Rutina
En un país normal, cuando dos delincuentes mueren en un tiroteo con la policía no sucede nada especial. Pero como nadie ha dicho que éste sea un país normal, uno ya puede imaginarse la secuencia de acontecimientos que seguirá a la reciente muerte de dos activistas de ETA en una calle de Bilbao: uno de los principales signos de identidad del fascismo vasco es haber introducido lo rutinario y lo previsible en el horror.No hace falta ser Rappel para ver venir los destrozos que causarán las hordas de patriotas encapuchados que Herri Batasuna suelta por las ciudades y pueblos del País Vasco cada vez que muere uno de los suyos. Seguro que Arzalluz o Egibar, cabreados ya por el vídeo del Ministerio del Interior sobre la violencia etarra (educado y políticamente correcto, lo que no deja de sorprender viniendo del partido de los villalongas y los lopezamores), tendrán algo que decir sobre la manera en que se produjeron los hechos. Puede, incluso, que algún juez afee la conducta de los guardias civiles que participaron en la acción, porque no está bien blandir armas de fuego ante gente que, como todo el mundo sabe, lo que mejor entiende son las buenas palabras y las muestras de urbanidad. La propuesta para que los muertos sean declarados hijos predilectos de su pueblo y tengan derecho a funeral con aurresku se da por sentada. No se descarta algún comunicado eclesiástico sobre la sinrazón de la violencia, venga de donde venga. Y nadie se extrañará si ETA, como en los días posteriores a la liberación de Ortega Lara, recurre a la venganza inmediata y asesina al primero que encuentra.
Y así seguiremos, metidos en nuestra rutina criminal, contando los cadáveres y encajando las regañinas de Arzalluz. ¿Por los siglos de los siglos? Espero que no, pero tampoco me hago muchas ilusiones.
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