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Tribuna
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No es cierto, nunca existió

La reciente crisis demuestra que los valores de Asia no tienen nada de superiores

Paul Krugman

Hace pocos años me encontré con que era la única voz discordante en un congreso regional de ejecutivos de compañías multinacionales. Los ejecutivos eran de un optinúsino frívolo; no veían más que oportunidades ilimitadas en una zona sujeta a unas transformaciones y un crecirruiento sin precedentes. No estaban de humor para escuchar reservas sobre un crecimiento de la productividad que no parecía tan alto como se pregonaba, ni sobre déficit comerciales, ni sobre la preocupante tendencia de solicitar préstamos en el extranjero e invertir el dinero en proyectos especulativos. Me decían que yo no entendía la zona.Era el año 1993; el lugar era el complejo turístico mexicano de Cancún; la zona en cuestión era Latinoamérica. Mirándolo retrospectivamente, parece casi increíble que ni los Gobiernos ni los inversores vieran en la crisis del tequila que se apoderó de Latinoamérica 20 meses más tarde una advertencia para Asia. Después de todo, no tenía uno que ser George Soros para darse cuenta de que Corea del Sur, Malaisia y Tailandia estaban acumulando enormes déficit comerciales, o que los funcionarios del Banco Mundial y el FMI estaban transmitiendo advertencias públicas aunque cautelosas sobre unos sistemas financieros débiles y unos deudores morosos. Pero la propaganda es lo último que se pierde:, Asia, insistían sus partidarios, era diferente y no estaba sujeta a los riesgos que amenazan a zonas menos dinámicas.

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El milagro de Asia está vivo y coleando

Pues bien, puede que el descubrimiento de que las naciones de Asia viven de hecho en el mismo universo económico que el resto de nosotros dará pie a una reflexión. muy necesaria sobre la realidad de su milagro económico.

Nadie puede, ni debería, intentar negar que las economías de Asia han alcanzado un notable crecimiento económico. Pero ese éxito no es un milagro, si entendemos como milagro, si entendemos algo inexplicable de acuerdo con las leyes habituales de la naturaleza. Asia, utilizando los términos poco delicados de William Overholt, de Bankers Trust, ha crecido gracias a una economía de carne con patatas (seguramente quería decir arroz con pescado). Lo que quería decir es que el crecimiento asiático ha sido esencialmente resultado de las, nusmas cosas que originan el crecimiento en cualquier parte: altas tasas de inversión, principal aunque no totalmente financiadas. por un fuerte ahorro interior; un nivel de formación que mejora rápidamente y la transferencia de grandes cantidades de campesinos subempleados al sector moderno. Si hay algo de milagroso en el crecimiento de Asia, es cuestión de grado, no de tipo. Y los Gobiernos de Asia también han sabido evitar los desafueros políticos que han paralizado el crecimiento en muchos países en desarrollo.

Algunos economistas -y me incluyo yo- han señalado que el hecho de que el crecimiento de Asia sea de arroz y pescado implica que está abocado a perder velocidad: la inversión no puede aumentar continuamente como un porcentaje del PIB; la gente sólo puede estudiar durante una determinada cantidad de años, y un país que se desarrolle con mucha rapidez al final se queda sin campesinos. Éste es un punto de vista que despierta una amarga oposición. Sin embargo, la discusión sobre las perspectivas de crecimiento a largo plazo tiene poca influencia directa en la actual crisis de la zona, excepto por una cosa: algunos de los que han insistido en que hay algo más en el éxito que la simple acumulación de rendimientos productivos, normalmente piensan también que se trata de un modelo sui generis. O bien los valores de Asia tienen algo especial y superior, sostiene, o bien la zona ha descubierto un sistema asiático único de economía política basado en un intervencionismo gubernamental sin complejos, y su resultado es que las economías de Asia no están sujetas a las mismas restricciones que el resto del mundo.

Los asiáticos están orgullosos de lo que han conseguido y tienen derecho a estarlo. Sin embargo, la doctrina basada en la exceptuación asiática no sólo es una tontería, sino que además es peligrosa. Esto se ha debido en parte a que demasiados inversores locales y extranjeros la tomaron como una excusa para creer que los buenos tiempos podían continuar, y en concreto, la recalentada expansión asiática de mediados de los años noventa, que catapultó los precios inmobiliarios y los déficit comerciales a unas alturas que se podía haber pensado que eran claramente insostenibles, podrían continuar sin límite. Peor aún, algunos dirigentes asiáticos parecian empezar a creer a su propia prensa. Esto les llevó a embarcarse en proyectos grandiosos y derrochadores, y también a despreciar, frecuentemente con ira, las discretas sugerencias de que pusieran sus casas financieras en orden. Alguien debería haberles dicho que los que creen que pueden andar sobre las aguas tienen muchas posibilidades de acabar hundidos hasta el cuello.

Objetivamente, no hay razón para que esta crisis de Asia sea profunda o dure mucho. Si los líderes de la región se comportan con modestia y realismo, deberían ser capaces de recuperar rápidamente la confianza de los inversores y reanudar el crecimiento poco después. Dentro de dos o tres años, podríamos estar preguntándonos a qué vino tanto escándalo. Pero si no se imponen la modestia y el realismo -y en especial, si el orgullo herido lleva a los dirigentes asiáticos a una búsqueda histérica de chivos expíatorios como Soros-, la recuperación plena puede tardar mucho.

Paul Krugman es profesor de Economía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. copyrightTime.

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