Sobre rejas, atajos y peajes
Un paso histórico entre el valle del río Moros y Segovia, cortando por los pies de la Mujer Muerta
Para entrar en el valle del río Moros en verano, el excursionista, se ponga como se ponga, ha de apoquinar en taquilla una tarifa que oscila entre los 20 duros y, las 500 rubias, según sea peatón o piloto de ingenio motorizado. La razón de esta sinrazón es que varios hectómetros más adelante bullen las piscinas del área recreativa La Panera, y a la moza de la garita no le compete discernir si uno va a chapuzarse en sopicaldo dominguero o sólo a darse un garbeíllo por el pinar, lo que en buena ley debiera ser gratis. Al excursionista, mientras afloja la mosca, le vienen a las mientes dos casos análogos: uno, el de aquel avispado madrileño que, en tiempos de Maricastana, apostábase con un león en mitad de la calle del León -de ahí, su nombre- y aprovechábase de la pánica generosidad de los transeúntes para imponer peaje felino; y dos, el de esos buscones que cobran a los forasteros por estacionar en las explanadas de las urbes turísticas sin exhibir otra credencial que una gorrilla de furriel.Mas no han acabado aquí las tribulaciones del excursionista, sino que, a poco de rebasar el Parque de Recreo Natural -de tal blasona este merendero-, topa una reja digna de la catedral de Cuenca y, a su vera, un cancerbero que le deniega el paso vallé arriba con el pretexto de que hay que evitar como sea los incendios estivales. Esto de ponerle rejas al campo, por si los pirómanos, sólo puede habérsele ocurrido aaIgún sacristán metido a concejal de Montes; es una idea de bombero que, paradójicamente, huele a chamusquina, como eso de que te hagan pasar por un lado y luego no te dejen salir por el otro, habiendo negocio de por medio: ¡vaya ratonera!
Saltar como un robaperas
El excursionista quería -si no es mucho pedir- subir a besarle los pies a la Mujer Muerta, la princesa que Hércules esculpió "recostada sobre la fría cresta guadarrameña..., fantasmal y precisa al mismo tiempo" (Cela), y cuyos gigantescos pinrles, según la leyenda, se alzan a levante del puerto de Pasapán; pero -! guay del excursionista!- para subir al puerto de Pasapán, que separa la sierra de la Mujer Muerta de su vecina del Quintanar, no puede tomar por el sendero de gran recorrido GR-88, como hubiera sido su deseo, porque queda allende la verja y él ya no tiene edad para andar saltando vallas como un robaperas. Así que, desplegando sobre un ribazo el mapa del Instituto Geográfico Nacional, busca, encuentra y decide seguir la cañada de ganados de Pasapán, sabedor de que esta vieja vía de la trashumancia aún ofrece, pese a su abandono, una libertad de tránsito que ningún fanático de las rejas puede abolir.
En efecto: frente al aparcamiento de La Panera, cruzando el río Moros por un puente peatonal y dejando a la izquierda la vaguada por la que corre el arroyo de Blasco, se adentra en el pinar, rumbo norte, a través de una cancela sin candar -¡albricias!-, la que antaño era una vereda pastoril y hogaño parece ser un mero arrastradero de troncos. Fue también, a juzgar por el testimonio del viajero A. Jouvin (1672), camino de postas entre los siglos XVI y XVIII, o más bien un atajo por el que los correos se ahorraban el rodeo que aún hoy hay que dar para ir a Segovia por Otero de Herreros.
Estudiosos hay, como León Fernández Troyano, que sostienen que atravesar en línea recta estas montañas por Pasapán era "atajo con excesivo trabajo". Al excursionista, en cambio, le parece pan comido: a cosa de un kilómetro, la cañada vira a la derecha para desembocar en un amplio cortafuegos -donde enlaza con el sendero GR-88, señalizado con trazos de pintura blanca y roja-, subiendo por el cual se llega sin pérdida posible al puerto. Dos horas de caminata, como mucho, permiten al excursionista asomarse a la llanura segoviana -el palacio de color de rosa de Riofrío, Revenga, la capital...- y contemplar a sus espaldas el graderío montañoso por el que baja brincando el río Moros sin saber nada de rejas, peajes, portazgos, pontazgos, montazgos ni otras zarandajas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.