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El cantante norteamericano actuó anoche en Londres ante 11.000 espectadores

Diego A. Manrique

Bob Dylan superó ayer la gran prueba de su breve gira europea. El Wembley Arena londinense se llenó con unos 11.000 espectadores que pagaron un mínimo de 4.000 pesetas por sufrir la incertidumbre habitual que provoca su ídolo. Estuvo acompañado por su grupo fijo de los últimos tiempos: Tony Garnier (bajo), Bucky Baxter (steel guitar) y Larry Campbell (guitarraolista). El programa incluía también a la poderosa cantautora Ani DiFranco, que honró al padre espiritual de Dylan, Woody Guthrie, en una de sus canciones de protesta de la era de la depresión

Como siempre, Bob Dylan envía al mundo mensajes mixtos. Por un lado, acaba de sacar un disco notable Time out of mind, y está dispuesto a defenderlo e impedir que se hunda en la indiferencia de un mercado que hace mucho tiempo que le olvidó. Eso explica que, rompiendo su habitual mutismo, en estos días haya concedido entrevistas de duración generosa a medios estadounidenses y europeos (incluyendo EL PAÍS). Sin embargo, Dylan no practica el strip tease integral: utiliza rutas evasivas cuando le conviene; así, evita comentar las motivaciones de su peculiar minirrecital en Bolonía (Italia) ante el Papa. O la razón de que, vestido con un traje clásico de vocalista country, se postrara ante el Pontífice. Otro enigma más de la esfinge.

Puede que ese episodio sea una minucia en la imagen general de su vida. Lo esencial es que Dylan ha recuperado el deseo de componer y ha grabado los resultados de su última inspiración. Después de haber estado con un pie en el otro mundo, es consciente de que el núcleo duro de sus seguidores todavía no ha renunciado a sus comunicaciones. Esos fieles esperan de Dylan en directo sus canciones de toda la vida y alguna creación fresca, recreadas con imaginación pero sin que se hagan irreconocibles.

El dilema de Dylan es incómodo. Quiere posicionarse en 1997 como un artista sin más pretensión que reflejar las preocupaciones de un hombre de 56 años, débil de salud y, parece ser, desafortunado en amores. Pero, sabe que por mucho que haga, todo empequeñece ante el recuerdo de aquel terremoto musical de mediados de los sesenta.

Síntesis

Por si acaso, el sonido actual de Dylan es una síntesis del desarrollado en la segunda mitad de los sesenta. De la electricidad ululante de Highway 61 revisited a las canciones rurales de The basement tapes, la novedad es el encaje de las guitarras eléctricas de Larry Campbell y el propio Dylan con la steel guitar de Bucky Baxter; este evocador instrumento vaquero además reemplaza al, órgano o la armónica de los discos.Se trata de una feliz combinación instrumental que permite que las canciones dylanianas asciendan en espiral y alcancen clímax intoxicantes que se resuelven con elegancia. Eso ocurrió en las gloriosas versiones de Stuck nside of Mobile with the Memphis blues again o Highway 61 revisited. Frente a esos decibelios desatados, los daguerrotipos en sepia de Tangled up in blue o Don't think twice, is all right, donde el escenario envejece con el contrabajo y la mandolina.

Si la intensidad musical del nuevo Dylan está fuera de toda duda, en la voz ocurre lo de siempre. A veces, quiere ser aullido lobuno y se queda en ladrido de perrito. En ocasiones parece cantar con toda la delicadeza de alguien que tuviera un cacto en la garganta. Con bastante frecuencia intenta reinventar la forma original de decir sus canciones y los resultados son poco convincentes.

Tal vez Dylan considere imprescindible esta búsqueda de nuevos énfasis. Una pieza como Like a rolling stones nació inicialmente como insulto venenoso dirigido a una mujer que irritó a Dylan. Luego fue adaptado como himnó por una generación alienada que se quedaba con el estribillo: "¿Cómo se siente / al estar sin una casa / como un completo desconocido / como un canto rodado". El moderado público londinense se desmelena finalmente ante la maestría con que Dylan y sus cuatro músicos desenredan esta canción tan gomosa. Like a rolling stones o Absoluty sweet Marie son el pan y la mantequilla del Dylan que ha sobrevivido a su visita a la UVI. En realidad, entre el extenso repertorio del que extrae el material para cada concierto, poco más de 13 o 14 canciones, sólo hay una obra reciente: Love sick. Que precedió en Londres a un vibrante Rany day women Nos. 12 and 35, con su provocador estribillo: "Todos deben colocarse". Esa frase, por cierto, no sonó ante el Papa. Una delicadeza de Dylan, pero no hubiera pasado nada en caso contrario: al igual que los londinenses, Juan Pablo I I hubiera pensado que se trataba de un inofensivo disparate de aquellos locos años sesenta.

Incondicionales y conversos

Un aluvión de conversos cuarentones que dejaron hace tiempo de comprar las nuevas entregas de Bod Dylan-, sus hijos y novias se sumaron ayer al núcleo de fans incondicionales que nunca dio la espalda al poeta de Minnesotta. Un público ecléctico y disciplinado, en torno a las 11.000 personas, que estaba ansioso por redescubrir al nuevo Bod Dylan.La expectación se palpaba en el ambiente. La infección del corazón, que le obligó a suspender las actuaciones europeas del año pasado, parecía presagiar el ocaso de la llamada Gira que nunca concluye, ese frenético ritmo de citas internacionales que Dylan mantiene desde 1988. Superado el susto, las buenas críticas brindadas a Time out of mind intensificaron el nerviosismo que unos y otros vivían en vísperas del retorno a Londres del más carismático portavoz de los años sesenta.

"Cuando Dylan se toma un descanso, nunca sabes qué va a suceder a su vuelta", explicaba anoche Eric Liknaitzaky, cineasta de 46 años, mientras accedía a las gradas del Werribley Arena. "A veces defrauda, como en el 91, y otras ofrece actuaciones maravillosas. Sus incondicionales hemos aprendido a no tener expectativas, y de esta forma nunca nos sentimos defraudados. Tan sólo estamos ansiosos por ver al nuevo Dylan".

A Eric Liknaitzaky le acompaña su hija Jude, una adolescente londinense que olvida por una noche a Oasis y Blur, sus grupos favoritos."Mi padre no me ha tenido que convencer, vengo por mi propia iniciativa y porque siento mucha curiosidad", señala. Padre e hija confían en escuchar alguna de las nuevas canciones de Time out of mind, aunque saben que las probabilidades son mínimas.

Anoche tuvieron suerte. Tras hacerse de rogar, Dylan retomó durante el tercer bis una magnífica Love sick, la canción que abre su último disco. "Londres es un lugar especial para Dylan. La audiencia le ha abucheado, tachado de Judas, pero sigue su arte con devoción", recuerda Likiíaitzaky.

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