"El diablo todavía anda suelto por Moscú"
Yuri Liubírnov, el famoso director del teatro Taganka, celebra hoy sus 80 años con una escenificación de Los hermanos Karamazov, a cuyos personajes encuentra dobles en la vida política actual rusa. Es más, en una referencia a El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgakov, señala que "el diablo todavía anda suelto por Moscú" y que sus desmanes dejan chico al caos que provocó en los años treinta.En los años sesenta y setenta, durante el invierno cultural brezneviano, Yuri Liubírnov intentó encender la llama eterna por los poetas muertos, una llama que no existía en la muralla del Kremlin. "Cuando encendí en el Taganka la llama por Pasternak", recuerda, "me obligaron a apagarla". Constantín Chernenko no le perdonó que en 1983 criticara desde Londres al régimen soviético. En 1984, le quitó la dirección del teatro que había fundado en 1964 en la plaza moscovita de Taganka, le expulsó del partido comunista y le privó de la nacionalidad soviética.
En 1988, con Mijaíl Gorbachov ya en el Kremlin y en plena perestroika, Nikolái Gubenko, ministro de Cultura, planeó el triunfal regreso de Liubímov a Moscú. Pero no pasó mucho tiempo sin que se enzarzaran en una agria disputa por el control del teatro. La solución final al conflicto dejó a Gubenko controlando la sala nueva, a Liubímov al frente de la antigua, más pequeña aunque con mucha más solera, y al elenco artístico en sangrante cisma de lealtades. Para el octogenario director teatral, se trató de un robo.
Algún crítico ha querido ver en aquella disputa la causa última de que en estos años Liubímov haya montado tantas obras en las que aparecen familias rotas por la discordia, desde clásicos griegos como Medea a Los hermanos Karamazov, con la que hoy celebra su 80º cumpleaños.
Liubímov es una gloria nacional, pero no sólo eso. Los métodos del Taganka, que supusieron en su momento una bocanada de imaginativo aire fresco, se estudian todavía en muchos países. "Nos pueden maldecir cuanto quieran", dice el actor, director y adaptador, "pero a este teatro nadie lo puede eliminar de la historia del arte mundial".
Pregunta. ¿Se arrepiente de algo?
Respuesta. Yo hago como mi amigo el físico Piotr Kapitsa, que colgó un cocodrilo en su laboratorio porque, aseguraba, los de su especie nunca miran hacia atrás.
P. De usted se dijo que era un disidente permitido en la época soviética. ¿Eso le halaga o le ofende?
R. Simplemente no es verdad. Me echaron tres veces de mi trabajo y me expulsaron del país, pero tuve suerte: no me aplastaron, no me quebraron la columna vertebral. Lo intentaron, pero fracasaron.
P. ¿Era Yuri Andropov su protector?
R. No, pero me estaba agradecido porque su hijo quería entrar en mi teatro y yo lo rechacé, que era lo que deseaba su padre.
P. Pero si Andropov no hubiera muerto, tal vez no le habrían quitado la nacionalidad.
R. Nada de eso. Me echaron en tiempo de Andropov, aunque Chernenko lo legalizó.
P. 0 sea, que tuvo menos problemas con Stalin que con sus sucesores.R. Es que en tiempos de Stalin yo era muy joven, pero ya tenía la lengua demasiado larga.
P. En España, los desencantados con la democracia solían decir: "Contra Franco vivíamos mejor".
R. Yo estuve en su país en. los últimos años de la dictadura y me quedé impresionado por el grado de libertad que había, por ejemplo en el teatro. En la URSS no podíamos ni soñar con tanto. Aquí incluso desterraron a un científico como Sajarov, que les fabricó la bomba atómica. Fue un régimen implacable, igual que el fascismo de Hitler, pero peor por la escala de sus atrocidades.
