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FERIA DEL PILAR

Ponce: inteligencia y afición

Llega el final de temporada y muchos diestros están atorados. Unos lo demuestran, otros no y alguno hasta sigue teniendo ganas de torear y de complacer al público.En este último caso está Enrique Ponce que, a pesar de haber rebasado ya el centenar de corridas, sigue con la afición y la responsabilidad que tenía en el mes de marzo. En esta última de la feria pilarista así lo demostró, a pesar de que las reses del Conde de la Corte, para no ser menos que la mayoría de las lidiadas en el ciclo, salieron deslucidas.

Y si a alguien le pareció potable el quinto, el ganadero tendrá que agradecerlo a la inteligencia y la afición de Ponce. Porque fíjense en la de lindezas que hizo el animal, que tenía dos serias velas: echar las manos por delante, escarbar, salir suelto de las varas, doblar las manos y llevar la cara alta. Por lo menos se movió con cierta violencia y transmitió algo de emoción. Ponce lo entendió muy bien, le plantó cara y lo amarró a la muleta cuando hizo amagos de rajarse, lo que al final consumó cuando el muleteo, necesariamente, obligó menos. Media y descabello dieron paso al trofeo que premiaba una faena de mérito.

Corte / Joselito, Ponce, Tomás

Cinco toros de Conde de la Corte (4º sobrero, en sustitución de un inválido) y 3º de María Olea: bien presentados, flojos, mansurrones.Joselito: ovación y pitos. Enrique Ponce: aviso y pitos; oreja. José Tomás: ovación y pitos. Plaza de Zaragoza, 13 de octubre. 10ª y última corrida de feria. Lleno.

El segundo fue un manso total, que se cansó de dar vueltas a la plaza, sin que nadie consiguiese sujetarlo. Ponce estuvo voluntarioso con la franela y desacertado con el pincho.

El primero de Joselito tenía bondad, pero era flojo y se quedaba muy corto. El diestro lo cuidó con suavidad pero ahí no cabía la emoción. Al cuarto y al sobrerbo los recibió con sendas largas cambiadas. A ese sobrero, corretón, sin fijeza, andarín e incierto, muy mal lidiado, le dio unas buenas dobladas, pero al primer extraño se desconfió y acabó encrespando al público.

José Tomás, frío y desangelado toda la tarde, hizo una faena discreta a su primero, un manso al que espabilaron en banderillas. En el bien armado sexto, que al principio de faena se comía la muleta, estuvo mal, con dudas y sin recursos, como atorado y sin ambición. Y si otras veces ha dado auténticos recitales toreando al natural, esta vez ofreció una repetida muestra de algo que en él casi se está convirtiendo en una especialidad: desarmes y enganchones.

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