China en América
JIANG ZEMIN triunfa en Estados Unidos. En el primer viaje oficial de un presidente de China a EE UU en doce años, Jiang ha cumplido con creces sus objetivos de normalizar las relaciones con Washington, lograr ventajas económicas y tecnológicas y reforzar su propia figura. A cambio, no ha cedido ni un ápice en derechos humanos -ha reivindicado incluso la matanza de Tiannamen en 1989 que congeló las relaciones bilaterales- ni en sus aspiraciones de integrar a Taiwan con su política de una sola China.A los pocos meses de hacerse con el poder, en 1979, Deng realizó un viaje similar que selló la primera normalización de las relaciones sino-americanas. A las pocas semanas de confirmarse como hombre fuerte en el XV Congreso del Partido Comunista Chino, Jiang recorrió Norteamérica (viajó también a Canadá y México). Los apretones de manos y las conversaciones entre los presidentes de la única superpotencia y del país más poblado de la tierra constituyen algo más que símbolos de una nueva era de relaciones.
Tras sus erráticos primeros gestos hacia China, Clinton ha modulado su política: relacionarse en vez de enfrentarse a un país sin duda diferente. Clinton intenta hacer entrar a China en el redil de unos vínculos internacionales estables. Ver a estos dos dirigentes expresar públicamente su "profundo desacuerdo" en materia de derechos humanos, más que disimular sus diferencias o radicalizar sus respectivas posturas, resulta tranquilizador, aunque haya que lamentar la falta de progresos en China en materia de libertades.
En esta gira, Jiang dedica más tiempo a las relaciones económicas y comerciales que a las políticas, lo que refleja de modo claro sus prioridades. De hecho, los principales acuerdos anunciados tienen un claro contenido comercial: China comprará 50 aviones a Boeing, con lo que EE UU -en competencia con Europa por este enorme mercado- compensará su déficit comercial con China y ésta conseguirá de forma barata acceso a la tecnología de punta. La única cesión china ha sido el compromiso de no vender a Irán material nuclear ni misiles antibuques, a cambio de asistencia estadounidense en la construcción de centrales atómicas. Estos dos gigantes no están condenados a entenderse, pero a ambos les conviene encontrar un terreno común que cultivar a pesar de sus diferencias.
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