Daniel Calparsoro y Jim MeBride se estrellan contra los muros del infierno terrorista
Pavel Chujrai, Zhang Yimou y Takeshi Kitano aportaron el mejor cine de la Mostra
ENVIADO ESPECIALEl título de su película, A ciegas, explica inmejorablemente por qué Daniel Calparsoro se da -y por tanto nos da- un traspaso en toda la regla con su candoroso e inútil intento de construir una película dentro de la encerrona del terrorismo en el País Vasco. Cinematográficamente, camina a ciegas. En el lado opuesto, Jim McBride, perro viejo en el oficio del cine, simula -sin el menor candor y con dosis masivas de cuquería y oportunismo- entrar en el corazón del embrollo terrorismo-contraterrorismo en Irlanda del Norte, cuando su The informer se queda confortablemente fuera de ese otro infierno y no arriesga un gesto, y menos una idea, de compromiso moral con lo que cuenta en este hábil y cobarde paño caliente, de los que se presta a algún premiecillo "político".
Con anterioridad entró en concurso una película francesa, coproducida con España, interesante, bien construida y con momentos bastante fuertes. Se titula Limpieza en seco, la dirige Anne Fontaine con solvencia y tiene un buen reparto, que encabeza Miou-Miou. Pero los grandes regalos de este buen festival, aun que ya quedan ocultos detrás del cansancio y de la sobrecarga de imágenes, siguen flotando por aquí, persisten en las infatigables discusiones de los cinéfilos y se mueven en las cábalas y las quinielas que los periodistas hacen de los posibles premios que esta noche repartirá el jurado en la sesión de clausura.Siempre a resguardo de algún susto en este reparto, hay que insistir en lo ya anunciado: la superioridad de tres películas excepcionales entre las 18 seleccionadas para competir con el León de Oro, el Premio Especial del Jurado, las dos copas Volpi destinadas a las mejores interpretaciones y los tres o cuatro leones de consolación, la llamada pedrea. Hay media docena de películas más que defendibles aquí, pero sólo esas tres llevan dentro cine complejo y hermoso: El ladrón, del ruso Pavel Chujrai; Fuegos de artificio, del japonés Takeshi Kitano, y Keep Cool, del chino Zhang Yimou.
Evolución del lenguaje
No son películas de las que convocan multitudes, pero con ellas avanza hacia el siglo que se nos viene encima la evolución del lenguaje cinematográfico, y eso es lo único que da sentido a una competición de cine, máxime en medio del atolladero como el que últimamente embarulla y llena de incógnitas el destino del arte por excelencia del siglo XX. Esas tres películas, por encima del pesimismo de sus contenidos, son triunfos del optimismo de las formas, pues crean, inventan, proponen, arriesgan modelos de salidas estilísticas a ese atolladero y, pese a su anclaje en el clasicismo, son totalmente, apasionantemente modernas, sin la menor cabida en la estúpida modernez en boga.
Jererny Irons, tras su conmovedora creación de un -otro: se está especializando en agonías este formidable actor británico- moribundo en las calles de la moribunda colonia británica Hong Kong de Chinese Box, encabeza a los aspirantes masculinos a la Copa Volpi; y sus compatriotas Emma Thompson y Phyllida Law, hija y madre en la vida y en la -ennoblecida por ellas- ficción de The winter guest, siguen desde el primer, día en boca de todos como indiscutibles merecedoras del otro premio Volpi a la interpretación.
Ojalá nos equivoquemos, pero en este paisaje de cortocircuitos entre calidades y conveniencias, A ciegas, única película española en concurso, no ha entrado en más pronostico que el del olvido. Daniel Calparsoro sigue empeñado en escribir sus películas y una vez más es el primer perjudicado por su intrusión en un territorio que le es ajeno: no sabe -y ya es más que reincidente en tan irreparable desconocimiento- construir una historia, graduar una situación, mover la lógica de las palabras hasta convertirlas en componentes sustanciales de la imagen. Pero, erre que erre, vuelve a tropezar consigo mis mo y destruye sus dotes para la elocuencia visual con su inca pacidad verbal. En persona, Calparsoro se explica bastante bien, pero en la pantalla no se explica ni bien ni mal. De ahí que A ciegas sea literalmente algo (no sé qué) inexplicable.
A ciegas no dice nada, no narra nada, no construye nada. Es una sucesión invertebrada de fotogramas, a veces con plástica bonita, pero que -al no tener encaje en un entramado consistente de sucesos y comportamientos- se agotan en un inútil y desesperante preciosismo. Parece que pretende Calparsoro representar la historia de una chica militante de ETA que, cansada de su vida en un comando de los llamados legales, decide salir de la organización terrorista. Digo que parece, porque en realidad no lo sé. No entendí en ningún momento qué ocurre -mejor dicho, qué no ocurre- en esta sucesión siempre quieta, nunca secuencial, jamás creadora. de tiempo, de estampas móviles encadenadas que pretende ser una película, pero que no logra serlo. A su mudez sólo cabe responder con la mudez.
Babelia
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