El dilema de Albright
LA PRIMERA visita de la secretaria de Estado norteamericana, Madeleine Albright, a Oriente Próximo no ha producido resultados. No podía ser de otra forma, ni cabe achacarle una especial responsabilidad. Desde que en mayo del año pasado el derechista Benjamin Netanyahu ganó las elecciones al laborista Simón Peres, las buenas noticias en el proceso de paz son tan escasas como la voluntad negociadora del líder israelí.La actitud de la diplomática ante el problema puede calificarse de equidistante, tal como se entiende en Washington. Ha exigido a Yasir Arafat que se dedique a combatir el terrorismo; y ha pedido a Netanyahu que haga el favor de detener la construcción en los territorios disputados.
Ha subrayado que no había simetría posible entre edificar para el establecimiento de colonos israelíes y la práctica del atentado contra la población. Pero el paralelismo está mal fabricado. Si el terrorismo palestino pone bombas no es tanto por una construcción de más, aunque eso también cuente, sino a causa del despojo generalizado de su tierra y del incumplimiento israelí de los acuerdos de paz. Con indecible retraso sobre el calendario previsto, sólo el 3% de CisJordania y el 60%. de Gaza han sido evacuados por el Ejército israelí, y los poderes reconocidos a la Autoridad Palestina equivalen a los de una descentralización administrativa. Si la comparación de la señora Albright fuera correcta, bastaría con que Israel cesara en su afán constructor para acabar con los atentados. Eso es de un optimismo sin límites. La enmienda que expresan con bombas los integristas palestinos lo es a la totalidad del proceso de paz, e incluso a la aceptación del Estado de Israel.
Puede plantearse qué viene antes, si el huevo o la gallina; si los atentados hacen imposible el avance hacia la pasz, o es la ausencia de concesiones israelíes lo que fomenta la querencia terrorista entre los palestinos. Falso dilema. La lógica de los acuerdos de Oslo comportaba riesgos para Israel, cuyo no reconocimiento ahora resulta gravísimo en la marcha hacia la paz. Esos riesgos consistían en que había que ir dando razones a la opinión palestina para que Arafat pudiera actuar con libertad en el combate contra el terrorismo. Muy al contrario, Netanyahu ha multiplicado los desdenes, ha escatimado el cumplimiento de los acuerdos y ha rebajado cuanto ha podido el prestigio de la Autoridad Palestina. El margen de maniobra de Arafat es hoy insignificante, y la realidad de la paz, una broma sangrienta.
Es comprensible que Israel no acepte los riesgos de los acuerdos, y hasta probable que Netanyahu fuera elegido para que cuadrara el imposible círculo de una paz sin riesgos. Pero que no se hable entonces de Oslo, y que se admita que el Gobierno israelí está renegociando los acuerdos por la vía de los hechos-consumados. Ése es el problema que tiene la señora Albright, que no se resuelve con equidistancias de ocasión. El bulldog de la diplomacia norteamericana necesitará más paciencia y sutileza de las mostradas hasta ahora para adentrarse en el avispero de Oriente Próximo. Y mucha más energía ante Israel para que algo se mueva hacia la paz.
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