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EL TEMPORAL BARRE ESPAÑA

El barrio de los sueños rotos

Diez minutos de lluvias torrenciales acaban con las casas y enseres de cientos de vecinos de la capital pacense

Francisco Peregil

Los dos ancianos se subieron a la terraza en cuanto se les inundó la casa. Era más de la una de la madrugada. Algunos vecinos habían llamado a las puertas ("salid, que os vais a ahogar, salid que viene el agua"). Y la gente salía en calzoncillos, en pijama, con una manta encima..., sin tiempo para pensar. Sólo salvar la vida. Todo el mundo en el barrio del Cerro de los Reyes le debe hoy la vida a alguien. "A mí me la salvó mi suegra", confiesa María Eugenia Majado, química de 26 años. "Y a mí mi vecina, que también salvó a unos cuantos", señala el albañil Casimiro Gordillo.Casimiro se levantó al instante, su mujer Antonia, también, y su hija de 17 años, pero nada más salir a la calle oyó las voces de aquellos ancianos vecinos suyos de los que ahora no recuerda el nombre. "Me pedían socorro, yo no los veía, pero sí vi al hijo de ellos que estaba a mi lado y le gritaba: 'Tranquilo papá, que ya vienen con ayuda, que van a traer barcas'. El hijo tendrá unos 40 años y el nieto, que se llama José, unos 21. Y estaban los tres al fondo y nosotros sin poder hacer nada, con mucha agua por medio. Estaban los abuelos y el nieto". Casimiro y el hijo de los ancianos se refugiaron en la iglesia del barrio, como casi todos. La noche iba a ser larga. Hasta las cinco, las seis de la mañana no podrían volver a sus casas a salvar la familia y el dinero.

Pero la tromba sólo duró unos 10 minutos. Así que mientras los ancianos y el nieto esperan ayuda un joven militar ex voluntario en Bosnia inflaba una barca, se la amarraba a la cintura y la echaba al río Rivilla para salvar a un matrimonio. Lo salvó, pero la barca se iba... Y tuvo que tirarse al agua y la barca lo seguía arrastrando corriente abajo. Hasta que otros vecinos lo cogieron por los brazos, le cortaron la cuerda y lo salvaron.

Los abuelos que aguardaban en el tejado murieron; el nieto logró sobrevivir. Y en los vecinos de Cerro de los Reyes quedó la impresión de que les dejaron solos y que la ayuda sólo llegó cuando era demasiado tarde.

Para la mayoría, siempre había alguien que salvaba, alguien que llegó en el momento justo para que otros pudieran contarlo.

La familia de los cinco fallecidos no tuvo suerte. Todo el mundo en la calle de Girasol conoce sus nombres, sabe que el cabeza de familia estaba en paro y que antes trabajaba de barrendero en el Ayuntamiento, que su hija La Yoli tenía 17 años, y La María, 12, y la madre 37, y la madre de ella 71. Y que no se enteraron de que llamaron a su puerta. Pero apenas nadie en el barrio de La Herrería recuerda sus apellidos.

El barrio es un triángulo entre los arroyos Rivilla y Calamón, casi siempre secos. Las familias levantaron hace 20 años las casas con sus manos y a las calles se les dieron nombres sencillos como Chopo, Margarita o Girasol. "Se decía que en cada casa había un constructor", comenta Casimiro, "porque las construíamos nosotros solos, nuestros hijos eran pequeños y ahora que son grandes y que podrían disfrutar de todo nos quedamos sin nada. Sin nada".

Todo esto lo comentaba Casimiro ayer por la tarde después de que le hubiesen prestado ropa, de que le hubieran dado de comer y de observar durante dos horas que nada quedaba de sus dos casas, pegadas en la misma calle. Pero a la una de aquella madrugada nadie en La Herrería se preocupaba por eso. Sólo se veían linternas, unos 30 coches flotando en medio de gritos y perros llorando. "Teníamos un perrito que se llamaba Dinki", recuerda María Eugenia. "A mi niño de seis años no le he dicho todavía lo del perro, ni le he dejado ver esto".

Las farolas de siete metros habían quedado dobladas como cañas de pescar mirando hacia el arroyo Calamón; en donde antes se había levantado una casa, con su cocina, su aseo, los armarios y los lugares donde cada miembro de la familia escondería sus secretos, ahora sólo había dos bicicletas de las que sólo se veía un sillín y cinco niños alrededor intentando desenterrarlas. Las telas aparecían empotradas en los armarios, los coches dejaban la huella de sus techos en los techos de las cocheras, los gallos deambulaban sin dueños por las aceras, las muñecas rotas, los cuadernos y las intimidades del barrio yacían en mitad de la calle hundidas en el lodo. "En mi casa por lo menos zapatos sí que quedan", comentaba una joven al pasar por una casa totalmente destrozada.

"Es que son muchos años", explicaba Francisco Suero, "son muchos años de sueños y esperanzas. La gente va montando una casa con muchos detalles y con mucho cariño. Y de, pronto, nada". "Yo llevaba 23 años casada y sin cambiar de dormitorio", se quejaba Antonia, la esposa de Casimiro, "y este mes que compré otro dormitorio mira cómo se ha quedado". Después de todos estos comentarios y de enumerar las fatalidades de cada uno, la frase más recurrente: "Al menos estamos vivos".

"Mi abuela, que tiene setenta y tantos años, siempre decía que sólo le quedaban tres amigas. Y esas tres amigas, de casi 80 años, han muerto", relataba Francisco Suero. Las ancianas eran el otro gran tema de conversación. Los jóvenes se preguntaban en las aceras por la salud de sus abuelas. Y acto seguido se iniciaba el relato de las grandes hazañas: de cómo unos las subieron a pulso hasta cierta ventana y de allí hasta cierta terraza, y de allí hasta otra terraza más alta donde muchas abuelas pasarían la noche dando tiritonas hasta que los bomberos las rescataron.

"Yo creí que mi madre se me iba", comentaba Francisca Castillo, de 57 años, "ella tiene 85 y mi tío 93. Pero en cuanto me llamó una vecina joven a la puerta para avisarme de lo que pasaba los cogí a los dos y los saqué".

Otros vecinos de Francisca en la calle de Alonso Cárdenas no contaron con una hija para salvarse. Fue el caso de la señora Rosa, viuda y sola, y el zapatero, conocido como el señor José, anciano y solo. Rosa salió a la calle cuando todos los vecinos de la zona de La Peralada salieron. Pero se volvió. Nadie sabe porqué se volvió.

Cuando caía ayer la noche en lo que antes había sido una casa con su baño, su cocina y sus escondites para los secretos de la familia sólo quedaban dos bicicletas enterradas. Los cinco niños no lograron rescatarlas.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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