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Tribuna
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Conservadores, pero no reaccionarios

Manuel Rivas

Los datos dicen que ya tenemos al hombre que conducirá el posfraguismo. Su nombre, cómo no, es Manuel Fraga. No se ha producido un episodio de realismo mágico en Galicia. Castroforte, el metafórico pueblo de La saga/fuga de JB de Torrente, no ha levitado por ahora. Pero el triunfalismo de los vencedores no puede obviar el lado oculto. La tierra gallega se mueve. Es un temblor ligero, poco perceptible, que revela un lento desplazamiento geológico en el cuerpo electoral. El comienzo del declive del voto conservador apunta un cambio generacional que apuesta, en principio, por el Bloque Nacionalista Galego como guía reformista y envía al congelador el ensayo de un Olivo que no supo ser Carballo, el árbol emblemático de Galicia.El plus Fraga, la lealtad al hombre que cultivó el aura de providencial patriarca finisecular, ha sido decisivo. Al volverse atrás y presentarse por tercera vez, sabía que cumplía un servicio no sólo al PP gallego sino también a Aznar. Hoy, que ha llovido, el ancho paraguas de Fraga ha evitado al Partido Popular un posible susto. Con todo el viento a favor, con un Gobierno amigo en Madrid, asumiendo todo el magma centrista, digeriendo el discurso del galleguismo moderado, el PP ha revalidado su mayoría absoluta pero ha iniciado un declive, aunque la señal por ahora es sólo un parpadeo estadístico del tamaño de una luciérnaga.

El Partido Popular de Galicia, que ha ido enraizando como partido orgánico desde un poder omnímodo en municipios y diputaciones, ha puesto en estas elecciones toda la maquinaria, pesada y ligera, al límite de su potencia, sobrepasando incluso a veces los límites de velocidad. La consigna era: "Sacar votos hasta debajo de las piedras". En el uso de medios públicos, por ejemplo, ha habido momentos en que sólo faltó sustituir el logotipo televisivo por la gaviota partidaria. La imagen de unos ancianos emigrantes de ultramar invitados a viajar a Galicia en plena campaña y con la boleta en el bolsillo invitaba tanto a la indignación democrática como a la tristeza histórica. Resulta muy difícil calibrar el peso del llamado acarreo de electores, lo que Cacharro Pardo, señor de Lugo, denominó eufemísticamente "canalización del voto". Es una realidad en zonas aisladas, tan envejecidas demográficamente como infantilizadas políticamente por el poder. La realidad del acarreo la describía con desparpajo el propio José Luis Baltar, señor de Ourense, experto él mismo, según reconocía, en esta técnica electoral. Pero sería un desatino aplicar a la Galicia de hoy la óptica caricaturesca de una sociedad caciquil al viejo estilo de la época de Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán. Parece difícil que esta especie de neocaciquismo que ilustran Cacharro y Baltar conozca tiempos mejores en el futuro. Es significativo que sean Lugo y Ourense, donde más fuerte es la tutela del poder, las provincias más atrasadas y con una pérdida de población acelerada.

La historia gallega va por otro camino. La primera revolución positiva es el alto índice de participación. En el plebiscito del Estatuto de Autonomía, conducido por una UCD transmigrada luego al PP, la abstención rozó el 70%. El lema de entonces era anque chova, vota. Casi 20 años después, se ha producido un giro copernicano. Los gallegos conocen y administran el valor del voto. Hay variaciones muy significativas en los comicios locales, autonómicos o generales. De esa administración del voto han salido muy perjudicados en esta ocasión los socialistas (coaligados), que pierden cuatro de cada 10 de sus votantes en las generales. La autocrítica socialista se debería centrar en el abandono suicida de la dimensión galleguista y en el limitado carisma del candidato. Lejos de reforzarlo, el tipo de ayuda exterior tuvo un efecto centrífugo. Y Anguita sobrevoló toda su campaña como un molesto tábano que convirtió en querella lo que se presentaba como unión.

El dilema expuesto machaconamente al pueblo, "0 yo o el caos", había convertido estas elecciones en una especie de plebiscito personal. Y Manuel Fraga lo ha ganado. Ha rentabilizado evidentes logros de gestión, tanto propios como ajenos, sobre todo el binomio asfalto + teléfonos, lo que revela también que la marginación secular de Galicia no es una queja retórica. Quizá podremos hablar con rigor de modernidad política cuando el balance de un gobierno no se mida por la ideología del asfalto.

El hombre que pilotará el posfraguismo en Galicia se llama Manuel Fraga. Podrá conducir, con soltura, su sucesión. "No me arrancarán los ojos", advirtió cuando lo compararon con el rey Lear. Pero será testigo de que la tierra gallega se mueve, en un lento desplazamiento de la geología política.

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