La Bolsa corrige su valor
Hay dos tendencias que han dominado la instrumentalización del ahorro como ninguna otra en los últimos 15 años: la inversión colectiva y la diversificación. Este fenómeno empezó en los años sesenta en Estados Unidos, para luego extenderse por todos los países desarrollados. La razón es muy simple. La inversión colectiva (fondos de inversión y de pensiones) unida a su extensa gama (por tipo de activos, países, industrias, etcétera) ha demostrado claramente ser la forma más segura, sencilla y eficiente de ofrecer a los inversores la posibilidad de materializar su ahorro en instrumentos que se ajusten a sus necesidades, expectativas y perfil de riesgo.La globalización de los mercados, en la medida que se levantan barreras a la inversión (controles de cambio, liberalización, cambio tecnológico) es un hecho y ha permitido una diversificación geográfica del ahorro impensable hace 20 años. En España, debido a las reformas fiscales de 1991 y 1996, hemos vivido con intensidad estas tendencias. Los fondos de inversión gestionaban 3,8 billones de pesetas en 1991 (7% del PIB) y a finales del pasado mes de septiembre su patrimonio ascendía a 25,6 billones (33% del PIB estimado). El número y el tipo de fondos han crecido de una forma exponencial como cualquier lector de periódicos ha podido comprobar.
La Bolsa ha salido particularmente bien parada del éxito de la inversión colectiva y del proceso de diversificación del ahorro por tipos de activos y áreas geográficas. En la medida que la rentabilidad de la Bolsa a largo plazo ha sido netamente superior a cualquier otro tipo de activos financieros, se ha beneficiado de unos flujos crecientes. Este trasvase del ahorro a la renta variable ha coincidido con una etapa de crecimiento económico sostenido, inflación controlada y tipos de interés a la baja, con lo que las bolsas mundiales han vivido momentos tremendamente dulces.
Este proceso de bolsas alcistas y flujos hacia la Bolsa se ha autoalimentado. Es decir, las tendencias, tremendamente positivas y razonables, de la canalización del ahorro hacia la inversión colectiva y la diversificación hacia la renta variable se han acelerado en los últimos 15 meses por encima de la capacidad de absorción de los mercados. Esto ha producido una sobrevaloración de las bolsas que ahora, de una forma inesperada, por su violencia, se está corrigiendo. De nuevo, la experiencia española es bastante ilustrativa. En 1991 sólo había 25.000 millones de pesetas invertidos en fondos de renta variable (0,65% del total); a finales de septiembre los fondos de Bolsa gestionan 2 billones de pesetas (un 7,8% del total).
La Bolsa ha sido víctima, en el corto plazo, de su propio éxito. El valor de una empresa no sube por el mero hecho de que haya mucho dinero dispuesto a comprar sus acciones. El precio puede subir, pero su valor real lo dictan sus perspectivas de crecimiento, la calidad de la gestión, etcétera. Esto es una perogrullada que se pierde de vista en los momentos de euforia.
A largo plazo, el precio y el valor de las acciones que componen la Bolsa tienden a converger. No parece razonable culpar a la crisis asiática del crash actual. Es más bien la excusa para poner en marcha una corrección (23% desde máximos) que, como tantas veces, sorprende por su virulencia. En la medida que la inversión colectiva siga siendo el instrumento preferido del ahorro y que los inversores busquen en la diversificación la mejor forma de gestionar sus preferencias, los momentos que vivimos en Bolsa no serán más que un problema de valoración corregido ya de una forma dramática a estos niveles.
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