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La lucha de cada día en Argelia

Además del integrismo, la escasez de vivienda es la otra gran obsesión de los argelinos

Juan Carlos Sanz

ENVIADO ESPECIALAmina se atribulaba con mucha clase. Mucha clase media argelina que se engancha cada noche vía satélite a los canales de televisión franceses para imitar mejor el acento de París. A los treinta y tantos años, ha cambiado de apartamento hace poco y no sabe dónde tiene que votar en la escuela Malika Jerchi, en el distrito de Kuba, 55.000 habitantes, de la capital de Argelia. Los funcionarios de la municipalidad la reprenden por no haberse informado antes. Pero ella tiene que votar y sellar la cartilla de elector. Es para. el piso.

Parecía la única persona obsesionada por la cita con las urnas del jueves. Más de la mitad de los votantes de la capital prefirieron quedarse en casa o irse de paseo. "¿Para qué?, si no va a cambiar nada", era la respuesta favorita de muchos ciudadanos durante las pasadas elecciones locales.

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En Argelia hacen falta unos dos millones de viviendas de nueva planta para alojar dignamente a toda la población, pero incluso a un ritmo acelerado de construcción sería imposible satisfacer en menos de 10 años las aspiraciones de los ciudadanos que viven hacinados en casas de dos habitaciones para familias casi siempre numerosas. Sin embargo, sólo uno de cada cinco ciudadanos puede afrontar el pago. de una hipoteca o los elevados costes de edificación. El área metropolitana de Argel, destino del aluvión de campesinos que huyen del terror, es un paisaje de casas a medio construir: esqueletos de estructuras de hormigón con apenas el tejado.

Argelia cuenta con 29 millones de habitantes, y tres de cada cuatro son menores de 30 años. Al sur de la capital, en los, escenarios de las peores matanzas de civiles en más de cinco años, decenas de niños corretean de día. Desaparecen por la noche, cuando los mayores patrullan con escopetas de caza.

Amina podría ser la hija de Mohamed, que estuvo de emigrante 40 años en un garaje de Montparnasse, y cobra una pensión mensual de 5.000 francos; al cambio, 50.000 dinares (125.000 pesetas). No está mal para Argel, y para sentarse al sol de octubre en la plaza de los Mártires, después de una semana de días grises. Vive en un chalé de las afueras. "No tengo miedo, yo nunca he hecho mal a nadie", afirma este jubilado, que. ha dado estudios universitarios a sus cuatro hijos. "La mayor es médico, y gana 15.000 dinares al mes". Entre todos se las arreglan con la pensión del emigrante retornado de París.

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La explosión demográfica que siguió a la independencia del país magrebí en 1962 fue una de las principales causas del estallido social que, a finales de 1988, desencadenó la quiebra del régimen de partido único. El éxito electoral del islamismo se debió en gran parte a su promesa de ofrecer viviendas para todos los ciudadanos. En los comicios locales de 1990, los primeros pluralistas en la historia argelina, e rente Islámico de Salvación (FIS) se hizo con el control de la mayoría de los ayuntamientos y provincias.

Han tenido que pasar más siete años para que los argelinos pudiesen votar de nuevo a sus representantes locales. Aunque no hubo parte oficial de atenta os durante el escrutinio, ayer llegaron de nuevo a la agencia de noticias Efe los ecos de la deflagración de una bomba en Tipaza (al oeste de Argel), que segó la vida de cuatro paramilitares de los grupos de autodefensa que combaten a la guerrilla islámica.

El viernes, equivalente al domingo festivo cristiano, Ahmed, de 50 años, paseaba junto a la mezquita de la baja alcazaba con su mujer, vestida según la regla del islam. El no oculta con su indumentaria que es un empleado de banca. "Yo sí que- voté, porque confío en que las cosas van a mejorar". Vive en Bab el Ued, uno de los bastiones del islamismo político en Argel, que prefiere calificar como "barrio popular con demasiados problemas sociales". A pesar de ganar más de 20.000 dinares al mes, se ve obligado a seguir viviendo en un viejo apartamento de dos habitaciones.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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