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El Papa hace en Brasil una denuncia a contracorriente del derecho al aborto

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIAL Descalzo en Río de Janeiro, sin camisa, casi a pelo, absorto ante el enfervorizado recibimiento carioca dispensado a Juan Pablo II, el niño Alessandro da Silva, ocho años, inquiría por los poderes del sucesor de Pedro. "¿Este es el Papa que nos va a poder ayudar?". Así lo pretende el Pontífice en su tercera visita a Brasil, cuyas injusticias sociales denunció en su breve discurso de llegada. También apuestan por la influencia papal el episcopado, diputados católicos y aquellos brasileños opuestos a la ley de regulación del proyecto de aborto que debate el Parlamento.

Juan Pablo II, valedor de la familia y la vida durante la clausura del Congreso Teológico Pastoral, se reunió con el presidente, Fernando Henrique Cardoso, cuando todavía enconan y dividen las declaraciones de su esposa, Ruth Cardoso, en defensa del aborto en los casos de violación y serio riesgo físico para la gestante. "Las relaciones entre el Papa y el Congreso son nulas y es mejor que así sea porque el problema corresponde a la sociedad brasileña", dijo.La jerarquía católica de este dinámico país de 155 millones de habitantes, el 80% bautizado en la fe de Cristo, considera que los valores familiares sufren permanente agresión, y la mayoría de los católicos es indiferente e ignora el precepto. Según una encuesta del diario Jornal do Brasil, el 76% aprueba el aborto en situaciones extremas, el 54% acepta las relaciones prematrimoniales, y el 84% practica o favorece el uso de métodos anticonceptivos. Roma prohibe esos comportamientos sexuales.

Marta Suplicy, diputada del Partido de los Trabajadores (PT), promotor del aborto, admitió que la ley pudo haber sido votada pero ateos y creyentes prefieren esperar. "Nadie quiere que sea interpretada como hostil a la visita del Papa". El apoyo de Ruth Cardoso, cree la parlamentaria izquierdista, facilitará la aprobación de una legislación que la mujer del presidente cita como reafirmación de un derecho ya establecido en la Constitución, y en el artículo 128 del Código Penal de 1940, que autoriza el aborto en los dos casos previstos en el proyecto.

El activismo de la primera dama, a la vera de su marido en todas las ceremonias oficiales de bienvenida a Juan Pablo II, irritó a la curia. En tanto el titular de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB), Lucas Moreira Neves, prefería esperar -"tendrá una respuesta, pero no ahora"-, purpurados asistentes al Congreso Teológico Pastoral expresaban su disgusto. "Para mí, el pronunciamiento de ella también es nulo", despreció monseñor Alvano Cavallin, arzobispo de Londrina. El obispo de Sao Miguel la llamó oportunista y demagoga, y el arzobispo de Diamantina, Paulo Lopes de Faria, sostuvo que "agredió al Papa". El Congreso cerrado por el Santo Padre reunió a 1.500 personas de 80 países, entre teólogos, sacerdotes, laicos y 450 obispos y cardenales. El Pontificio Consejo para la Familia, con rango de ministerio en el Vaticano, determinó la orientación del debate: el matrimonio es indisoluble y los divorciados no pueden recibir la comunión.

Debilitado, necesitado de bastón en algunos momentos, la indómita voluntad del Papa en la propagación del mensaje cristiano, los sacrificios asumidos por el achacoso pastor en ese apostolado, merecieron el aplauso de seglares y analistas que son contrarios al fuerte conservadurismo de las instrucciones morales del patriarca de Occidente. Sus convocatorias por los derechos y cultura de la población india, negra y mulata -casi la mitad del país-, su solidaridad con los brasileños sin tierra, o sus señalamientos contra el desamparo de los niños de la calle, como Alessandro da Silva, fueron agradecidos por los grupos de derechos humanos.

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