Lydia Delgado y Pedro Morago ofrecen luz en la tercera jornada de Cibeles
Por vías muy diferentes, dos creadores aportaron su calidad y buen hacer a la Pasarela Cibeles. Mientras Pedro Morago daba unas colecciones de hombre y mujer de gran hechura y sorprendentes tejidos, Lydia Delgado recreaba su estilo, que mucho tiene de su pasado teatral, de sueño y de aventura del figurín. Las fuentes de inspiración son claras en ambos: para Mórago, el mundo indiano; para Delgado, el sueño de la costura francesa, una barcelonesa que fue bailarina en el Gran Teatro del Liceo, y así es muy fácil descubrir en su trabajo esa huella de la escena, del figurín fantástico y de concebir la ropa para que se vea de lejos, se distinga y se admire. Su colección ha sido muy animada, llena de luz, color y tejidos nobles empleados con bastante acierto. Unos trajes cortos a tres bandas de colores con bordados artesanos en cristal y canutillo y enriquecidos con aplicaciones a la antigua, consiguieron la inmediata aprobación del público.Lo mejor de todas las propuestas de Lydia han sido unos sorprendentes tops con mangas campana y profundos escotes en u. A estas provocativas blusas las acompañaban unas minifaldas negras tableadas, consiguiendo un conjunto lleno de gracia. Su ropa de fiesta merece atención, pues hay en ella una cierta pretensión en la producción de acercarla a la costura en toda regla, y de hecho lo es y esporádicamente consigue efectos maduros, como en esas grandes faldas color hueso. Tienen esas prendas la extravagancia propia del género, que ella suaviza con los detalles decorativos.
Antonio Pernas, por su parte, volvió la vista hacia el convento: todo se desenvolvió entre el negro rey, el marrón franciscano y el arena de la sotana de verano. Es un rigor que debe ser aceptado, aunque no sea demasiado animado ni se inserte en las corrientes de hoy, que el modista toca por la vía de las transparencias y de los largos, del clásico sobre la rodilla a la mini y al traje tobillero. En Pernas, todo es suave y suelto, menos los trajes masculinizantes.
Joaquín Verdú presentó una colección donde jugó a envolver el cuerpo en evasé, a la asimetría y al cromatismo fuerte y donde no faltaron chaquetas largas y transparencias.
Pedro Morago, que entregó un exquisito dosier, presentó la mejor colección de la jornada, en hombre y en mujer, dividida en tres aspectos: el ocio, el asfalto, el glamour. Desde la hechura a los tejidos, de la fantasía a la funcionalidad, de la mañana a la noche. Para los hombres, chaquetas tornasoladas en colores vivos o negras, trajes indianos blancos con chaleco y una tendencia a bajar ya por fin la ahogante botonadura, dejándola entre uno y tres. Hubo rayas, levitas largas y polos de punto claro que recuerdan a los ingleses. En todos, un calzado ejemplar.
En la mujer, Morago se explaya en el color arena, el blanco dúctil del lino, el negro y un uso discreto de las transparencias, como un aviso de algo de lo que se viene abusando. Su idea de la mujer sugerente se apoya en el terciopelo aguamarina y nácar y en las lustrosas sedas con el color lavado, con levitas de cuello tira y minifaldas de vértigo. La exitosa implantación industrial del creador vállisoletano le permite así desplegar un peso específico que de cara a nuestra industria puede calificarse de puntero, y eso se ve y se siente también en la pasarela.
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