por la certeza de que el proyecto político y social que un día pretendió liderar en América se cuartea y deshace ante la hostil indiferencia de la mayoría de los Gobiernos del continente. Su defensa ante las críticas de algunos países, alineados con las tesis norteamericanas de exclusión de Cuba de la comunidad internacional, y sus insistencias en que el mundo entero debe salir del error y rendirse admirado ante la línea correcta que Cuba encarna en solitario, tuvo algo de testamento quimérico ante una sociedad que se desplaza en sentido contrario a sus ensoñaciones. Atrincherado con sus leales en el fortín isleño, Castro es hoy más que nunca el comandante de una Numancia del llamado socialismo real.
La intervención de José María Aznar, en ésta su segunda cumbre como presidente de Gobierno, ha demostrado que se puede aprender de los errores. Lejos de la peligrosa tendencia a hacer política de partido que mostró en la cumbre de Chile, Aznar se ha comportado con maneras más prudentes y diplomáticas, sin por ello cambiar su política de fondo respecto a Cuba. Consciente de que los grandes desafíos del momento no se resuelven con polémicas estériles, sino con estrategias de cooperación que consoliden la creciente presencia española y europea en el continente, Aznar evitó pleitos bilaterales y apostó por el futuro que encarnan las relaciones UE-América Latina. Los procesos de integración económica en marcha en el continente se enfrentan a la propuesta de Estados Unidos de constituir un área de libre comercio. Washington ve con creciente aprensión la influencia europea en la política latinoamericana.
La cumbre se ha visto deslucida por las carencias organizativas y la apresurada salida, un día antes de la clausura, de cinco presidentes, lo que produjo una cierta sensación de desinterés. La declaración final, un nuevo canto a la democracia, adolece de un pecado: pretender que los problemas pueden conjurarse con palabras, sin aplicarse a la tarea de resolverlos. Bien está el compromiso con la libertad, la democracia y los derechos humanos, pero poco significan las declaraciones si no se sostienen con políticas de extensión de la educación, la sanidad y el empleo, que permitan ejercer su condición de ciudadanos a amplios sectores de la población marginados por la miseria. La comunidad iberoamericana tiene un indudable potencial económico y político si sus clases dirigentes son capaces de trasladar a la vida cotidiana el compromiso democrático que suscriben con tanto entusiasmo en cada cumbre. España, como país europeo e iberoamericano, debería empeñarse en articular en la UE el trato justo que Iberoamérica merece.
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