P. La situación se precipitó tras la muerte del actor, poeta y cantautor Visotski, en 1980.
R. Sí. Lo que no pudieron aceptar es que les dijera: "Voy a enterrarle como corresponde. Ustedes lo han perseguido, pero lo van a enterrar sus amigos". Luego prohibieron el espectáculo que quise montar un año después de su muerte.
P. Con usted, hasta los clásicos podían ser revolucionarios.R. Es que lo son. Pushkin decía: "No quiero depender ni del poder ni del pueblo". A mí me pasa lo mismo. No soy un revolucionario, sólo quiero presentar mi estética, mi visión del mundo, lo que me sugiere mi subsconciente y mi intuición.
P. Aunque se haya escrito hasta la saciedad sobre ello, ¿le importaría repetir las claves de su teatro?
R. Mi principal estímulo era la insatisfacción por la situación del teatro en los años sesenta, calvo como cráneo de un preso, enfermo de realismo socialista. Por eso me volví hacia Bertold Brecht, que apenas se representaba en la URSS. Y luego hacia Dostoievski, Pushkin y los griegos antiguos. Me gusta ese teatro condicional y sintético en el que hay música, plástica, luz y movimiento.
P. ¿Qué es lo que pretende?
R. Trato de sintetizar y buscar nuevas formas en la ópera, el ballet y el drama. Y también de crear un tipo de artista capaz de hablar con el público de sí mismo y del personaje que interpreta. Es una escuela especial que incluye multiplicidad de métodos. Ahora no hay condiciones en Rusia para enseñar estas técnicas.
P. ¿Tan mal van las cosas? ¿Al menos hay libertad?
R. ¿Qué libertad puede tener un mendigo? Ya lo dijo Dostoievski: "País de mendigos vanidosos". No hay ni libertad, ni igualdad.
P. ¿Y el teatro?
R. Está peor que con los comunistas.
P. ¿Por qué Dostoievski y Los hermanos Karamazov?
R. Me pregunta lo mismo que los soviéticos. Si yo fuera español, no me preguntaría por que quiero poner en escena a Lorca o a Tirso de Molina o a Lope de Vega. Todo el mundo se interesa por Dostoievski, incluso chinos y japoneses. Y en, cambio los rusos me dicen: "Otra vez Dostoievski, y ¿para qué?"'
P. Precisamente, me sorprende mucho que sea Rusia el único país en el que se discute incluso su calidad literaria.
R. Es por envidia. Puro salierismo.
P. ¿Cómo puede meter en dos horas de espectáculo mil páginas de novela?
R. Fue difícil, pero seguí el mandato del propio autor: "Por favor, no hagan ilustraciones de mis obras, tomen los caracteres y hagan lo que quieran en la escena". Él entendía muy bien lo que es el teatro. Su estética era cercana a la de Pushkin y Shakespeare.
P. ¿Qué Karamazov es el personaje central de su versión?
R. El propio Dostoieviski. La esencia de su obra, lo que aquí llamamos karamazovshina, el corazón de su filosofía y sus caracteres. Eso que suena tanto hoy en Moscú: asesinatos, abusos sin límites, pérdida de todo autocontrol. Todo es karamazovshina, cuando la gente seguía tan sólo por sus instintos y pasiones.
P. ¿Siguen vivos en la Rusia de hoy los hermanos Karamazov? ¿Podría buscar sus dobles en el mundo político?
R. Smerdiakov podría ser Zhirinovski. Hay muchos Ivanes, como Berezovski, Gusinski o Yavlinski. Y Mitias, como Lébed. Incluso Grushenkas. Las puede encontrar en cualquier casino o restaurante, hasta en la calle.
P. En otra de sus obras preferidas, El maestro y Margarita, el mismo demonio hace de las suyas por el Moscú soviético de los años treinta. ¿Y ahora?
R. El diablo todavía anda suelto por Moscú. La ciudad está llena de demonios. Son muchos chiquititos.
P. Y el efecto, ¿es tan caótico?
R. Mucho más catastrófico.
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